Hay historias de amor escritas en cortezas recias, grafiteadas en paredes mundanas, impresas en páginas literarias, manuscritas en papeles improvisados, mecanografiadas en pantallas tecnológicas, confesadas en diarios íntimos, capturadas en fotografías que hacen de un álbum una ventana a la inmortalidad, o relegadas al rincón donde sólo pueden hablar los silencios.
Hay historias de amor que viven en fechas, otras laten en lugares y, casi todas, en pequeños detalles, haciéndonos a todos cronistas, protagonistas y espectadores de un recuerdo que, en el peor de los casos, sólo tendremos nosotros.
Hay historias de amor que anidan sólo en el interior de una persona para nunca comenzar y otras que se abocan a su final cuando se empiezan a compartir siendo tres o más.
Hay historias de amor que alzan el vuelo para planear por encima de donde lo hacen los sueños con la serenidad del día a día, otras se desmigajan en añicos de ilusiones rotas y promesas incumplidas, y algunas, conservan la estabilidad en el formol de la monotonía.
Hay historias de amor que duran los segundos de una mirada súbita que jamás se repetirá, otras duran la justa medida de la felicidad: toda una vida, y, algunas, sólo algunas, duran lo que tenían que durar.
Hay historias que se conjugan en la alegre clave de la sorpresa, otras que se anquilosan en el tedio de un día que se repite como un eco por los calendarios y, algunas, que tienen tanta magia que hay quien se pasa toda una vida buscándolas el truco.
Hay historias de amor que caducan encerradas en la impetuosa llamarada del deseo y otras que perviven por siempre en el inmenso e imperecedero terreno del sentimiento y, algunas, que explotan en lágrimas y heridas por confundir una cosa con otra.
Hay historias de amor construidas sobre verdades irrefutables porque no tienen miedo a la sinceridad, otras que hacen malabares con mentiras y secretos porque tienen miedo a la soledad, y, algunas, que sólo saben mirar hacia delante sin atender qué hay atrás.
Hay historias de amor llenas de palabras dichas y gestos hechos y otras articuladas en torno a cosas que nunca se dirán, ni harán ni serán.
Hay historias de amor protagonizadas por las únicas personas que se lo merecen, otras que orbitan en torno a las personas equivocadas y otras que naufragan por no saber acertar con el nombre, el principio o el final.
Hay historias de amor exitosas y otras fallidas al igual que hay personas que merecen ser amadas sólo un segundo y otras toda una vida, al igual que hay personas que por amor pueden esperar con la misma entereza que dejar marchar.
Hay historias de amor públicas y notorias, otras más discretas y humildes y, algunas, tan íntimas e individuales que tienen en su secretismo santuario y tumba a un mismo tiempo.
Hay historias de amor capaces de hacer a una persona feliz por siempre, otras que sirven de capítulo previo a otro en el universal e íntimo libro "La búsqueda de la felicidad" y, algunas, que hunden a quienes las viven en el crónico veneno de la desazón.
Hay historias de amor que se ajustan cómodamente a los cánones y las convenciones, otras que no tienen más corsé ni cortapisa que la de ser felices y, algunas, con demasiado miedo a las dudas: qué dirán, qué pensarán, qué ocurrirá...
Hay historias de amor...las suficientes para estar seguro de que amar nunca es un error y que equivocarse es el peaje a pagar hoy por ser feliz mañana.
Hay historias de amor...las suficientes para estar convencido de que la felicidad es un derecho del que nada ni nadie nos puede privar.
Hay historias de amor...historias que demuestran que de este no es sólo un país de hidalgos de tristes figuras y sueños en ristre sino también de mujeres capaces de hacerte inmensamente feliz y regalarte esa porción esquiva de magia que tanto anhela el ser humano.
Historias como la que yo vivo, que me lleva a escribir este artículo, que sería un sinsentido fútil y vacío si no tuviera por quien escribirlo...por ti, la persona que me demostró que para ver amanecer no hace falta mirar al Este.
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