lunes, 21 de septiembre de 2015

"La visita": inquietantemente humana

"La visita" es la última película de M.Night Shyamalan y no sólo es nueva sino que es buena; algo que, vistos (o no) sus últimos truños, hace de ella una excelente noticia y muy agradable sorpresa para quienes nos temimos que la carrera de este cineasta estuviera ya tocada y hundida bodrio tras bodrio. Afortunadamente, el ingenio es como un adolescente en plena transición mental y fiesta hormonal: no sigue el camino previsible. Y Shyamalan, de ingenio, va sobrado. Por sobrarle, en esta ocasión, le sobran hasta las grandes estrellas y los millonarios presupuestos; algo que, lejos de perjudicarle, le permite volver a reencontrarse con su género favorito, su estilo narrativo y su público haciendo una película más "modesta" pero infinitamente mejor que las últimas y (casi) a la altura de sus excelentes inicios.

A medio camino entre la comedia y el terror, Shyamalan nos ofrece en "La visita" una película que parece una mezcla entre una historia de Chris Columbus y otra de Michael Haneke. Un rareza (¿qué peli suya es convencional?) tan efectiva (que no efectista) y entretenida (mucho) que lo mismo te hace reír que te tensa e incomoda. La historia principalmente cuenta la estancia durante una semana de dos niños con sus abuelos maternos en una recóndita localidad estadounidense mientras su madre intenta rehacer su alegría en un crucero con su nuevo novio. Una estancia gracias a la cual (o por culpa de la cual, según se mire) la chica y el niño protagonistas descubrirán que la condición humana, que la existencia cronológica, biológica y sentimental, que la vida es mucho más siniestra que el más perverso cuento de brujas.

Así, las tramas y subtramas que integran "La visita" ponen en marcha una maquinaria narrativa en la que se combinan el viaje iniciático, el found footage, el drama familiar, la comedia adolescente, el thriller psicológico, la cultura popular y la metaficción con un resultado más que aceptable en cuanto a interés y entretenimiento se refiere. El riesgo, cuando va acompañado de talento, siempre tiene premio. No en vano, este arriesgado y simultáneo manejo de géneros y subgéneros sería imposible sin la gran habilidad que demuestra Shyamalan para elaborar un relato construido sobre una constante e inteligente dialéctica entre el humor y el horror, lo cotidiano y lo universal, la rutina y la sorpresa, lo implícito y lo explícito, lo clásico y lo postmoderno, la seriedad y la guasa, lo real y lo mental, la calma y el caos, la juventud y la vejez, el rencor y el perdón, la negación y la aceptación, la inocencia y la experiencia, la sensatez y la demencia, la vida y la muerte...

De todos modos, para que quede claro, "La visita" es una película de miedo en la línea del terror gótico y que, si no fuera por sus puntuales concesiones al humor y la distensión, sería absolutamente demoledora. Sin querer entrar en spoilers, diré que lo más inquietante de "The visit" no son los "sustos" (de los que ya nos vacunan en los tráilers) sino los dos temas de los que está constantemente hablando al espectador y cuya capacidad para inquietar está directamente unida a la condición humana:
Por un lado, "La visita" gira en torno al horror del paso del tiempo en lo corporal, en lo neurológico, en lo afectivo, en lo anímico, en lo mental...Una inquietud ante lo inexorable perfectamente entendible y reconocible y que el director subraya sin dramatismos ni efectismos pero con claridad en los primeros tres cuartos de la película...hasta ese giro argumental, marca de la casa por lo brillante e inesperado, que inicia el tour de force que precipita la historia hacia su desenlace y en la que
abandona cualquier concesión al drama para zambullirse en el terror más "convencional", sin renunciar eso sí a colar el humor en alguna que otra frase bastante bien traída en medio de un cisco demencial, en todos los sentidos.
Por otro lado, "La visita" nos habla de las dificultades de la aceptación: de la aceptación del pasado, de nuestras taras (físicas, emocionales, afectivas...), de los errores (propios o ajenos), de lo hecho y de lo no hecho, de nuestros miedos, de nuestros traumas, de la vida como un deterioro lineal, progresivo e irremediable, del presente como única oportunidad para improvisar la felicidad...En este sentido, todos los personajes de la película, pero muy particularmente los dos hermanos protagonistas, se enfrentan al desafío de la aceptación, un reto ante el que el fracaso sólo conduce a la locura y/o la muerte.

Si a todo lo dicho hasta aquí se le suma que "La visita" tiene un casting bastante acertado, unas interpretaciones muy solventes y convincentes y un buen montaje, no cabe duda que estamos ante una producción que, sin ser una obra maestra (ni tener pretensión de ello), sí es una película notable, entretenida e interesante. Quizás, por ponerle algún "pero", se podría decir que son perfectamente prescindibles los dos epílogos (el "familiar" y, sobre todo, el "rapeado") que Shyamalan incluye quizás con la idea de dotar con una moralina buenista que no aporta gran cosa a una historia que no necesita moralejas.

Pese a estos detalles a pulir, que es pura cuestión de gusto y absolutamente discutible, "La visita" vale los euros y los minutos que gaste cualquier espectador porque es inquietantemente humana y la ¿confirmación? del regreso del mejor M. Night Shyamalan.     

domingo, 20 de septiembre de 2015

Yo vi jugar a España

Antes, las grandes gestas y sus protagonistas legendarios quedaban escritos en los susurros de los ancianos, en la piedra mordida por el viento de los días, en los papeles olvidados por el tiempo, en las estrellas donde los inmortales velan los sueños de los que no lo son.
 
