Hay cosas que no están reñidas con los colores, por mucho que yo sienta, piense y sueñe en rojiblanco. Ayer, se despidió Raúl, capitán, icono y mito del Real Madrid. Dijo adiós al club que ha hecho de él una leyenda blanca. Con él se va una persona que ha demostrado que, sin ser una cornucopia de virtudes técnicas ni físicas, también se puede ayudar a aumentar el imponente legado de un club como el Madrid.
Rául no ha sido ni es un referente de técnica futbolística, ni un portento físico, pero sí es un ejemplo de compromiso, profesionalidad y educación. Y eso que su tirria a mi Atleti ha sido más que patente...
Con el paso de los años, su descaro e irritante provocación mudaron en una templanza y un señorío que lo han convertido en un modelo de las virtudes proverbiales del club merengue. Nada de prepotencia ni altanería ni modales arrabaleros, los típicos defectos de los jugadores madridistas.
Con Rául ha pasado lo mismo que con otros deportistas: la verborrea y la demagogia de la prensa deportiva le endiosaron antes de tiempo e injustificadamente...y, con el paso de las temporadas, en lugar de pegarse como otros el batacazo desde el Olimpo, ha conseguido ascender a él con unos cuantos récords y estadísticas como aval.
Así, un jugador ratonero, incansable y oportunista (como tantísimos otros que malviven en el anonimato) se ha convertido en leyenda para los madridistas y una figura respetada por los rivales y sus aficionados. Y lo digo yo, que jamás me ha gustado como futbolista y creo sobradamente merecida su desaparición del equipo titular tanto del Madrid como de la selección nacional.
En resumen, que le deseo lo mejor a esa persona que como futbolista menospreciaba pero como deportista respeto, y mucho.
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