sábado, 14 de mayo de 2011

"El Evangelio de San Juan": Divinas brujerías

El jueves noche tuve la suerte de ver en el Teatro Infanta Isabel la obra "El evangelio de San Juan", interpretada por ese maestro de las tablas llamado Rafael Álvarez, El Brujo. El montaje, al igual que ya ocurrió con sus magníficos predecesores "San Francisco Juglar de Dios" y "El ingenioso caballero de la palabra", convierte a este sensacional actor en una suerte de juglar enamorado de la palabra y de toda la vida e historias encerradas en ella. En esta ocasión, la premisa es desentrañar todo lo humano y lo divino que hay en el Evangelio de San Juan de una forma que sólo está al alcance de este mago de la interpretación, esto es, combinando socarronería y erudición, chanza y respeto, irreverencia y homenaje, humor y lirismo, risa y pensamiento, divulgación y conjetura, mundanidad y misticismo, evasión y reflexión, histrionismo y mesura, locura e ingenio.

Apoyándose en el lenguaje poético y simbólico empleado por el evangelista, El Brujo universaliza la vida de Jesucristo al narrarla y glosarla sin los férreos prejuicios, clichés y arquetipos con los que la Iglesia y el arte la han barnizado a lo largo de los siglos. Es decir, humaniza profundamente la historia de una figura excepcional y extraordinaria para que todo el mundo pueda sentirla como suya sin importar su credo o si siquiera tiene uno.Una interpretación arriesgada, por lo sublime y sagrado de la materia, pero que no está hecha para desvirtuar, denigrar ni ofender, toda vez que nace del ingenio y hace de la risa vehículo de catarsis y entendimiento.


Valiéndose de un diálogo tácito y cómplice con el público, Rafael Álvarez ofrece un montaje a medio camino entre la liturgia y la fiesta, la ceremonia y la jácara, el rito y la juglaría (que lo entroncaría con los misterios de Dioniso, dios del teatro, por cierto) donde el espectador disfruta de todo lo que El Brujo le obsequia para meditar y para reír. Un sensacional espectáculo de más de dos horas que culmina con una disertación y exhortación finales sencillamente magistrales y que ponen magno broche a una función que hace más y mejor por Jesús de Nazaret que muchos devotos, sacerdotes, prelados y sucesores de San Pedro.


En definitiva, una oportunidad casi única para disfrutar del teatro en estado puro y de alguien que honra ejemplarmente un arte (dramático) y un oficio (el de actor o juglar) con la magia del que sabe, domina y regala: Rafael Álvarez, El Brujo. 


1 comentario:

Cayetano dijo...

De él he visto todo lo que he podido, empezando por su versión teatral de El lazarillo, siguiendo con Una noche con el brujo, tambien La taberna fantástica, de Sastre, El testigo...
Es un portento de la escena.
Creo que es el único caso de actor que enriquece a sus personajes, nunca al contrario. Imprescindible.
Un saludo.