Ahora, hay grandes gestas y protagonistas legendarios que no necesitan ni los susurros ni las piedras ni los papeles ni las constelaciones. Basta con cerrar los ojos e invocar al recuerdo, con consultar archivos para remontar hasta llegar al escalofrío, con dejar que tus oídos te cuenten el eco de noches de risas
inmensas, ojos llorosos, corazones revolucionados y puños apretando la felicidad entre los dedos. Ahora, basta con ellos, con la selección de baloncesto, con los que vencieron en la titanomaquia mundial, los que prevalecieron tras el ragnarok europeo, los que siguieron en pie tras el armagedón olímpico. Ahora basta con ellos, con la selección de baloncesto, con los que tienen el esfuerzo como hoja de ruta, la humildad como mantra y la magia como arma secreta. Ahora basta con ellos, con la selección de baloncesto, el principal exponente de la mejor generación de deportistas españoles de toda la Historia, con los más grandes de todos los increíbles. Ahora basta con ellos, con la selección de baloncesto, con nuestras armas de satisfacción masiva, con los que dan lecciones magistrales dentro y fuera de la cancha. Ahora basta con ellos, con la selección de baloncesto, con el equipo liderado por un héroe inolvidable que nació en Sant Boi para vivir en la eternidad.

Ahora basta con ellos, con quienes nos han enseñado que en el deporte, como en la vida, lo importante no es cómo se empieza
sino cómo se acaba; que el premio no está en la meta sino en lo que aprendes y (te) demuestras hasta que llegas a ella; que las limitaciones y carencias nos ayudan a reconocer las cualidades sobre las que construirnos; que ningún camino fácil lleva a algún sitio que merezca la pena; que el futuro nunca se ha escrito en el pasado; que no hay que tener miedo a los grandes retos porque son los únicos que te hacen mejorar; que es en los momentos de dificultad donde se plantan las semillas de las alegrías; que el éxito no depende del marcador sino de la actitud; que juntos siempre se llegará más lejos y más alto de lo que podría llegarse solo; que la felicidad no te la regala nadie sino que hay que sudarla, pelearla, conquistarla campeonato a campeonato, partido a partido, cuarto a cuarto, jugada a jugada, segundo a segundo, décima a décima.

Así que por lo que nos/me habéis hecho ver, sentir, vivir y aprender, gracias. Gracias por darnos, por darme, otra vez (y van...) un motivo más para poder decir que yo tuve la suerte, el honor y el placer de ver jugar a España. Muchas, muchas gracias, campeones.

martes, 15 de septiembre de 2015

La cortina catalana

Aviso para navegantes nº1: tengo apellidos catalanes, sangre catalana y amigos catalanes. Y estoy orgulloso de todo lo catalán que forma parte de mí.
Aviso para navegantes nº2: no es la primera vez que escribo en el blog sobre "lo de Cataluña" (ver El día después (del ridículo) o A vueltas con Cataluña, por citar los posts más "recientes") pero sí me encantaría que fuera la última, al menos por los motivos actuales.
Aviso para navegantes nº3: Soy plenamente consciente de que estos días se han escrito excelentes y muy recomendables artículos sobre este mismo asunto, como por ejemplo los de David Jiménez, Javier Marías, Javier Cercas, Jordi Évole o Risto Mejide. Por eso, mi intención con este post no es superar a otros ni imitarlos sino simplemente dar mi opinión respecto a un asunto que no merece el silencio ni la ambigüedad.

