Al hilo del terrorismo yihadista, se ha desatado una especie de debate comparativo entre creencias que anda a medio camino entre la infantil (en tanto que irracional) postura de "la mía es la mejor/única" y la nihilista opción de "no creo en nada" pasando por reyertas dialécticas consistentes en arrojarse reproches de todo tipo. Como en cualquier polémica, creo que el exceso de furor se rebaja con un poco de educación (tanto académica como cívica) y un mucho de saber. Contra el paletismo rampante, cualquiera que sea su manifestación, no hay mejor remedio que el conocimiento, ya sea éste adquirido por viajes o por lecturas o por escuchas a esos sabios que siempre saben más y mejor que uno. De ahí que, en no pocos momentos y lugares, haya habido una persecución o censura del saber bajo pretextos "religiosos" porque el conocimiento es el antídoto perfecto para quienes quieren manipular o dirigir a conveniencia al prójimo.
Por eso, quiero sumarme a ese debate, pero intentando no apartarme de la honestidad ni del sentido común ni de lo que he aprendido en lo que va de vida ni renunciar tampoco a mi condición de creyente (cristiano, para más señas). Puede que en algunos momentos yo no sea políticamente correcto pero parte del problema actual se explica por la superpoblación de eufemismos, elipsis, perífrasis, paráfrasis y medias verdades con las que se toca un tema tan sensible como el de las creencias.
Antes de nada, quiero decir que yo entiendo como "creencia" toda corriente de pensamiento asentada en la trascendencia de la existencia (la consciencia de lo humano a partir de la aceptación de lo que le trasciende sería el punto de partida de todo credo), orientada a nortear la conducta del ser humano y que tiene un número de seguidores que le rinden culto. Por eso, entiendo como creencia las denominadas "religiones abrahámicas" o "religiones del libro" (judaísmo, cristianismo e islam), el hinduismo, el budismo, el taoísmo, el confucianismo e, incluso, creencias tan obviamente "manufacturadas" como el movimiento de los santos de los últimos días (mormonismo) o la cienciología. Sé que omito mencionar otras creencias pero quiero simplemente hacer notar que para mí caben muchas cosas dentro del baúl de las creencias. Por caber, cabrían incluso el agnosticismo y el ateísmo, que no dejan de ser dos formas de creer en negativo, esto es, en "oposición a", pero ese es un jardín en el que no me voy a meter.
Respecto a las creencias pienso que es muy importante no perder de vista una cosa: nacen como una forma de relacionarse del ser humano con aquello que le trasciende. Una relación que ha vivido diversas etapas (el hombre pasó de adorar elementos puramente naturales a adorar a entidades antropomórficas, incorpóreas y ultraterrenales) y, en ese sentido, las diversas mitologías no son más que recordatorios de creencias que, en su momento, fueron tan decisivas como lo son hoy el cristianismo o el islam: Zeus no es más que un dios al que se le acabó del crédito de creyentes. Así, como dije en otro artículo, las creencias son distintas maneras de hacer lo mismo: relacionarse con aquello que escapa a la percepción sensorial u ontológica, intentar no acabar desquiciado por lo inexplicable y sugestionarse para hacer más llevadero el tour por este mundo tan singular.
Así, la relación entre el hombre y lo que le trasciende sería muy
similar a la que una persona tiene con Internet: cada una prefiere un
navegador (Explorer, Firefox, Chrome, etc). Con las creencias pasa lo
mismo: cada uno es libre de elegir y "utilizar" la que más le caiga en gracia o útil le parezca (Cristianismo, Judaísmo, Islam, Budismo, etc) para salir indemne de este valle de lágrimas.
Antes de ir a lo negativo de las creencias, creo que es de justicia destacar su principal virtud que, en mi opinión, no es otra que servir de argamasa tanto de sociedades como de personas. La mayoría de las religiones son muy útiles en la medida en que pueden cohesionar la psique social (y, por tanto, contribuir decisivamente a la organización cívica mediante la configuración de la moral que hay en el trasfondo del ordenamiento explícito o tácito de un pueblo) como la psique personal (ya que facilitan un relato argumental asumible por el ser humano que, mediante una decisiva sugestión le orienta en este devenir imprevisible y carente de cualquier lógica o justicia que es la vida). Dicho de otra manera, sin ese componente de pedagogía maniquea (bien-mal, paraíso-infierno, mandamiento-pecado) que conlleva en mayor o menor medida toda creencia, sería harto complicado que el hombre hubiera conseguido organizarse como individuo y como colectivo. Por eso, la estabilidad social y psicológica del ser humano no se puede entender sin la incidencia de las creencias. Así, las creencias funcionan como filosofías a gran escala ya que, donde no llegan los tradicionales corpus filosóficos (que no trascienden el ámbito individual en fondo ni forma), sí alcanzan las creencias, que no dejan de ser filosofías que, en lugar de mirar al hombre, como hacen las "canónicas", se asientan en lo que hay más allá de él.
La otra gran virtud a mi entender es que la mayoría de las creencias buscan en el fondo lo mismo: el perfeccionamiento del ser humano, su ennoblecimiento, la bondad universal. Son toda una retórica del amor, un código ético del buenrollismo y como tal buscan "religar" al ser humano para alcanzar una armonía. Así, las creencias funcionan en la práctica como las aficiones o hobbies: son predilecciones placenteras que entroncan a gente diversa en lo geográfico, lo social y lo cronológico, con la diferencia de que en unas prima lo meramente ocioso y en otras lo virtuoso.
