A veces, sólo a veces, tienes la suerte de comprender por qué el cine es un arte. A veces, sólo a veces, ves una película que mueve los hilos de tus pensamientos y sentimientos de una forma tan sutil como magistral. A veces, sólo a veces, una pantalla te regala algunos de los mejores momentos de tu vida. Un éxtasis en la penumbra de una sala de cine o un salón merced a alguien a quien jamás conocerás en tu vida y que aparece en los créditos como “Director”.
Hoy hablaré de una de estas inalcanzables personas que te llegan muy hondo. Clint Eastwood. Antaño, parecía que estaba destinado a entrar en la historia del celuloide por la puerta de atrás, gracias a encarnar una mágnum cargada con frases lapidarias o un poncho sin afeitar. Pero en 1992 este apóstol de las malas pulgas se cayó de su furibundo caballo y dirigió y protagonizó “Sin Perdón”, una del Oeste contra las del Oeste, obteniendo cuatro Óscar. Algo había cambiado.
Posteriormente, repitió como actor y director en dos películas: “Un mundo perfecto” (1993) y “Los Puentes de Madison” (1995). Interesante aquella, conmovedora ésta, Clint Eastwood confirmaba que Harry Callahan tenía ahora la sensibilidad y talento de un fotógrafo del National Geographic...
Y llegó 2003 y el señor Eastwood ofreció a la historia del cine “Mystic River”, una magistral y siniestra fábula donde un puñado de antihéroes retrata el sótano del ser humano en general y el americano en particular. Consciente o no, el nuevo Clint Eastwood había hecho su presentación pública con una soberbia y sombría declaración de intenciones desde la silla de director. Desde el cine, Eastwood es a Estados Unidos lo mismo que Bruce Springsteen desde la música: un genio con licencia para denunciar.
Quienes pensaban que aquel río de talento se quedaría seco pronto se equivocaron: el de San Francisco golpeó al mentón del público y crítica mundial con “Million Dollar Baby” (2004), crepuscular diario íntimo de la ascensión y caída de varios seres humanos en torno al ring de la vida. Una inigualable exhibición de inteligencia y sensibilidad que le proclamó campeón de los Óscar.
En 2006, este púgil de las emociones puso su mira en Iwo Jima. De ella surgen “Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima”, dos películas que demuestran que sólo un genio puede hacer películas bélicas pensadas con el corazón y hechas con la cabeza. En ambas, utilizando perspectivas diferentes, Eastwood retrata con elegancia y sentimiento la épica personal de unos héroes a su pesar devorados por la mayor muestra de la sinrazón humana: la guerra.
Y, aunque por fortuna este mito tiene leyenda para rato, es momento de reflexionar. ¿Conocen ustedes a algún director vivo que sepa dominar simultáneamente las técnicas cinematográficas y las emociones humanas? Yo no. Desde 2003, ir al cine a ver una película con Eastwood como director supone ser invitado a un vals donde el arte y el sentimiento bailan juntos, mientras la orquesta sigue el pausado compás de la sonrisa y la lágrima. Nadie como Eastwood habla de la amargura con tanta ternura ni de los demonios del ser humano con tanta elegancia. Nadie como él habla directamente al corazón del espectador sin ninguna contemplación pero con tanta inteligencia y sutileza. Nadie como él arranca una sonrisa y la cruza con una lágrima un fotograma más tarde. Nadie como él hace películas que te dejan tan conmovido y feliz al salir del cine. Nadie como él habla de la oscuridad de una forma tan brillante.
Para la historia del cine quedan escenas como el sensacional monólogo de William Munny que comienza “Cuando matas a un hombre…” (Sin Perdón), la absolutamente conmovedora y muda despedida de Robert Kincaid y Francesca Johnson, bajo la lluvia, con una mano en el picaporte de una furgoneta (Los Puentes de Madison), el antológico cruce de gestos en el desfile que cierra una tragedia (Mystic River), las miradas entre Frankie y Maggie bordeando las lágrimas y aceptando el final (Million Dollar Baby), la voz en off que enmarca el último chapuzón de los soldados (Banderas de nuestros padres), el saco que deja caer cartas que nunca llegaron a tiempo a su destino (Cartas desde Iwo Jima)…y las que vendrán.
¿Se pueden identificar algunas características “made in Clint”? Sí. En cuanto a las técnicas: Un extraordinario elenco de actores, un exquisito sentido del ritmo, una sensacional fotografía y una música sutil e íntima. Y en cuanto a las argumentales: Predilección por temas de los que cuesta hablar con sinceridad, devoción por los antihéroes, el absurdo de la violencia y la tragedia como catarsis del alma humana. ¿El resto? Pura y simple genialidad.
Gracias, mito, por tantas obras maestras. Gracias por regalarme recuerdos y sensaciones que jamás olvidaré. Gracias, señor Eastwood.
1 comentario:
si he de elegir entre tantas y buenas peliculas siempre me quedare con los puentes de madison.
Es la sensibilidad hecha pelicula.
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