Dichos estos avisos, al grano: "lo de Cataluña" (que es lo de las elecciones del 27 de septiembre, pero también lo del sobado "procés" soberanista, lo de las incansables e insaciables reivindicaciones regionalistas, lo del atávico y patológico victimismo "nacionalista" y lo de la manipulación de la Historia, los conceptos, el lenguaje y los sentimientos por parte de personas-personajes que de políticos poco y de demócratas menos) me parece una cortina, no sé si de humo, pero cortina al fin y al cabo y, como tal, pretende ocultar lo que hay "al otro lado", con independencia del lado en que esté uno. Me explico: 
- A un lado de la cortina tenemos a un presidente, autonómico, Artur Mas, quien, junto a sus compadres, cómplices, socios, rémoras y voceros, quiere esconder bajo la "estelada" la basura que han acumulado con años de chapuzas, golfadas, farsas y
despilfarros que no perdonaría ningún elector en su sano juicio. ¿Cómo lograr esto que a priori parece imposible? Como está haciendo: recurriendo a la sugestión emocional, a la persuasión sentimental, a la movilización visceral, a la tergiversación de la realidad, a la perversión del lenguaje, a la manipulación de la Historia (hasta niveles desternillantes), a la intensificación de un discurso victimista tan efectivo como insostenible, a la escenificación de un mesianismo cuyo reino no es de este mundo (y de ninguno), a la equiparación de ilegalidad con democracia, a la mutación del "president" en "amado líder", a la conversión del discrepante en amenaza, a la reiteración de promesas infundadas e incumplibles, a la impostura como estilo de vida...lo que sea con tal de que nadie en aquellos lares caiga en la cuenta de que Cataluña ha estado y está en manos de una "gente" que hace que los 40 ladrones de Alí Babá parezcan la banda de Danny Ocean; lo que sea con tal de que nadie en Cataluña se convenza de que el problema no es España sino la cleptocracia
con barretina; lo que sea con tal de no ser arrollado por la responsablidad. Es decir, que, ante su demostrada incapacidad de afrontar la realidad y/o asumir errores y/o aportar soluciones y/o diseñar un proyecto político serio y tangible, Artur Mas y sus complementos circunstanciales han decidido huir hacia delante, poniéndose el mundo por montera y pasándose por la quilla el "seny", las leyes, la lógica, la ética y todo aquello que recuerde al emparador que está no ya caminando, sino corriendo despendolado y en pelotas. Por eso, más que una campaña electoral o política, lo que Mas y sus colegas han desarrollado es una campaña de enajenación mental que no parece ser transitoria
- Al otro lado de la cortina tenemos a otro presidente, estatal, Mariano Rajoy, quien, junto a sus palmeros, camarilla, compañeros y mamporreros propagandistas, quiere esconder bajo la bandera nacional una legislatura ensimismada, enajenada, chulesca,
deprimente, desquiciada, indignante, cuya mejor crónica la podemos encontrar en las revistas satíricas y en los sumarios de los juzgados y que no perdonaría ningún elector en su sano juicio. ¿Cómo lograr esto que a priori parece imposible? Como está haciendo: apostando por la ineptitud, el tancredismo y el comportamiento pasivo-agresivo como hoja de ruta personal, gubernamental y política que permita convertir un problema perfectamente subsanable de base (con el cerebro en la cabeza y el ordenamiento jurídico en la mano) en una situación de tiroteo en O.K. Corral que habilite o justifique abonar, avivar, alimentar y anfetaminar el discurso del miedo, que es la única tabla de salvación para quien ha naufragado en lo político, lo social, lo intelectual, lo ético, lo moral y lo sináptico, como es que el caso del PP en general, el Gobierno en particular y Mariano Rajoy en lo individual. Así las cosas, la actitud del Gobierno hacia "lo de Cataluña" tiene bastante de bombero pirómano no tanto por originar el cisco como por consentirlo, ya que ha permitido deliberadamente que un teletubi como Artur Mas se venga arriba y se crea Conan el Bárbaro. ¿Por qué? Porque con el incendio catalán, espera o está convencido de que el personal o, al menos, los electores del PP, se distraigan con el humo (ya que llamas, de momento, hay pocas) y olviden (al menos hasta después de las elecciones generales) que ha sido el Gobierno de Mariano Rajoy quien ha disecado económica y fiscalmente a la clase media, emprobecido el mercado laboral, penalizado la cultura, sodomizado a los medios de comunicación tradicionales, puteado a los jueces independientes, convertido la iniciativa legislativa en un chachachá, ofendido tanto a quien le votó como a quien no, hecho el ridículo diplomático o navajeado el bienestar, por citar sólo algunos de los "greatest hits" de Mariano's band. Pero, nuevamente...¿Por qué? Porque Mariano Rajoy (o las vocecitas que tengan en su cabeza) cree que fabricando un anticristo como Mas él se podrá presentar electoralmente como el cordero encarnado y mesías de una España cojonuda.  

Así las cosas, vistas en perspectiva y de forma comparada las razones y las actuaciones de Mas y Rajoy, se puede sacar en claro que el antagonismo no es total e, incluso, se podría decir que es
cosmético, superficial. ¿Qué quiero decir? Que Mas y Rajoy tienen más puntos en común de los que a priori podría pensarse, como por ejemplo...
- Ambos actúan, hablan y piensan con la soberbia y el convencimiento de que representan el ser, pensar y sentir de todo un colectivo, cuando la verdad es que ni Cataluña es Mas ni España es Rajoy. Lo único que representan es al colectivo de "Impresentables No Anónimos". 
- Ambos tratan con desdén o, directamente, con beligerancia, cualquier opinión, consejo o postura que no encaje con su pensamiento. Son dos yonquis del discurso único.
- Ambos demuestran una absoluta falta de sensibilidad o empatía que les permita calibrar el alcance de sus desaciertos. Están demasiado pendientes de autocomplacerse, del "qué hay de lo mío" en vez de ponerse en la piel de una ciudadanía que es la única víctima de tanta turbulencia.
- Ambos se necesitan para tapar sus respectivas vergüenzas y desmanes.
- Ambos se necesitan mutuamente para presentarse ante los suyos como antídotos y "salvapatrias", como única vía/salida hacia un futuro mejor cuando ellos nunca formaron ni formarán parte de la solución sino del problema.
- Ambos necesitan los constantes errores y provocaciones del otro para vertebrar y fundamentar un discurso de garrafón como sustituto de cualquier ideario político serio o programa electoral.
- Ambos buscan alimentar y perpetuar una situación de tensión máxima que ponga al electorado "on fire" y acuda a las respectivas urnas como quien acude a una cita con Charlize Theron/Brad Pitt.
- Ninguno de los dos quieren electores civilizados, bien informados y con la sensatez en "modo on". Ellos quieren hooligans o, mejor dicho, quieren los votos de los hooligans, y, para eso, les sobran los cerebros (suyos y ajenos). 
- Ambos encarnan una forma de entender y hacer la política muy española en tanto que el esperpento es un género made in Spain. Son dos aberraciones impensables en otro país que no fuera tan tragicómico como España.
- A ninguno de los dos les mueve la ética, la moral, la razón, el altruismo ni la responsabilidad. Son dos ejemplos de la estupidez humana, dos especímenes de la involución política española y dos muestras con validez universal de qué significa la palabra "irresponsabilidad". 
- Ambos han actuado y actúan con un comportamiento poco o nada democrático, no sólo por su ninguneo o demonización a "todo-aquel-que-no-sea-como-yo" sino porque demuestran ignorar o haber olvidado que, en democracia, los votos cuentan pero las leyes también y que del mismo modo que no puede haber nada fuera de las leyes tampoco puede haber leyes fuera de la realidad

No obstante, conviene aclarar o subrayar que el único culpable
(político y penal) de crear esta situación es el enajenado Artur Mas...igual que el único responsable (político y legal) de consentirla o solucionarla es el absurdo Mariano Rajoy. Cuando dos partículas así chocan, lo normal es que surjan agujeros negros como el que se ha abierto. El desenlace, incierto.

