lunes, 1 de octubre de 2007

Una obra de narices

De allende los Pirineos, ha llegado a Madrid uno de los narigudos más famosos (con permiso de Góngora) de toda la literatura universal: Cyrano de Bergerac. Hospedado en el incomparable Teatro Español, este poeta guasón y espadachín pendenciero, no tiene más intención que la de estoquear mortalmente el aburrimiento de quienes quieran pasar un agradable rato gracias a la celebérrima obra de Edmond Rostand. Enrolado en el entrañable ejército de antihéroes literarios comandado por nuestro Alonso Quijano, Cyrano de Bergerac nos transporta ese mundo de espada ágil y amor en verso que inmortalizó para siempre otro icono patrio apellidado Tenorio. Mas, a diferencia de éste, Cyrano nos muestra, en clave de elegante comedia, el eterno y siempre interesante conflicto entre el amor físico y el espiritual, entre la belleza exterior y la interior, entre el apuesto cadete Cristian y el narigón de Bergerac. ¿Quién triunfa? Pues, a costa de mantener el secreto, diré que el espectador, porque disfruta de dos horas de excelente teatro.

Bajo la acertada dirección de John Strasberg, (hijo del mítico fundador del Actor's Studio), la obra vuelve al teatro que ya pisó en su estreno en 1899, en esta ocasión, con José Pedro Carrión como alma máter y alter ego de Cyrano de Bergerac. ¡Menudo gran actor! Su pequeña figura destila una soberbia interpretación, tan brillante como entrañable, que vale por sí sola el coste de la entrada. En cuanto al resto del reparto, lo mejor que se puede decir es que son dignísimos camaradas de este Cyrano, destacando especialmente las sensacionales y divertidas actuaciones de Lucía Quintana y Cristóbal Suárez como Roxana y Cristian. Por lo demás, amén del extraordinario vestuario, el montaje cuenta con una escenografía sencilla pero utilísima y preciosa que, junto a la iluminación y la música, compone un marco más que adecuado para disfrutar de las desventuras de la nariz más famosa del teatro francés. Todas estas virtudes abruman y solapan el único defecto que tiene esta obra y es la irregularidad que muestra en la sucesión de escenas, alternándose unas francamente geniales (como por ejemplo la exposición del propio Cyrano sobre los distintos modos de criticar su apéndice nasal o la mítica escena nocturna bajo el balcón)con otras de olvido fácil, pese al estupendo buen hacer de los actores.



En definitiva, "Cyrano de Bergerac" es un "clásico" que se parece a los "clásicos", con un personaje tan peculiar como entrañable y universal que ofrece teatro de calidad y un mensaje esencial en esta época de metrosexuales y barbies de quirófano. En resumen: ¡Una obra de narices!

No hay comentarios: