martes, 27 de julio de 2010

Raúl Madrid

Hay cosas que no están reñidas con los colores, por mucho que yo sienta, piense y sueñe en rojiblanco. Ayer, se despidió Raúl, capitán, icono y mito del Real Madrid. Dijo adiós al club que ha hecho de él una leyenda blanca. Con él se va una persona que ha demostrado que, sin ser una cornucopia de virtudes técnicas ni físicas, también se puede ayudar a aumentar el imponente legado de un club como el Madrid.

Rául no ha sido ni es un referente de técnica futbolística, ni un portento físico, pero sí es un ejemplo de compromiso, profesionalidad y educación. Y eso que su tirria a mi Atleti ha sido más que patente...

Con el paso de los años, su descaro e irritante provocación mudaron en una templanza y un señorío que lo han convertido en un modelo de las virtudes proverbiales del club merengue. Nada de prepotencia ni altanería ni modales arrabaleros, los típicos defectos de los jugadores madridistas.

Con Rául ha pasado lo mismo que con otros deportistas: la verborrea y la demagogia de la prensa deportiva le endiosaron antes de tiempo e injustificadamente...y, con el paso de las temporadas, en lugar de pegarse como otros el batacazo desde el Olimpo, ha conseguido ascender a él con unos cuantos récords y estadísticas como aval.

Así, un jugador ratonero, incansable y oportunista (como tantísimos otros que malviven en el anonimato) se ha convertido en leyenda para los madridistas y una figura respetada por los rivales y sus aficionados. Y lo digo yo, que jamás me ha gustado como futbolista y creo sobradamente merecida su desaparición del equipo titular tanto del Madrid como de la selección nacional.

En resumen, que le deseo lo mejor a esa persona que como futbolista menospreciaba pero como deportista respeto, y mucho.

lunes, 26 de julio de 2010

Ay, Freddy, Freddy...

Este fin de semana he visto el remake de una de mis películas de terror favoritas: "Pesadilla en Elm Street". A priori, las expectativas no eran muy malas, teniendo en cuenta los afortunados lavados de cara de algunos de los títulos más famosos y truculentos de los 70 y 80 como "La matanza de Texas", "Las colinas tienen ojos", "Amityville", "Viernes 13" o "La última casa a la izquierda". Hasta el nuevo "Halloween" tenía su dosis de interés y acierto.

Además, el hecho de que emblemas del slasher tan icónicos como Cara de cuero o Jason hubieran salido bien parados de su paso por las manos del palomitero productor Michael Bay, mano que mece la cuna de esta nueva versión, invitaba a pensar que Freddy Krueger (por cierto, mi "monstruo" fílmico favorito) no tenía nada que temer...

Pero tampoco hay que olvidar que la saga de "Pesadilla en Elm Street" había ido decayendo hasta casi el hastío, el despropósito y la autoparodia (quizás motivos todos ellos para afrontar un remake...). Algo que casi olvidamos con el crossover más bizarro y sanguinario que servidor recuerda: la entretenida "Freddy vs Jason".

Por tanto, los alicientes y las dudas sobrevolaban por igual mi entrada en la sala del cine. Lástima que, con el paso del metraje, los alicientes se evaporaran y sólo quedaran asentadas las dudas...

Y es que la nueva "Pesadilla", pese a la acertada actuación y realista caracterización del nuevo Krueger (Jackie Earle Haley), la correcta ambientación (la fotografía hace mucho) y el interesante (pero fugaz) coqueteo en la trama con
el binomio inocencia-culpabilidad de los niños y Freddy, hace que se echen de menos todas las virtudes argumentales y artísticas del original del maestro Craven (hoy en horas bajas) que protagonizara el que será el único y verdadero Krueger para varias generaciones: Robert Englund. En ésta, en la actual, el ritmo de videoclip (que es la carta de presentación del debutante director) no ayuda en nada a generar tensión, suspense ni espanto alguno, el omnipresente ordenador hace añorar los efectos "añejos" del film de 1984, el característico y negrísimo sentido del humor de Freddy queda reducido a su mínima expresión y pilares argumentales como por qué las pesadillas deben tener lugar en Elm Street (en la saga original, era la calle donde vivía el entonces asesino de niños Krueger, que en está, por cierto, es "sólo" un pedófilo) son obviadas absurdamente. Carencias y defectos que hacen de este título un prescindible y olvidable remake y una película de terror (lo único que da miedo es el precio de la entrada: 8,10 euros) del montón...que inexplicablemente tendrá una secuela.