Por otra parte, entiendo perfectamente que haya gente que se crea la cantinela del "país" que promete a sus deudos Artur Mas:
pasarse por el forro las leyes nacionales, los tratados internacionales, las deudas económicas, la Historia, la lógica, los errores propios, los aciertos ajenos...es muy seductor para quien quiera mandar la conciencia y la consciencia a por tabaco. El estado catalán que promete Mas hace que Jauja parezca un gulag. La Cataluña a la que dice aspirar Mas es una película de Disney con guión de los Hermanos Marx. Claro que, yo, humildemente, desconfiaría de un proyecto apoyado por freaks como Karmele Marchante...

De todos modos, en el fondo, más allá de lo político, "lo de Cataluña" es un asunto en torno al cual se ha articulado una peligrosa dialéctica de contrarios de la que no puede, por definición, salir nada bueno (ahí está la Historia, la nuestra y la universal, para dar muestra de ello). De momento, la amenaza de quiebra social, de herida íntima, ya está ahí...Es una pena que políticos y ciudadanos hayan olvidado lo que dijo el clásico: la virtud siempre estará en el término medio. Pero mayor pena es todavía que exista gente capaz de dejarse influenciar por lo que hagan o digan tipos como Artur Mas o Mariano Rajoy.

Por eso y para acabar: no me preocupa tanto una España sin Cataluña como una España con estupidez. Sea como fuere, aún están/estamos a tiempo de impedir que la cortina se convierta en muro.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Distancia

La inauguración había sido un éxito: los cuerpos chocaban en brindis, las sonrisas se intercambiaban como tarjetas de visita, las bocas centrifugaban canapés, los zapatos bailaban el chotis del espacio menguante, los ojos escrutaban las extrañas esculturas con un afectado voyeurismo y el aire se llenaba de palabras donde antes había oxígeno. La mayoría de los presentes apenas se conocían entre sí pero todos tenían el nexo común del artista taciturno que ahora surfeaba por la galería entre saludos comprometidos y elogios de garrafón mientras su ego declaraba el estado de obesidad mórbida. Fuera, la noche de julio llevaba el agosto a las terrazas y el sudor a los recovecos corporales.

Allí, en esa sofisticada sala convertida en caja de gusanos engalanados, se vieron. Había pasado tiempo. No mucho. El suficiente. Semanas. Tal vez meses. La mirada apenas duró un segundo. No mucho. Lo suficiente. Ambos estaban enmarañados en esas conversaciones en las que la gente acostumbra a dejarse llevar por una inercia insustancial e inocua. Ambos escondieron bajo su rostro cualquier gesto o expresión que delatara sorpresa, pensamiento, sentimiento o intención. Ambos siguieron dialogando mecánicamente con sus aledaños como si aquel cruce de miradas hubiera sido un choque fortuito del que no había necesidad de dar parte. Ambos decidieron no volver a mirar para evitar verse. Ambos trataron de autoconvencerse de la ausencia de toda importancia. Pero la tenía. No mucha. La suficiente.

Mientras se afanaban en su disimulo, sus respectivas mentes volvieron al pasado. Al penúltimo capítulo. Dos versiones de un mismo hecho. Una conversación en la que la lejanía física disfrazó de valentía a la cobardía. Un diálogo en el que la imposibilidad de ver y oír al otro desnudó las palabras en toda su crudeza. Una reyerta librada entre pantallas y teclas. Una inesperada tormenta textual de metralla sentimental. Un trapicheo febril de culpas y reproches. Una pirotecnia de palabras difíciles de olvidar. Un brusco y tosco lavado de conciencia propia con sangre ajena. El atronador naufragio de una relación desorientada hasta aquel momento por la ambigüedad y el ajedrecismo de quien no queriendo perder se olvidó de ganar. El estrépito antes del silencio. El hundimiento en el pasado de todo presente y, quizás, de todo futuro. Una herida a cobro revertido. La sangre, el pus y la lágrima.

Dudaban. Dudaban si dejarse llevar por el rencor y apostar por la indiferencia o bien dejarse llevar por la sensatez y apostar por la educación. Dudaban si mantener en pie las trincheras de los reproches o bien construir un puente de entendimiento. Dudaban si tomar la iniciativa o bien quedarse a la espera de lo que hiciera el otro. Dudaban si recuperar el ayer o sentenciar el mañana. Y mientras dudaban, no dejaban de pensarse. Y mientras dudaban, conversaban, sonreían, comían y saludaban con las personas de su alredor como si en su cabeza estuviera sonando Vivaldi en lugar de Marilyn Manson.

