lunes, 18 de agosto de 2014

De perros e hijos de perra

A veces, de un cúmulo de casualidades nace una causa, un motivo, una razón para hacer algo. Como, por ejemplo, escribir un artículo. Estos últimos días se ha celebrado el día internacional de los animales sin hogar. También en estos días he conocido la historias de Birillo (un perro sin pedigrí ni raza definida que murió en Italia al intentar salvar a un niño que se ahogaba), George (un can que transformó a un pobre diablo inglés en un artista emergente) y la de otra mascota perruna que, esta vez en Siberia, ayudó a una niña de tres años a sobrevivir once días en un bosque. E, igualmente, para rematar el capítulo de casualidades, en redes sociales he visto estos pasados días algunas fotografías (las que ilustran este artículo) protagonizadas por perros para las que no hacen falta palabras y que, al mismo tiempo, te dejan sin ellas.

Con todo esto en la cabeza y un nudo en esa garganta que llamamos corazón, he llegado a la siguiente conclusión: la mejor muestra de que el ser humano está más cerca que nunca del hijoputismo y la inutilidad ética y afectiva es el creciente asombro que provocan esos animales de cuatro patas llamados perros. Animales que algunos cretinos tratan con la desconsideración de quien se cree el "rey del mambo" en lo que a seres vivos se refiere. Animales que algunos insconscientes consideran poco menos que juguetes aptos para ser tirados en la calle o en la carretera. Animales que algunos cafres no dudan en ahorcar o fusilar cuando ya no los consideran aptos para la caza. Animales que algunos
mierdas utilizan para descargar sobre ellos o a través de ellos sus complejos y su cobardía. La insensibilidad, como la falta de inteligencia, siempre es un rasgo distintivo de todo hijo de puta. Porque también esos mismos animales son capaces de cambiar (para bien) la vida de quien tienen cerca; de enseñar el significado de palabras y valores que la mayoría de seres humanos se pasa sistemáticamente por el forro; de llenarte de emociones, sentimientos y recuerdos como pocas personas lo harán en toda tu vida. Y todo ello a cambio sólo de atención, alimentos y respeto. Y a veces, hasta ni eso. Es la magia de los perros. Una magia difícil de entender o explicar a quien no ha tenido la suerte de tener uno en su vida. Suerte que, en mi caso, se llamó Sancho.

Pero, dejando aparte el apartado más emocional, creo sinceramente que la sociedad sería mucho mejor o, al menos, iría mucho mejor si quienes la integran y, especialmente, quienes la lideran tuvieran la empatía, la lealtad y la generosidad de esos animales de cuatro patas. ¿Por qué? Porque hemos creado y/o consentido un mundo en el que hacen falta más perros pero donde sobran muchos, desmasiados hij@s de perra.   

1 comentario:

Carmina Álvarez dijo...

Rectifico!!!
Precioso escrito, Javier, aunq el título no le hace justicia. Llamemos a cada uno x su nombre, ni el hombre es lobo para el hombre, ni los canallas son hijos d perra...