Pero, con el ánimo de acabar el artículo con buen sabor de boca, qué mejor que recordar las "moralejas" de la película de Craven: hay recuerdos que es mejor no tener, soñar a veces es demasiado peligroso, la mente es un arma de doble filo y...no hay que dejar que nuestros miedos tengan más presencia de la que deberían...


sábado, 24 de julio de 2010

Canta, autor

Anoche tuve la oportunidad de ir a un concierto. Uno modesto, sin parafernalia ni alharacas, pero con las dosis de complicidad y talento necesarias para pasar un buen rato. El marco, el Café Zanzíbar, invitaba a ello.

Entre canción y canción, se me venía a la cabeza la reciente noticia según la cual el descalabro de la industria musical es mayúsculo. Nada nuevo bajo el sol: avariciosos que no quieren dejar de serlo, jetas que siguen queriendo vivir del morro, el marketing discriminando a troche y moche, un mercado saturado por figuritas de virtudes musicales cuestionables y el talento, mientras tanto, buscándose las castañas en rincones y garitos como si fuera un proscrito. La verdad es que es ya incluso irrisorio cómo los responsables de la industria musical lloran su ruina y claman contra las nuevas tecnologías, etc, con tal de escurrir el bulto de la verdadera razón: son, interesadamente o no, incapaces de adaptarse a unos nuevos hábitos de consumo, unos nuevos soportes y una nueva audiencia. ¿Por qué? Porque a ellos, los gerifaltes y demás palafreneros de ese mundo, lo que menos les importa es la música, entendida como arte disfrutable y talento difundible. Y no te digo ya cuán (poco) presentes tienen a los artistas que, sin más credenciales que el genio ni más padrino que un desparpajo casi kamikaze, quieren ganarse la vida haciendo de su pasión algo más que un sueño. Además, cierto tufo a falacia huele en las reclamaciones de la industria musical, porque el éxito de los eventos en vivo (los conciertos de toda la vida) sigue siendo incontestable, poniendo en evidencia que la gente no tiene problema alguno en pagar por disfrutar de algo afín a sus apetencias y de calidad, siempre y cuando ese precio sea mesurado y no el febril termómetro de la codicia. En resumen, que la solución para salir de la sima es bien sencilla: Preocuparse más del talento y menos de los soportes, concentrarse en las personas y no en los números, trabajar, en definitiva, por la música.

Mas, volviendo al concierto, fue muy grato. Quizás fuera por la sinceridad mundana de las canciones, por la naturalidad y humildad del intérprete, por el ambiente de complicidad y camaradería espontánea, por la sensación de estar disfrutando de algo diferente a lo que señalan como tendencia los cuarenta previsibles...Conciertos así tienen un componente de desnudo artístico, pues el cantante comparte con un público, conocido o no, una serie de letras que esconden un buen puñado de recuerdos y vivencias personales, pequeñas historias encerradas en pentagramas escritas en la intimidad.

La agradable bellaquería callejera de Joaquín Sabina, el desparpajo de Cifu, la personalidad de Ismael Serrano o David Broza...todas esas señas identitarias son las que atesora Jesús Sanjuán, el joven cantautor que dio forma y fondo a la noche del pasado viernes. Con una versatilidad en la guitarra y el piano fuera de toda duda (aunque a mí, personalmente, me gustó mucho más en las teclas que en las cuerdas), Sanjuán compartió con los asistentes algunas canciones que forman parte de la banda sonora de su vida, peldaños de un sueño aún por alcanzar y que se merece lograr, no sólo ya por talento, sino por su humildad ,que empequeñece a tanto divo y jeta rutilante.

En definitiva, si ya en los tiempos que corren ser joven y con talento es una invitación a la inanición y el ninguneo, serlo en el panorama musical en la era de la SGAE es como ir a la Cólquide a por el vellocino. Por eso, gente como Jesús Sanjuán o Patricia Morueco contarán con mi apoyo, por su actitud y su aptitud; porque, en el mundo en que vivimos, ningún autor debe callar su voz, aunque sólo sea por disfrutar de veladas tan gratas como la de anoche.