De pronto, la especulación terminó. Él dejó la copa en una bandeja, se despidió de los hombros que lo rodeaban y atravesó la sala convertido en la proa de un barco con la mirada clavada en ella. Ella miró con el rabillo del ojo e intentó fingir que lo que se aproximaba era un fantasma, alguien del pasado, incorpóreo, invisible, muerto. Conforme la distancia y las personas entre ellos menguaban, la sangre se volvió una riada que descosió cualquier guión. Bienvenidos al punto de no retorno. Dos metros. Un metro. Un segundo. Ella se giró hacia él con toda la serenidad de la que fue capaz y mantuvo su boca cerrada a la espera de que él abriera la suya. Él siguió caminando hacia ella, pasó a su lado y la dejó atrás. Luego, desapareció por la puerta de salida y no volvió.

lunes, 31 de agosto de 2015

Wes Craven sin tópicos (o casi)

Es raro y complicado huir de tópicos y lugares comunes a la hora de escribir sobre el fallecimiento de Wes Craven. Podría decir que me fastidia o, hablando claro, que me jode mucho su muerte porque algunas de sus películas están entre mis favoritas en lo que a terror cinematográfico se refiere, siendo dicho género mi favorito dentro de mi afición cinéfila. Podría decir que lamento su pérdida más que la de muchos cineastas actuales porque era uno de los tres nombres claves (junto a Carpenter y Cronenberg) para entender las "horror movies" contemporáneas: ellos fueron al miedo lo que Hitchcock al suspense o los hermanos Marx a la comedia, así de sencillo. Podría decir que por mérito/culpa de Wes Craven muchas noches en mi infancia me costó quedarme dormido. Y aun habiéndolo dicho, tengo la sensación de que, escriba lo que escriba, me dejaré algo en el tintero; así que mejor seré breve.

Siendo honestos, Wes Craven fue como la mayoría de los buenos directores (a excepción de Billy Wilder, porque los genios no cuentan): imperfecto. Realizó películas antológicas (Pesadilla en Elm Street), brillantes (La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos y las tres primeras entregas de Scream), entretenidas (La serpiente y el arco iris, El sótano del miedo, Vuelo nocturno) y truños indefendibles (Shocker, Un vampiro suelto en Brooklyn, La maldición, Almas condenadas y Scream 4). Por ello, hay que valorar merecidamente a un tipo capaz de idear personajes como el ya legendario Freddy Krueger o a un Ghostface casi convertido en icono de la cultura pop actual. Porque quizás
Wes Craven no fuera un genio (que no lo fue) pero sí un cineasta que sabía hacer muy bien su trabajo y con una envidiable capacidad analítica para entender el terror como género fílmico y las películas como parte del imaginario popular y la cultura colectiva, como quedó más que patente en la genial trilogía de Scream. Además, no sólo demostró que comprendía perfectamente que el terror consiste en asomarse a aquello que, voluntariamente o no, está oculto a nuestra vista y/o consciencia sino que también abordó como un tema casi distintivo la delgada línea que separa la realidad de la ficción, lo real de lo que no lo es, lo vivido de lo imaginado; asunto éste muy interesante (al menos para mí) y que podemos encontrar en películas tan emblemáticas suyas como las ya citadas Pesadilla en Elm Street (1 y 7), La serpiente y el arco iris y Scream.

Por todo eso, hoy, con su muerte, no sólo se han quedado huérfanos Freddy, Papá Júpiter, Ghostface y demás sino todos los amantes del cine en general y del terror en particular. Ha muerto alguien capaz de conseguir que tópicos como el que acabo de decir y quería evitar tengan pleno sentido. Ha muerto alguien de quien echaremos de menos su buen hacer tras la cámara, ésa que tantos buenos sobresaltos nos ha regalado durante casi cuarenta años a varias generaciones de espectadores. Descanse en paz. 
 

viernes, 28 de agosto de 2015

El efecto desidia

El célebre concepto del "efecto mariposa" dice, grosso modo, que una acción o perturbación, por muy pequeña y/o distante que sea, genera una reacción en cadena que puede provocar efectos mayores, imprevistos y no tan distantes ni en el espacio ni en el tiempo. Ya saben: el aleteo de una mariposa en una parte del mundo provoca un huracán en otra.

Atendiendo a las incesantes y trágicas noticias sobre la masiva llegada de refugiados e inmigrantes a Europa que se han convertido desgraciadamente en la "canción del verano" en el plano informativo, creo que es un siniestro ejemplo del efecto mariposa aplicado al ámbito sociopolítico. Me explico: los conflictos olvidados y los no tan ignorados de los que de un tiempo a esta parte tenemos constancia periodística son el aleteo de la mariposa y la multitudinaria y constante huida hacia Europa
el huracán. Y esto no se produce tanto por el conflicto en sí (ya hablemos de guerra, terrorismo yihadista, hambruna, pobreza extrema, etc) o por los países de origen (que sólo se pueden calificar como "fallidos" o "corruptos" o "fantasma") como por la hipocresía y, especialmente, la desidia con la que ¿atienden? y ¿gestionan? esos conflictos los países que, por potencial (económico, militar, histórico, etc), están en condiciones de solventarlos. Por poner ejemplos concretos: no puedes lavarte las manos con un conflicto como el de Siria y esperar que las consecuencias no llamen a tu puerta tarde o temprano; ni puedes apartar la vista de las tragedias enquistadas en África y esperar que la gente
deje de buscarse y jugarse la vida para tener un futuro mejor aun a riesgo de acabar en el fondo del Mediterráneo. No puedes. Y menos todavía en un mundo totalmente conectado, en fondo y forma, como el actual. Cerrar los ojos no hará que el dinosuario desaparezca del jardín. Cerrar los ojos no hará que vivamos en un mundo mejor ni más digno ni más llevadero.

