miércoles, 10 de octubre de 2007

Hasta siempre, maestro, amigo

El pasado martes 2 de Octubre falleció el padre Eduardo Razquin Antía. De él sólo puedo decir que es una de las personas más buenas y lúcidas que he conocido en toda mi vida y alguien de quien aprendí mucho y de cuyo cariño y aprecio me sentí muy honrado. Por esa razón, creo que el mejor tributo que le puedo rendir es "publicar" la entrevista que le hice en 1999 y que transcribo a continuación:

Entrevista con Eduardo Razquin Antía, fraile agustino recoleto.

“Me gustaría que dijeran de mí: fue un hombre bueno, sencillo, un poco charlatán, pero un hombre bueno”

Eduardo Razquin Antía, el padre Eduardo, como le llaman sus allegados, es un entrañable sacerdote cuya simpatía, bondad y facilidad de palabra le hacen llegar rápidamente al corazón de quienes le rodean. Desde que salió de su querida Navarra, Eduardo Razquin ha regalado su enorme corazón a Dios, a los demás, a la vida. Sacerdote, misionero, profesor y, por encima de todo, buen hombre, el padre Eduardo ha hecho que el lema “Ama y haz lo que quieras” quede patente en toda su trayectoria humana.

La parroquia Nuestra Señora de la Consolación se encuentra en un bello parque madrileño del distrito de Retiro. Allí, en un humilde despacho parroquial donde una mesa y una sencilla estantería quedan bañadas por la tenue luz que arroja una ventana, el padre Eduardo aguarda recostado sobre un sillón. En sus manos, un bastón recuerda que 81 años no perdonan. Sus ojos, escondidos tras unas grandes gafas, desprenden una vitalidad que perdura desde la ya lejana niñez, transcurrida en las localidades navarras de Salinas de Oro y Roncesvalles. En aquella época de su vida, llena de “muchos, buenos y variados recuerdos”, el cariño hacia la figura de su madre, entregada totalmente al cuidado y educación de sus nueve hijos, es tan grande que aún hoy lleva la ternura a las palabras del padre Eduardo: “Mi madre era el cien por cien de mi vida. A ella le debo toda mi formación humana y espiritual”.

Los primeros años
Desde pequeño, su ilusión era la de ser sacerdote “y eso es algo que aún hoy no me ha abandonado”, dice con orgullo.
P:
¿Cómo reaccionó su familia al comunicarles que quería ser sacerdote?
R: Mi madre me besó con locura y me dijo: “Hijo, me das la alegría más grande”. Mi padre nunca se opuso y mis hermanos creo que no lo comprendieron (Ríe).
Su ilusión comenzó a hacerse realidad cuando, a la edad de 15 años, Eduardo Razquin entró en el colegio de Agustinos de Sos del Rey Católico (Zaragoza) para completar sus estudios e iniciar su formación sacerdotal. “Allí empecé a ser realmente consciente de lo que significaba ser cristiano. Vivíamos una vida espiritual extraordinaria”. Tras seis años en Sos, la constancia del padre Eduardo le llevó en 1939 al convento Desierto de la Candelaria (Colombia), donde finalizó su preparación sacerdotal. Y así, su gran ilusión de niño se terminó de hacer realidad un 24 de septiembre de 1941, día en que Eduardo Razquin celebró su primera misa como sacerdote. “Es indefinible lo que sentí aquel día”, afirma con una gran emoción en sus ojos.

Misionero y profesor
La ilusión por difundir el Evangelio le llevó años más tarde a las misiones de la selva tropical sudamericana, donde pasó los tres años más felices de su vida. “Había muchos problemas, una carencia absoluta e incluso sufrí fiebres que me tuvieron enfermo durante meses. A pesar de eso, salí llorando de las misiones...¡Ojalá hubiese podido volver!”, afirma con gran melancolía.
Tras su estancia en las misiones, el padre Eduardo se dedicó casi en exclusiva a la docencia. Colombia, Panamá, España...sus enseñanzas se repartieron a uno y otro lado del Atlántico. Fue en nuestro país donde el padre Eduardo terminó su labor docente, en el Colegio Agustiniano de Madrid, donde estuvo desde 1970 hasta 1992. “Guardo un recuerdo muy agradable de los años que estuve en el Agustiniano. Nunca me quejaré de mis alumnos. Tengo un maravilloso recuerdo de todos ellos. Los niños no son ni buenos ni malos. Son lo que el profesor quiere que sean”. Hablando con los que fueron sus alumnos y compañeros, queda claro que las “lecciones magistrales” del padre Eduardo iban más allá de la mera docencia.

La vida en la fe
De vez en cuando, el padre Eduardo se pasa coquetamente la mano por su pelo, blanqueado por el paso del tiempo. Hace 58 años que es sacerdote, aunque de corazón siempre lo ha sido.
P:
Son muchos años como sacerdote. ¿Se han frustrado algunas de las expectativas que tenía de joven?
R: Por supuesto que sí, pero la principal, que es el encuentro y la permanencia con Dios, gracias a Él, no.
P:
¿A qué tiene miedo un sacerdote?
R: Depende de muchas circunstancias. No obstante, creo que el mayor miedo que puede tener un sacerdote es el fracaso en su labor sacerdotal, en su vida pastoral, en su vida espiritual. Fuera de eso, a nada.
Los años no perdonan. El padre Eduardo usa un sencillo bastón para caminar. En cambio, para caminar por la vida, tan sólo le basta su enorme fe en Dios, su principal apoyo desde chiquillo. Sin embargo, vive en un mundo donde no todas las personas tienen una fe tan fuerte.
P:
¿Qué le diría usted a una persona que piensa que Dios no existe porque no hace nada por aliviar el sufrimiento y evitar las tragedias que padece el ser humano?
R: Le diría que nosotros no somos un mecanismo dirigido por Dios. Tenemos nuestra propia libertad. Ésa es la esencia del hombre. Si Dios nos evitara todas las dificultades, dejaríamos de ser hombres.

Eduardo
Un momento puede ser suficiente para conocer a las personas. Antes de comenzar la entrevista, el padre Eduardo estaba sentado en un pequeño salón. Al tiempo que yo llegaba, apareció una niña, que apenas alcanzaba los dos años, seguida por su madre. El padre Eduardo la miró, sonrió y su cara se llenó de ternura. Llamó a la niña y ella se acercó. El padre Eduardo no dijo nada. Sólo la acarició con un inmenso mimo.
P:
Padre Eduardo, ¿qué cosas hacen despertar las lágrimas en sus ojos?
R: Las grandes manifestaciones populares de fe. Una concentración con motivo de una romería, las congregaciones en San Pedro del Vaticano o cuando todo el pueblo canta, no importa el lugar, con un fervor grande...En esos momentos no me sale la voz, me ahogan las lágrimas.
P:
¿Cómo definiría la vida?
R: La vida...es un segundo que Dios nos da para acercarnos o retirarnos de Él.
El padre Eduardo es un hombre dicharachero, lleno de gran entusiasmo y una alegría que contagia a los demás, permitiéndole llegar fácilmente al corazón de las personas.
P:
¿Hay alguna frase que le haya marcado a usted y su relación con los demás?
R: “Ama y haz lo que quieras”. Lo dijo San Agustín. En un mandato tan sencillo y bonito se basa toda mi vida.
P:
¿Qué huella le gustaría dejar en las personas que le conocen?
R: Un recuerdo sencillo. Me gustaría que dijeran de mí: fue un hombre bueno, sencillo, un poco charlatán, pero un hombre bueno.

Eduardo Razquin, el padre Eduardo, como le llaman sus allegados, es un hombre lleno de una gran sencillez y ternura. Tal vez por eso esta entrevista se queda pequeña para una persona de tanta valía humana.

Descansa en paz, maestro, amigo.

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