En esta orilla de la existencia, hay que tener cuidado con cómo y cuándo llegan ciertas cosas a tu vida. Por ejemplo, el gore, el porno, la política y el test de Cooper. Si te pillan demasiado tierno, te crujen. Si arriban de cualquier manera, el shock anafiláctico puede hacer que la cosa no acabe precisamente en boda. Con lo clásico y los clásicos pasa exactamente lo mismo.
El acceso a "lo clásico" (ya hablemos del pensamiento, la literatura, la Historia o el arte) puede facilitarse o perpetrarse. En ese sentido, pienso que hay demasiados casos en que se perpetra, por culpa de la desidia, la ineptitud o la falta de inteligencia (emocional y de la otra) del cicerone de turno. Creo que muchos de nosotros podemos recordar una materia o asignatura que se nos atragantó por causas ajenas. A mí, por ejemplo, me pasó con la Filosofía, con quien tuve una relación tóxica en la etapa escolar por culpa del tipo que nos la impartía, que gastaba una pasión casi funcionarial y una sensibilidad nivel Leatherface. Esto pasa a menudo con "lo clásico". Y no sólo es una pena y un error sino también un problema porque supone convertir en garrafón algo que no sólo nos ayuda a adquirir consciencia y conciencia sino que contribuye decisivamente configurar la identidad desde el sótano al ático. Dicho de otra manera: la utilidad de adentrarse en "lo clásico" va mucho más allá de convertirte en un serio aspirante a concursante de Saber y Ganar.
Pero ¿qué es "lo clásico"? Lo más común es asociar y cobijar bajo este concepto a Sócrates, Platón, Aristóteles, Homero, Parménides, Esquilo, Séneca y demás all stars de la Antigüedad. Para mí, sin embargo, "lo clásico" es todo aquello que siendo antiguo no caduca y siendo pasado nunca deja de estar presente. Por tanto, va más allá, en el tiempo y el espacio, de Grecia, Roma y demás lugares comunes. Es decir: lo clásico tiene mucho de universal. Por eso, negar la pertenencia a "lo clásico" del pensamiento hebreo u oriental, por citar sólo dos ejemplos, es ponerse más estupendo que un portero de discoteca con exceso de celo profesional. Otro error bastante común es limitarse a estudiar lo clásico tirando de nómina de filósofos. Hay pensamientos monumentales que no están en ensayos ni digresiones sino en boca de personajes, esculpidos en piedra o pintados en un lienzo.
De todos modos, el problema fundamental es que hoy en día "lo clásico" está travestido por
prejuicios y clichés cuando no directamente marginado institucional,
académica y socialmente. Por eso, creo que actualmente pocas cosas hay
más transgresoras, provocadoras e interesantes que volver la mirada a
aquellos que pensaron y escribieron mucho antes de que "lo políticamente
correcto", el sindiós educativo y el postureo cultural hicieran acto de
presencia. En ese sentido, atreverse a reconectar con el pensamiento de
los clásicos a través de la lectura de sus obras desde un actitud
reflexiva y crítica me parece un triple salto mortal en los tiempos que
corren y, por eso mismo, tan valiente como necesario. Porque, en el
fondo, atreverse a hacer eso no es otra cosa que plantarse delante de
espejos dispuestos a decirnos la verdad no sólo de qué somos como
sociedad sino como individuos. Es un ajuste de cuentas con nuestra forma
de pensar, ser y estar en el mundo que pocos tienen el coraje ético e
intelectual de hacer. De ahí la importancia de leer a los clásicos o de
enrolarse en un seminario tan peculiar y contracorriente como "Los antiguos y nosotros", que propopone desde su tranquila disidencia la Escuela Contemporánea de Humanidades.
Nunca es tarde para espabilar ni para descubrir que no hay
nada más moderno que lo clásico. Ni más necesario.
1 comentario:
No se puede contar mejor.
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