Claro que, en la trastienda de esa hipocresía y dejadez, como explicación y causa de ambas, se encuentra un problema aún más profundo y muy distintivo de nuestro tiempo: el "ninguneo" de 360º; la incapacidad o la decisión del hombre actual de no ver al otro; la eliminación del prójimo como factor a tener en cuenta; la cosificación de "los demás"; el vaciamiento de importancia e
interés de cualquier persona que nos sea ajena en lo afectivo; la alergia a todo aquello que no entendamos como "asunto nuestro". Un problema esencialmente ético pero con consecuencias en lo político, económico, social, cultural, familiar que llenan la actualidad oficial o cotidiana de millones de personas en todo el mundo. Ya no es que miremos a otro lado, es que miramos y no vemos porque no queremos ver. Y mientras este problema no se solucione de base, situaciones como las que estamos viviendo ahora no dejarán de suceder. 

Pero, volviendo al tema de la huida-llegada a Europa de refugiados procedentes de Oriente Medio y África, aún más indignante que la inoperancia e/o intolerancia que están demostrando los países receptores resulta su irritante capacidad para olvidar su pasado reciente (¿cuántos europeos no han salido/huido/emigrado hacia otros países buscando una vida mejor por culpa de la ratonera económica?), no tan lejano (con actitudes como las demostradas ahora, la Segunda Guerra Mundial habría sido una masacre aún mayor en Europa), lejano (¿hablamos de cómo los países que hoy forman Europa antaño conquistaron y/o colonizaron territorios de los que ayer presumían y hoy se desentienden?) o cultural (si fuera por el talante actual, a Odiseo le habrían dado por donde no da el sol y La Odisea sería una obra de apenas unas líneas). ¿Cuánta gente abandona su hogar o familia por gusto? ¿Cuántas personas arriesgan sus vidas por fastidiar? ¿Cuántas deportaciones han acabado con una guerra? ¿Cuántas vallas han solucionado hambrunas? ¿Cuántas declaraciones han frenado las bombas? No es demagogia. Es sensibilidad. Es sentido común.

Que los únicos que están demostrando estar a la altura de las circunstancias sean las ONG (aquí en Europa o allá sobre el terreno), los ciudadanos rasos y las propias víctimas dice mucho de cuánto tienen que cambiar las cosas para que las potencias occidentales no lo sean sólo en desvergüenza, que el "ser" se gane el calificativo de "humano" y que el mundo en que vivimos, al menos en Europa, se merezca el adjetivo de "civilizado". Además, siendo francos, entre tratar a los refugiados como si fueran una plaga y convertir al país en una barra libre hay un término medio y ahí, como dijo el clásico, siempre estará la virtud.

¿Qué haría yo para solucionarlo si fuera el diriginte de un país con potencial y recursos para ello? Dejarme de brindis al sol,
discusiones bizantinas y cogérmela con papel de fumar e intervenir activamente, aunque eso no case con esa majadería de lo "políticamente correcto", habida cuenta de que la ONU sirve para poco; que los gobiernos de los países en problemas son un desastre ya casi atávico; que la UE se preocupa más por las cuentas que por las personas; que EEUU ha renunciado a su rol de Supermán; que naciones como Rusia, mafias como los traficantes de emigrantes y terroristas como el Estado Islámico se aprovechan-descojonan de las soluciones burocráticas; que las convenciones internacionales se han demostrado a todas luces ineficaces; que las ONG no dan abasto y que el tiempo no pone las cosas en su sitio. ¿Qué tipo de intervención? Directa, colegiada (si fuera posible) y en el origen: militar cuando sea preciso (para zanjar un conflicto armado o paliar una catástrofe) y, en todo caso, tutelar en lo político-económico (una vez "normalizada" la situación), pero (y ojo que es un "pero" muy importante) sin ningún interés lucrativo ni colonialista ni político sino con la sola intención de ahorrarse gastar tiempo, dinero y recursos en achicar torpemente problemas como los presentes y de evitar a miles de refugiados y exiliados emprender el amargo camino del desengaño. Claro que, para ello, deberíamos vivir en un mundo mucho más altruista y sensato, algo muy improbable, visto lo visto. ¿Es una solución radical? Sí, igual que lo es amputar una pierna para evitar la gangrena y así salvar la vida. ¿Hay otra solución alternativa? Siendo honesto y realista y tirando de hemeroteca, lo dudo mucho. Prefiero apostar por una actitud paternalista o vigilante antes que dejar tirado al personal o parchear indefinidamente un problema. Siempre será más práctico para evitar un hundimiento tapar la vía por la que entra el agua que sacarla con cubos.

Lo que está claro es que, dejando las cosas como están, es decir, no haciendo nada para arreglar de verdad el problema, la mariposa seguirá batiendo sus alas y las tragedias seguirán llamando a nuestra cara para que se nos caiga de vergüenza.

miércoles, 26 de agosto de 2015

El show de Matrix

La casualidad ha querido que en los últimos tiempos haya leído varios artículos que, de forma directa o indirecta, abordan el tema de la realidad como ficción, de la vida como simulacro, de la experiencia como ensoñación, de la irrealidad como verdad. Un asunto bastante jugoso del que, desde diversas perspectivas, ya han dado y dan buena cuenta la filosofía (Platón y su metáfora de la caverna, Zhuanzgi y su sueño de la mariposa, Descartes y su hipótesis del genio maligno, Dancy y Putnam y su argumento del cerebro en una cubeta...), la literatura (La vida es sueño de Calderón de la Barca, Niebla de Unamuno, Tlön, Uqbar, Orbis tertius de Borges...), el cine (Tron, El show de Truman, Matrix, Nivel 13, Abre los ojos...), la televisión (series como Black Mirror o documentales como Could our universe be a fake?) y los videojuegos (simuladores sociales como The Sims o Tomodachi Life, juegos tipo sandbox como GTA o Read Dead Redemption; aventuras interactivas como Heavy Rain, LA Noire, The Walking Dead, Mass Effect...) , pero no tanto la ciencia (o eso creía).

Quizás por ello, me ha llamado la atención descubrir que tipos como el astrónomo Lord Martin Rees diga que puede que seamos una mera simulación hecha por una inteligencia superior o como que el matemático y cosmólogo John Barrow considere la posibilidad de vivir en universo simulado o como que el filósofo Nick Bostrom plantee que somos el resultado de una simulación tecnológica o que el físico nuclear Silas Beane argumente la hipótesis de que
todo cuanto existe no es más que el producto de una simulación externa o que el astrónomo y directivo en la NASA Rich Terrile proponga que estamos viviendo en algo similar a un videojuego, que la neurocientífica Susana Martínez-Conde afirme que sería imposible probar que no somos una simulación de ordenador o que científicos de la Universidad Tecnológica de Viena anuncien haber demostrado el "principio holográfico" según el cual el universo sería un holograma. En resumen, que me ha sorprendido comprobar que lo que se ha dado en llamar "hipótesis de la simulación" no es algo precisamente minoritario ni cosa de una banda de "freaks" o "fumaos".

Dejando al margen cualquier refutación de esas hipótesis científicas (doctores tiene la ciencia), no deja de ser tan sugerente como inquietante la posibilidad de que todo cuanto somos, vivimos, hacemos, sentimos, pensamos o recordamos no sea más que producto de un juego o simulación que
escapa a nuestro control y entendimiento; que seamos títeres, avatares o creaciones de un programador o jugador icognoscible (¿Juega Dios a Los Sims con nosotros? ¿Hay Dios o es un simple programa informático?); que seamos personajes, artificios, puras ficciones; que no existimos de verdad, en definitiva. Así, de ser cierto lo que hoy son sólo planteamientos, ante la inexistencia de cualquier libre albedrío no tendríamos que preocuparnos ni por el futuro ni por la culpa ni por el remordimiento ni por la responsabilidad ni por el estrés. Y eso sería positivo. Igual que podríamos mandar a la papelera cualquier sistema legal, social, político, filosófico, ético, moral o religioso. Y eso sería interesante. Igual que no tendría sentido reflexionar sobre conceptos como "conciencia", "consciencia", "libertad", "mortalidad", "identidad", "personalidad" o "alma". Y eso sería curioso. Ni tendríamos que preocuparnos por saborear la vida y todo aquello que hace que valga la pena. Y eso no sería ni positivo ni interesante. La simple posibilidad de que algo o alguien esté haciendo el gilipollas con nosotros por mera especulación, experimentación, curiosidad o divertimento es algo sencillamente humillante, encabronante y siniestro. El planteamiento o la hipótesis de la simulación es de un nihilismo tan devastador que sólo se puede superar mediante la locura o la ignorancia.

Así las cosas, ante una situación así, en la que se nos plantea en fondo y forma algo que escapa al entendimiento de cualquier
persona, la única salida válida es la que tanto practicaban los sabios de la Antigüedad (y que, por cierto, tan olvidada tenemos hoy en día): aceptar con serenidad que hay cosas que no podemos ni podremos conocer (y, por extensión, prever, controlar o remediar) y centrarse en las que sí. Cualquier otra opción, es reservar un billete de ida para Arkham o la morgue.

De todos modos, por si acaso y para que conste: que nadie acabe mi partida ni cierre mi sesión aún, por favor. Ya habrá tiempo más adelante para el "Game over". Gracias. 

viernes, 14 de agosto de 2015

Estrellas

Ni una. Ni una sola. Llevaban un buen rato tumbados, con sus menudos cuerpos perdidos en un mar de hierba y sus ojos intentando abrazar más cielo del que podían. La madrugada había traído una brisa agradable que limpiaba el recuerdo del sofocante bochorno diurno. Sus bocas no paraban de enredarse en un zigzag de palabras aún frescas por el regusto del helado de chocolate con el que habían finiquitado la cena. Siguiendo los consejos de los mayores, que los vigilaban como faros desde el cobertizo, se habían colocado en la zona menos iluminada para ver mejor eso que unos llamaban "lágrimas de San Lorenzo", otros "Perseidas" y la mayoría "estrellas fugaces". Pero ni una. Ni una sola...de momento. No desesperaban. Sobre ellos, el cielo nocturno de agosto desplegado hasta donde se acaban los adjetivos.

Él estaba vestido como una versión en miniatura de su propio padre. Aún era demasiado joven para analizar esa extraña obsesión con la que algunas madres visten así a sus retoños. Ella estaba vestida como si fuera a ser expuesta en un escaparate de alguna carísima juguetería. Aún era demasiado joven para darse cuenta de que las mujeres nunca dejan de jugar a las muñecas. Ambos deshilvanaban el mundo en una crónica atolondrada e ingenua en la que la risa y la bobada forman todo un corpus filosófico. Lejos, el enjambre de la conversación de los mayores, con sus fachadas y sus silencios.

Habían perdido la noción del tiempo que llevaban tumbados a la espera de que alguna estrella fugaz picara el anzuelo. Quince minutos. Media hora. Tal vez más. Lo único que sentían pasar eran las nubes espectrales a la carrera. No les importaba. Toda su ilusión se concentraba en ver el arañazo plateado de una estrella camino a ninguna parte. Y mientras esperaban a quedarse sin palabras, rellenaban con ellas todas las costuras del reloj, intentando ignorar la creciente amenaza de una voz adulta finiquitando la magia con un "Chicos, nos vamos".