¿Dónde está lo negativo de las creencias? ¿Cuál es el problema de todo esto? Pues, de base, que no todos los seres humanos comparten la misma creencia y por tanto resulta más que complicado afinar la orquesta (lo cual ha motivado movimientos tan curiosos como el "abrahamismo", que pretende conformar un credo mayoritario basándose en los puntos de coincidencia entre judaísmo, cristianismo e islam). En línea con este problema, otro: la gestión de la ética de un creyente respecto "los otros", especialmente si esos otros no profesan la misma creencia, cuestión que ha suscitado no pocas "guerras santas", intolerancias, persecuciones, prohibiciones y desmadres varios a lo largo del planeta y la historia. Y luego está otro problema que a menudo se soslaya por aquello de no avergonzarse frente al espejo: por muy divina que sea la inspiración de una creencia, su traslación al mundo terrenal, su "transcripción" y exégesis corren siempre a manos de puros y simples mortales, que a lo mejor son bellísimas personas pero no están a salvo ni mucho menos de caer en esa sacra labor por el terraplén de la incongruencia (el Génesis del Antiguo Testamento, por ejemplo, es un festival de ellas, como lo son por ejemplo los Evangelios apócrifos en comparación con los canónicos), las fobias (el rol de la mujer en las religiones del libro, por seguir ejemplificando, no pasa de nivel "cameo" en el mejor de los casos), el interés político o el afán manipulativo. Y es que ha habido y hay mucho torpe, cretino o cabrón metido a portavoz de Dios. Todo aquello surgido de la mano o boca de un hombre hay que ponerlo en cuarentena. De haber hecho esto, el mundo se habría ahorrado mucha sangre derramada. Por eso, fenómenos como el yihadismo surgen por creencias extremistas e interesadas como el wahabismo que poco o nada tienen que ver con el credo central de referencia. Así, las creencias en sí mismas consideradas no serían buenas ni malas ni mejores ni peores: serían distintas entre sí. El problema viene con la interpretación y aplicación práctica que cada fulano haga de ellas. Las creencias no son malas per se, lo malo es lo que se ha hecho en nombre de esas creencias o deidades porque eso no viene en los libros sagrados ni viene de la boca de ningún dios: viene de las entrañas más negras del ser humano. Eso es lo terrible: lo espiritual o ultraterrenal como excusa o coartada para la vileza y cobardía del ser humano. Por eso hay muchos ateos que tienen errado el punto de mira: no es contra Dios ni contra una religión contra quienes tienen que lanzar sus reproches sino contra la propia condición humana.
¿Por qué las creencias están detrás de muchas salvajadas, atrocidades y estupideces? Por una manfiesta carencia de autocrítica. En mi opinión, la gente ha olvidado deliberadamente que las/sus creencias no son de facto más que macroplacebos hasta que se demuestre lo contrario (prueba que sólo llega por desgracia post-mortem), no son verdades absolutas e incuestionables (son una forma de hacer creer en una lógica ultraterrenal según la cual dos y dos son cinco pese a que el mundo no hostie con cuatros con frecuencia). Así las cosas, una creencia debería ser tan respetable como cualquier otra: no dejan de ser alimentos que elegimos para nuestra psique, colores para singularizar nuestra conciencia, aficiones para hacer habitable la condición humana. En línea con esto de la no-autocrítica habría que encuadrar el engreimiento de unos creyentes respecto a otros, un "derbi" metafísico que se dirime en el barro social y que parte de un argumento bastante falaz: sólo hay una religión buena, válida y verdadera. Hasta que llegue el Juicio Final (si es que llega) o un vecino regrese de entre los muertos con la exclusiva para sacarnos de dudas, no hay una creencia que se haya demostrado pluscuamperfecta. Todas tienen sus taras, sus recovecos, sus lados oscuros. Y quien piense lo contrario, (se) miente, porque basta estudiar mínimamente las creencias para encontrar elementos a reprochar. Por ejemplo, el judaísmo vive en un permanente, endogámico y chovinista bucle, el cristianismo se echó a perder con esa "multinacionalización" que hizo punto y aparte entre las primeras comunidades y el emporio eclesial que buscó el poder terrenal, el impermeable Islam surge como alternativa pasivo-agresiva para competir contra judíos y cristianos, el budismo requiere más paciencia de la que tolera el mundo, la cienciología es un ejemplo de cómo la fusión de la autoayuda y la ciencia ficción produce monstruos, etc, etc, etc. Por eso, en el ámbito espiritual, como en cualquier otro, el purismo no es aconsejable. Y ese error, el del purismo, es uno en el que no sólo ha caído el Islam (la relación de Mahoma respecto al judaísmo y el cristianismo da para un par de divanes como mínimo) sino también el cristianismo: una religión nacida al albor de la influencia de la mitología y costumbres judaicas, por un lado, y de la pedagogía oriental (las parábolas vienen de oriente), por otro, no debió permitirse nunca la obscenidad de actuar como un macho alfa (véase Inquisición).
En fin. Que, en estas cuestiones de creencias, una excelente medida preventiva para no meter la pata es leer mucho y respetar más aún que leer porque, si no, al paso que vamos, este mundo no lo va a salvar ni arreglar nadie.
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