jueves, 3 de abril de 2008

Nikola Tesla: El abuelo del siglo XXI

“El presente es suyo; el futuro es mío”. El responsable de esta frase es el protagonista de este artículo. Suyos son igualmente cientos de inventos patentados entre los que se encuentran la tecnología de la radio, el control remoto, las bujías, el motor de inducción, las bobinas para el primer generador eléctrico de corriente alterna…Gracias a ellos, es uno de los inventores más importantes de la Historia pero, por culpa de su peculiar vida, es también uno de los más desconocidos. Su nombre: Nikola Tesla.

Un niño muy especial
Este gran genio (su altura rondaba los dos metros) nació el 10 de julio de 1856 en Smiljan (entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro y hoy a Croacia) en el seno de una peculiar familia, puesto que su padre era sacerdote ortodoxo y su madre, inventora de curiosos aparatos para usos domésticos, como fue el caso de una batidora de huevos mecánica. Quizás influido por su progenitora, el entonces pequeño Tesla no tardó en deslumbrar en sus estudios, siendo capaz de memorizar libros completos y de realizar complejos cálculos matemáticos, para asombro de sus profesores. Su espectacular formación se completó en Austria y Checoslovaquia, llevándose de allí en su petate estudios en Ingeniería Eléctrica, Mecánica y Física.

Conociendo al ingrato Edison
En 1881 trabajó en Budapest (Hungría) para una compañía de telégrafos, pero Hungría no tardaría en quedar menuda ante su talento (trabajó por ejemplo en el primer sistema telefónico del país) y, un año más tarde, cambió Budapest por París (Francia) para incorporarse a la compañía de
Thomas Alva Edison, etapa en la cual ideó el primer motor de inducción.

Con sólo 28 años, Nikola Tesla cruzó el Atlántico rumbo a Nueva York, con una carta de Charles Batchelor, socio de Thomas Edison, que decía lo siguiente: “Querido Edison: conozco a dos grandes hombres y usted es uno de ellos; el otro es este joven”. Con estas referencias, Edison contrató al espigado ingeniero para que mejorara sus generadores de corriente continua, ya que por aquel entonces, el alumbrado de Nueva York y otras ciudades estadounidenses corría a cargo de Edison, amo y señor de la corriente continua.
Pese a que Tesla cumplió sobradamente su cometido y además proporcionó a su jefe nuevas y jugosas patentes, su cabeza ya pergeñaba lo que sería uno de sus grandes hitos: la corriente alterna, algo que no era precisamente del gusto de Edison, quien dejó a Tesla sin 50.000 dólares que le había prometido por su colaboración y, como colofón, decidió no subirle su sueldo (25 dólares semanales). Ante semejante calambrazo, el portentoso croata se marchó de la empresa, llevándose consigo una considerable decepción y dejando atrás a un Edison que no tardaría en volver a darle quebraderos de cabeza.

¡Salvemos a Tesla!
Tras esa mala experiencia, en 1886, Nikola Tesla decidió montárselo por su cuenta en un laboratorio (
Tesla Electric Light & Manufacturing), pero no le fue muy bien que digamos. Por suerte, la Western Union Company acudió al rescate en 1888 y le dio fondos suficientes para que continuara con el desarrollo de componentes esenciales para generar y transportar corriente alterna a través de grandes distancias. Gracias a ello, Tesla fabricó, entre bastantes cosas, y el primer motor de inducción, que ya ideó tiempo atrás, y las primeras bobinas para el generador eléctrico de corriente alterna. Comenzaba así la llamada “Guerra de las Corrientes” con su otrora jefe, Thomas Edison.

AC/DC: Alta tensión
Si hubo alguien al que no le gustaron los progresos de Tesla ese fue su “colega” Edison, que no estaba dispuesto a dejar que nadie le chafara el negocio eléctrico, monopolizado por su corriente continua (DC, direct current), estándar en aquella época en EEUU. Para ello, no dudó en utilizar cualquier argumento para desprestigiar a Tesla y su corriente alterna (AC, alternating current), utilizando ejemplos que rozaban lo delirante: electrocución pública de perros y caballos e invención de la silla eléctrica, que funcionaba con la demoníaca corriente de su rival. Por su parte, el croata no se amilanó y decidió demostrar la principal ventaja de su corriente alterna, su facilidad de transformación: Utilizando un transformador y un único conductor, la corriente alterna permitía elevar el voltaje hasta valores suficientes para distribuir la energía eléctrica a grandes distancias, pero con una corriente de baja intensidad que minimizaba las pérdidas, ya que no era necesario disponer de ningún conductor de tierra. Una vez en su “destino”, la energía podía ser reducida cómodamente para su uso. Tesla resumió toda esta explicación en la frase “transmisión de energía eléctrica a través de un único cable sin retorno”, que se encargó de demostrar en una exhibición en la Feria Mundial de 1893 celebrada en Chicago.
Las ventajas de la corriente de Tesla no tardaron en encontrar respaldo financiero, gracias a que la Westinghouse Corporation compró al croata todas sus patentes para la manipulación de la energía eléctrica y le ofreció además el pago de royalties por la explotación de la energía eléctrica que se generase con sus inventos. De esta forma, el tándem Tesla-Westinghouse no tardó en ganar la batalla a Thomas Edison y su General Electric, que lógicamente había apostado por la corriente continua. Muestra de esta superioridad fue la puesta en marcha en 1895 de la que por entonces era la mayor central hidroeléctrica del mundo, en las cataratas del Niágara, que funcionó exitosamente con la corriente alterna de Tesla y el soporte de la Westinghouse Corporation.

Adiós Westinghouse, goodbye royalties
Un ejemplo de que se puede morir de éxito fue el final de la relación del genial croata con la compañía que lo había apoyado decididamente: Debido al coste económico de la carrera tecnológica en favor de la corriente alterna y los pleitos judiciales con Edison,
George Westinghouse pasó por estrecheces económicas y le sugirió a Nikola Tesla que renunciase a recibir los crecientes royalties que éste venía recibiendo por la generación de energía. Tesla, tan altruista como torpe, accedió y rompió el contrato que le unía a Westinghouse, como agradecimiento a quien había creído en él en los inicios. Después de esto los problemas económicos que Tesla vivió en sus comienzos volvieron a aparecer, condicionando decisivamente su vida e investigaciones.

¡La radio es mía!
Repasemos un poco de historia: En 1909 el italiano Guglielmo
Marconi gana el premio Nobel por su aparato de radio, que transmitió la primera señal de radio que cruzó el Océano Atlántico en 1901. No en vano, Marconi está considerado el inventor de la radio, al conseguir la primera patente de este aparato. ¿Todo correcto? No. El italiano, que además de inteligente era bastante listo, ingenió y patentó un invento que utilizaba hasta 17 patentes tecnológicas propiedad de Nikola Tesla. Había nacido el otro gran pleito judicial en la historia de este prodigioso ingeniero. ¿Qué había pasado? El croata, después de su etapa en la Westinghouse, decidió concentrarse en experimentar en el campo de las ondas de radio y de las altas frecuencias, lo que le llevó, casi sin darse cuenta, a inventar la radio. En 1899, por ejemplo, mientras experimentaba con corrientes eléctricas en alta frecuencia y con grandes voltajes en una alta meseta en Colorado Springs, su nueva base de operaciones, Tesla creyó recibir señales de radio de los alienígenas, para guasa de la comunidad científica internacional. ¿Dónde está el problema entonces? En la ingenuidad de Tesla, quien no sólo creía que había gente emitiendo en radio desde el planeta Venus, sino que no patentó la radio como invento. Quien sí lo hizo, Marconi, gozaba además de una satisfactoria situación financiera de la que carecía Tesla y que le permitió partir con ventaja en la batalla judicial. Tan dura fue la pugna que no fue hasta 1943, ya muertos ambos litigantes, cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos reconoció la prioridad de Tesla sobre la patente de la radio, reconociéndolo así como inventor del aparato, aunque el nombre de Marconi ya hubiera quedado para la posteridad.

La ciencia ficción de Tesla
Conforme fueron pasando los años, los ingenios de Tesla fueron ganando en sofisticación, bordeando por momentos la ciencia ficción. Por ejemplo, el esbelto croata utilizó sus conocimientos y patentes de radio para diseñar un barco teledirigido al que se podría añadir torpedo, además de ingenios robóticos que Tesla visualizaba como «hombres mecánicos diseñados para ayudar a los hombres en las tareas más tediosas», aunque resultaran del todo inútiles.
Igualmente, ideó una torre de más de sesenta metros de altura, conocida como Wardenclyffe Tower, desde la cual quería haber demostrado que se podía enviar o recibir información o energía sin usar cables; pero tuvo que desistir por no disponer del dinero suficiente (¡cómo se echaban de menos ahora los royalties!) y la inacabada y abandonada torre fue finalmente demolida en 1917.
Volviendo a la ciencia ficción, en vísperas de la 2ª Guerra Mundial, el peculiar inventor croata maquinó lo que sería conocido como “Rayo de Tesla”, un pulso electromagnético de tal potencia que sería capaz de derribar una flota de 10.000 aviones situada a 400 kilómetros de distancia, con el que paradójicamente quería acabar con las guerras. Este proyecto tampoco salió adelante, si bien guarda cierto parecido con el rayo de partículas supuestamente desarrollado en era similar a la Iniciativa de Defensa Espacial proyectada por Ronald Reagan durante la Guerra Fría. Teniendo esto en cuenta, a nadie debería extrañar que hubiera gente que responsabilizara a Tesla y su rayo de la colosal explosión sucedida en Tunguska (Siberia) en 1908, aunque lo cierto es que actualmente se señala a un meteorito como el culpable de la kilométrica devastación.

Un ocaso rodeado de misterio
Huraño, arruinado y obsesionado con ideas de lo más extravagantes, Nikola Tesla falleció en un hotel de Nueva York el 7 de junio de 1943. Una muerte que daría pie a toda clase de teorías de la conspiración, ya que, aprovechando su deceso, buena parte de sus documentos fue o confiscada o extraviada. Sea como fuere, en ese verano moría un científico extraordinario que, como tantos otros genios, pensó adelantándose al tiempo en que vivió, un hombre que puso las bases de muchos de los grandes avances del siglo XX…y XXI.


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