Anoche tuve el placer de disfrutar de una nueva versión de la obra más inmortal, famosa y señera del teatro patrio, con permiso de "La vida es sueño" y "El alcalde de Zalamea", y que no es otra que "Don Juan Tenorio", de José Zorrilla. En esta ocasión, el celebérrimo galán y pendenciero llega al Teatro Albéniz y de la mano de la compañía valenciana L'Om-Imprebís, quien ha puesto en escena un Don Juan rebosante de originalidad, cariño y respeto por uno de los grandes iconos y arquetipos españoles.
El montaje dirigido por Santiago Sánchez, cercano a las dos horas y media de duración, destaca especialmente en el apartado artístico-técnico, aspecto este en el que es de justicia alabar la "sencilla" escenografía de Dino Ibáñez, que se muestra tan increíblemente eficaz como original, permitiendo recrear con unas cuantas tarimas móviles todos los lugares donde se desarrolla la trama. Tampoco van a la zaga el fabuloso vestuario, la sutil iluminación ni la fantástica música en directo, elementos todos ellos que constituyen una fenomenal base sobre la que construir un Tenorio.
En cuanto a las interpretaciones, cabe señalar que en líneas generales todo el reparto se entrega con innegable cariño, frescura y dignidad a sus personajes, si bien he de resaltar dos grandes interpretaciones y ambas femeninas: Trinidad Iglesias, como la astuta y pícara alcahueta Brígida, y Alba Alonso, como la cándida y dulce doña Inés, cuajan una extraordinaria función y, como las grandes de la escena, elevan la calidad interpretativa en cuanto pisan el escenario. En cuanto a los antagonistas del Tenorio, hay que decir que Vicente Cuesta y Carlos Lorenzo ofrecen unos don Gonzalo y don Luis Mejía dignos pero con ciertos problemas en el apartado vocal que malogran sus intervenciones. Pero hora es ya de hablar del Tenorio de este montaje: Fernando Gil. Como suele ocurrir en no pocas ocasiones, a este actor se le conoce más por su faceta televisiva que por su carrera artística. Por ello, sorprenden la pasión y el esfuerzo con los que se entrega a este totémico personaje. No obstante, su Tenorio es más bravucón que carismático y más fresco que imponente, y quizás por ese motivo su interpretación pueda chocar con la imagen que se puede tener de este personaje, más próxima a la de memorables interpretaciones como la de Ramón Langa en el teatro Español en 2002. Fernando Gil va de menos a más, al menos en la función de anoche, y en eso salen perjudicadas escenas tan famosas como la tercera (¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor?...) y la décima (Llamé al cielo, y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo) del cuarto acto, pero favorecida la segunda parte en general y el final en particular, cuajando un don Juan conmovedor y humano que se gana sobradamente el aplauso.
En definitiva, el "Don Juan Tenorio" de L'Om-Imprebís es un digno montaje, original y respetuoso, que aunque sólo fuera por la sensacional segunda parte de la obra merece la pena ver y disfrutarse. Olé, Tenorio, olé.
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