Historias de amor

Hay historias de amor escritas en cortezas recias, grafiteadas en paredes mundanas, impresas en páginas literarias, manuscritas en papeles improvisados, mecanografiadas en pantallas tecnológicas, confesadas en diarios íntimos, capturadas en fotografías que hacen de un álbum una ventana a la inmortalidad, o relegadas al rincón donde sólo pueden hablar los silencios.

Hay historias de amor que viven en fechas, otras laten en lugares y, casi todas, en pequeños detalles, haciéndonos a todos cronistas, protagonistas y espectadores de un recuerdo que, en el peor de los casos, sólo tendremos nosotros.

Hay historias de amor que anidan sólo en el interior de una persona para nunca comenzar y otras que se abocan a su final cuando se empiezan a compartir siendo tres o más.

Hay historias de amor que alzan el vuelo para planear por encima de donde lo hacen los sueños con la serenidad del día a día, otras se desmigajan en añicos de ilusiones rotas y promesas incumplidas, y algunas, conservan la estabilidad en el formol de la monotonía.

Hay historias de amor que duran los segundos de una mirada súbita que jamás se repetirá, otras duran la justa medida de la felicidad: toda una vida, y, algunas, sólo algunas, duran lo que tenían que durar.

Hay historias que se conjugan en la alegre clave de la sorpresa, otras que se anquilosan en el tedio de un día que se repite como un eco por los calendarios y, algunas, que tienen tanta magia que hay quien se pasa toda una vida buscándolas el truco.

Hay historias de amor que caducan encerradas en la impetuosa llamarada del deseo y otras que perviven por siempre en el inmenso e imperecedero terreno del sentimiento y, algunas, que explotan en lágrimas y heridas por confundir una cosa con otra.

Hay historias de amor construidas sobre verdades irrefutables porque no tienen miedo a la sinceridad, otras que hacen malabares con mentiras y secretos porque tienen miedo a la soledad, y, algunas, que sólo saben mirar hacia delante sin atender qué hay atrás.

Hay historias de amor llenas de palabras dichas y gestos hechos y otras articuladas en torno a cosas que nunca se dirán, ni harán ni serán.

Hay historias de amor protagonizadas por las únicas personas que se lo merecen, otras que orbitan en torno a las personas equivocadas y otras que naufragan por no saber acertar con el nombre, el principio o el final.

Hay historias de amor exitosas y otras fallidas al igual que hay personas que merecen ser amadas sólo un segundo y otras toda una vida, al igual que hay personas que por amor pueden esperar con la misma entereza que dejar marchar.

Hay historias de amor públicas y notorias, otras más discretas y humildes y, algunas, tan íntimas e individuales que tienen en su secretismo santuario y tumba a un mismo tiempo.

Hay historias de amor capaces de hacer a una persona feliz por siempre, otras que sirven de capítulo previo a otro en el universal e íntimo libro "La búsqueda de la felicidad" y, algunas, que hunden a quienes las viven en el crónico veneno de la desazón.

Hay historias de amor que se ajustan cómodamente a los cánones y las convenciones, otras que no tienen más corsé ni cortapisa que la de ser felices y, algunas, con demasiado miedo a las dudas: qué dirán, qué pensarán, qué ocurrirá...

Hay historias de amor...las suficientes para estar seguro de que amar nunca es un error y que equivocarse es el peaje a pagar hoy por ser feliz mañana.

Hay historias de amor...las suficientes para estar convencido de que la felicidad es un derecho del que nada ni nadie nos puede privar.

Hay historias de amor...historias que demuestran que de este no es sólo un país de hidalgos de tristes figuras y sueños en ristre sino también de mujeres capaces de hacerte inmensamente feliz y regalarte esa porción esquiva de magia que tanto anhela el ser humano.

Historias como la que yo vivo, que me lleva a escribir este artículo, que sería un sinsentido fútil y vacío si no tuviera por quien escribirlo...por ti, la persona que me demostró que para ver amanecer no hace falta mirar al Este.

martes, 20 de julio de 2010

El bienquedismo

Bastardo de las hipócritas convenciones sociales y del interesado fariseísmo relacional, el bienquedismo es hoy una práctica muy extendida, ya hablemos del ámbito laboral, familiar o personal. ¿En qué consiste? Si dijera que consiste en buscar con denuedo la aprobación y simpatía general, estaría obviando sus aspectos más patéticos y reprobables. A saber: El ruin interés en "no cerrarse ninguna puerta" y la cobarde vocación de no entrar en conflictos bien para no perder tajada, bien para sacarla ajena (algo que le emparenta con otra actitud miserable como es la tibieza).

El "bienqueda" jamás hará nada que moleste a alguien. En lugar de eso, hará conscientemente cosas que complazcan a todo el mundo, aunque sean entre sí enemigos acérrimos, porque "oficialmente", a un bienqueda le cae genial todo el mundo. Quiere caer a todos en gracia y que nadie piense mal de él y actúa en consecuencia. Por decirlo con ejemplos: invitaría sin inmutarse a su bautizo/comunión/boda a Caín y Abel y a Rómulo y Remo, hablaría con el mismo afecto a Jesucristo que a Judas, daría las mismas palmaditas en la espalda a Leónidas que a Efialtes, aplaudiría las chanzas de César con la misma alegría que los comentarios de Bruto, loaría con entusiasmo la figura del rey Sancho que la de Vellido Dolfos, daría la misma coba a Hitler que a Theodor Herzl, animaría a Zapatero y a Rajoy por igual, le caería igual de bien Calígula que Gandhi, o asistiría con la misma entereza a una reunión del Ku Klux Klan que a una de los Panteras Negras.

Los "bienquedas" son especialistas en hacer malabares con las relaciones y no salir mal parados; son devotos de poner una vela a Dios y otra al diablo, por lo que pueda pasar; son tahures sentimentales; son eunucos de valentía y capacidad crítica; son la sonrisa perenne y hueca; son maestros en regalar los oídos de la gente; son los primeros en dejarte en la estacada y los últimos en reconocerlo; son la mentira disfrazada de cordialidad, el engaño vestido de empatía.

Lo peor no es que sean así, que tiene tela..., sino que obligan a adoptar al resto de la gente sincera y honesta posturas o reacciones que se pueden confundir - errónea y frecuentemente - con la mala educación o la brusquedad, lo que, a su vez, da pábulo a la camarilla de hipócritas y/o lamenalgas que suelen florecer a su vera.

Entonces ¿qué hacer? Pues pasarse por la quilla el "qué dirán" y afear con elegancia su miserable forma de relacionarse. ¿Cómo? Dándoles de lado, desterrando cualquier afecto o consideración que se pueda tener por esas personas, contribuyendo humilde y personalmente a obsequiar el premio que se merecen los "bienquedas": la soledad; en definitiva, haciendo bueno ese sabio refrán castellano que reza: "El mejor desprecio es no hacer aprecio".

Como pasatiempo estival, invito al lector a que elabore mentalmente una lista de personas que se ajusten a lo aquí indicado y así sabrá cuánto lastre debe soltar en su vida social. Y no, no hace falta que me den las gracias. Ja,ja,ja.

jueves, 15 de julio de 2010

Un beso

Klimt, Eisenstaedt, Rodin, Shakespeare, Perrault...cada uno, a su estilo y arte, inmortalizó ese acto llamado "beso". Los besos son, en mi opinión, paradójicos: son pura corporalidad y, sin embargo, esencialmente sentimentales; son tan breves en el tiempo como hondos en significado; son tan fácilmente representables como difícilmente descriptibles; son íntimos y personales pero todo el mundo los conoce...carnalidad y poesía, fugacidad y eternidad, concreción y abstracción, intimidad y universalidad. Pura paradoja.

Un beso puede representar el amor eterno, la traición más vil, la pasión más impetuosa, el cariño más fraternal, la hipocresía de la convención, el afecto más espontáneo, el comienzo de una relación o el final de ella, el inicio de un recuerdo o el broche postrer al mismo...Un beso es todas esas cosas pero sólo una a la vez. Lo dicho, pura paradoja.

Un beso es, junto a la lágrima, aquello con lo que más puede expresar un ser humano sin pronunciar ni escribir una sola letra.

Un beso puede abrir bocas de sorpresa y admiración, combarlas en sonrisas cómplices o cerrarlas en mueca de reprobación o malestar. Y el motivo de este artículo es un beso que ha conseguido todo eso. Un beso espontáneo pero esperado, un beso íntimo pero público, un beso de alegría pero también de protesta, un beso para todos aquellos que aprobaban una relación y para los que la criticaron mezquinamente. Un beso de éxito ante la adversidad. Un beso de triunfo. El beso de Iker Casillas y Sara Carbonero. La "otra" noticia de la noche en que España ganó su primer Mundial de fútbol.

Creo que mi opinión respecto a esta relación se puede resumir en lo que pensé al ver en directo la escena: ¡Muy bien hecho!

Y sí, soy un sentimental...me encanta vivir el amor. Ya sea en un momento cualquiera o en una noche que ha pasado a la historia. Ya sea en persona ajena o en carne propia, porque, sencillamente, es mágico y maravilloso.

Y sí, este artículo no va contra los agoreros ni aguafiestas, sino para todas esas personas que, como yo, disfrutan del amor sin prejuicios, sin preocuparse más que de la felicidad y de sentirse vivos.

lunes, 12 de julio de 2010

Todo por un pulpo

La vida es curiosa. Casi estrambótica. Quizás ahí reside parte de su encanto. Y es que, a veces, se hacen las cosas más insospechadas por motivos de lo más inverosímil. Por ejemplo:

  • Conseguir lo contrario de lo que logran los políticos, esto es: unir a toda la ciudadanía y no sentir vergüenza de ser español.
  • Enarbolar y presumir sin prejuicio alguno de la bandera que nos representa a todos sin que ningún necio te llame "facha" por ello.
  • Poner de acuerdo a millones de personas dentro y fuera de nuestras fronteras para que sean felices sin más justificación que la de "¿Y por qué no?".
  • Rememorar viejas gestas de tiempos pretéritos y más belicosos sin necesidad de derrarmar una sola gota de sangre.
  • Hacer realidad algo que hasta anoche sólo estaba al alcance de la imaginación o los videojuegos.
  • Lograr erradicar de nuestros pensamientos durante un tiempo lo que es innegable: Que vivimos una de las crisis políticas, económicas y sociales más miserables y hondas que se recuerdan.
  • Dejar en evidencia a cierta comadreja en menos de un minuto.
  • Regalar a todo el mundo un recuerdo memorable, una historia antológica que cada español podrá contar con orgullo y emoción a sus hijos, nietos, bisnietos y demás como si fuéramos el replicante Roy.
  • Ganar un Mundial, jugando al fútbol como un equipo, contra un conjunto anaranjado de expertos en artes marciales y lucha libre.

Y todo, todo, todo por...no dejar en mal lugar a un pulpo. Vivir para ver...Vivir para ser feliz.

(PD: Sí, quizás, la felicidad sea esto)

miércoles, 7 de julio de 2010

¿La felicidad? Quizás sea esto

Noche cerrada. Corazones abiertos. Júbilo en las gargantas. Lágrimas en los ojos. Una cacofonía de bocinas, cláxones, carcajadas y gritos inunda todos los umbríos rincones del silencio nocturno. Éxtasis que no entiende de complejos, privacidad o anonimato. La gente conquista las calles en el nombre de la alegría. Rojo y gualda son los colores de los sueños hechos realidad. España, el nuevo nombre de la felicidad.

Que un partido de fútbol como el de esta noche ocasione semejante reacción es sólo un ejemplo más de que el deporte es un arma de ilusión masiva. La noche del miércoles 7 de julio de 2010 supone además que, de ahora en adelante, no estaremos ante un hilarante chiste cuando alguien diga "Esto es España que llega a la final del Mundial de fútbol...", que las videoconsolas dejarán de ser el último reducto para los que quieren hacer un sueño realidad, que lo imposible es sólo una cuestión de tiempo, que la Historia no está para lamentarla, sino para escribirla con orgullo.

Pero es que también, un partido de fútbol como el de esta noche nos hace sentir a todos, sin exclusión, parte de una mitología épica y gloriosa escrita por los nuevos Aquiles, Ulises, Heracles, Jasón, Teseo y Héctor. En una sociedad que niega o devora referentes, el deporte nos brinda espejos en los que fijarnos, paladines del esfuerzo y la valentía, del talento y el sacrificio, del pundonor y la solidaridad.

Y es que, un partido de fútbol como el vivido esta noche es de esas cosas que todo el mundo desea tener en su vida: un recuerdo para ser feliz siempre que lo busques en el baúl de la memoria, una hazaña para contar a los que vendrán empezando con un "Yo viví esto que te voy a contar", una página de la Historia y la memoria en la que todos podemos escribir con la mayor ilusión notas a pie.

Yendo exclusivamente al comentario deportivo, el camino de la selección en este mundial ha sido el siguiente: Lo comenzamos demostrando que necesitábamos afinar nuestra precisión suiza (0-1), luego abandonamos nuestras particulares honduras con algún titubeo (2-0) y seguidamente decidimos pasar a octavos poniendo un poco de chile picante a nuestra paciencia (2-1). A continuación, demostramos al mundo que los fados sólo nos gustan en lo musical (1-0) y, ya en cuartos, que para guays, nosotros (1-0). Así que nos clasificamos por primera vez para una semifinales en un Mundial de fútbol. ¿Miedo? No. ¿Respeto? Sí. El caso es que esta noche se ha visto un desfile de la victoria y no precisamente militar ni germano. Un sueño ya se ha cumplido...falta otro: Reinventar en lo futbolístico la inmortal rendición de Breda...pero todo a su tiempo.

Hoy sólo queda dar las gracias y felicitar a esos jugadores que se han echado a la espalda la ilusión de un país y han reventado todas sus penas con un cabezazo antológico. Y también al seleccionador alemán, que en lugar de caer en pataletas de otros con más nombre y menos vergüenza, se ha revelado como un auténtico caballero en su rueda de prensa.

Durante siglos, sabios y filósofos han reflexionado sobre qué es la felicidad. Yo creo que, quizás, la felicidad sea esto.


lunes, 5 de julio de 2010

José Luis, el padre Urriza

Hay veces que es demasiado fácil y hasta oportunista hablar bien de alguien cuando ha muerto. Por eso, creo que tiene mayor mérito, en todos los sentidos, loar las virtudes y el buen hacer de quien aún permanece en el mundo de los vivos y no tiene visos de diñarla. De ahí que, aunque lo pueda parecer, este artículo no es una elegía. De ser algo, es un agradecimiento.

El párroco de mi iglesia, Nª Sª de la Consolación, siguiendo su voto de obediencia como agustino recoleto, abandona el puesto para marchar a tierras valencianas después de casi una década al frente de una parroquia a la que ha revitalizado, con esfuerzo, tesón, sensatez, buen humor y una increíble calidad y calidez humana. Muestra de ello es el overbooking dominical que ha ofrecido todos estos años la misa de las 13:00, la suya, o las numerosas iniciativas surgidas bajo su amparo.
Se llama José Luis Urriza y un ejemplo de cuán cercano y campechano es este hombre es que no pocas personas se dirigen a él con afecto y naturalidad sólo como "José Luis" o "Urriza".

Antes de seguir, conviene aclarar lo siguiente: A lo largo de mi escasa vida he tenido la oportunidad de conocer a numerosos hombres de la Iglesia; supongo que todos ellos buenísimas personas, píos, etc, etc, pero no se puede decir lo mismo de su talento evangelizador ni de su cercanía y calidad humana. En eso, hasta hace nueve años, sólo conocía a tres, por desgracia ya fallecidos: El padre Carlos, el padre Eduardo y el padre Oneca. Desde entonces, sumé un cuarto nombre a esa peculiar selección. El de José Luis.


Su amena forma de impartir misa, su trato familiar a los feligreses, sus acertadas homilías alejadas de cualquier pompa pretenciosa y en las antípodas del lenguaje críptico-etéreo que tanto se estila entre los ministros cristianos, son los rasgos distintivos de este buen pastor, o, mejor dicho, magnífico pastor que ha conseguido que el hecho de ir a misa no parezca una penitencia del Tártaro ni un encuentro con el tedio más soporífero, sino más bien lo contrario.


En fin. Es una pena y una inmensa suerte que hayas dejado el listón tan alto, padre. Sólo espero y deseo que tu ejemplo de "buen hacer y mejor ser" cunda allá donde estés, José Luis. En la Consolación, te aseguro que has dejado una huella difícil de igualar, Urriza. ¡Buena suerte y hasta pronto!