De pronto, él calló. Sus ojos se abrieron como un bostezo perezoso y se incorporó bruscamente.
- ¿La has visto?
- ¿El qué?
- Una estrella. ¡Una estrella fugaz!
- ¡¿Dónde?! - dijo ella mientras se levantaba sorprendida.
- ¡Allí! Entre esas dos.
- ¿Allí?
- No, ahí.
- No.
- ¡Ja! ¡He visto una!
- Pues yo no.
- No pasa nada. Habrá más. Dicen en la tele que hay muchas.
- Vaya chasco. Qué rabia...
- Si veo otra te lo digo.
- ¿Seguro que era una estrella fugaz?
- Yo creo que sí.
- ¿Crees o estás seguro?
- Creo que estoy seguro.
- Bueno, sigamos mirando.
- Eso.
- El truco es tener los ojos abiertos.
- ¿Tú puedes estar mucho sin parpadear?
- Sí. ¿Y tú?
- Yo también.
- Guay.
Se quedaron sentados en silencio y el aire se llenó de voces de padres y grillos. 

Cuando llegaron a recogerlos, se habían quedado dormidos. La noche era demasiado grande y ellos demasiado pequeños; lo suficiente como para ignorar que las estrellas, fugaces o no, no solamente las podemos encontrar en el cielo; lo suficiente como para, aun desconociendo todo eso, evitar que la vida les arruinara una buena sonrisa.

martes, 4 de agosto de 2015

"Del revés": sentir, pensar, crecer

El cine es un arte. Crecer es una aventura. Teniendo por ciertas ambas afirmaciones, se puede decir con toda tranquilidad que "Del revés" es una de las  mejores películas de aventuras jamás rodadas. Pero eso sería quedarse corto. Mucho. También es una de las mejores películas jamás hechas sobre el interior del ser humano, muy por encima de clásicos como "Viaje alucinante" o "El chip prodigioso". Pero eso también sería quedarse corto. Demasiado. Porque "Inside out" es una obra de arte con la que Pixar completa magistralmente su tríptico sobre el paso del tiempo integrado por las extraordinarias "Toy Story 3" y "Up".

La película muestra al espectador el funcionamiento de la mente (o, siendo rigurosos, del sistema límbico) de una niña de once años llamada Riley especialmente a propósito de la "traumática" mudanza con sus padres desde su Minnesota natal a San Francisco. Así, el público al otro lado de la pantalla asiste a la progresiva configuración y consolidación de la personalidad de Riley a través de la interacción entre las experiencias, los recuerdos y las cinco emociones encargadas de dirigir las acciones y decisiones de la niña: alegría, tristeza, miedo, ira y asco. Para ello, Pixar plantea una película donde la excelencia técnica se convierte en un soporte fenomenal para un guión muy inteligente que nos propone una serie de tramas y subtramas que ofrecen un logradísimo equilibrio de géneros: comedia, aventura, fantasía y drama. De esta manera, el espectador recibe una lección magistral sobre psicología humana mientras la sonrisa, la risa o la lágrima se alternan en su rostro.

Quizás por todo ello, "Del revés" es una película literalmente para todos los públicos ya que la disfrutarán mucho más aún los adultos que los niños...y eso que muy seguramente los peques quedarán encantados con las aventuras y desventuras de Alegría y compañía. Pocas veces en el cine veremos plasmado con tanto ingenio, honradez y "sencillez" cómo somos, pensamos, actuamos y sentimos las personas. Porque, conviene remarcarlo, ésta no es una película sobre monigotes haciendo gracietas: que sea una película animada no significa que sea una película infantil. No, "Inside out" es una obra que nos (re)descubre aquello que unos llaman mente, otros psique, algunos alma y otros personalidad y eso tiene poco o nada de "naif". Además, lo hace con tanto rigor, con tanto buen gusto, con tanta creatividad, con tanta honestidad y con tanta sensibilidad que resulta casi imposible no colocar a esta película entre las mejores de Pixar. Por otra parte, en contra de lo que he leído en algunos sitios, no me parece en absoluto una película ñoña, salvo que erróneamente se confunda el optimismo con la ñoñería. De otras majaderías oídas/leídas como el supuesto machismo que late en la película o las críticas por el hecho de que Alegría tenga buen tipo y Tristeza sea rellenita o que tiene un mensaje conservador en cuanto a lo familiar, sólo diré que quien eso piense efectivamente hace mal yendo a ver "Inside out" en lugar de a un psiquiatra.

Volviendo a la película, "Del revés" está repleta de personajes geniales (empezando por las cinco emociones mencionadas, siguiendo con el conmovedor Bing Bong y acabando incluso por los liquidadores de recuerdos)y escenas y secuencias bien entrañables (la salida del basurero mental, el abrazo entre Riley y sus padres), bien divertidísimas (el disparate en El Sueño Producciones, el atajo por el pensamiento abstracto, el recuerdo recurrente del anuncio del chicle y las desternillantes comparaciones entre las distintas mentes).

Por si eso fuera poco, "Inside out" nos regala algunas lecciones que tanto niños como, especialmente, adultos, no deberíamos olvidar nunca (si no queremos sufrir o equivocarnos más de la cuenta en esto de vivir):
- Crecer consiste fundamentalmente en aprender a dejar atrás.
- En ocasiones, la mejor manera de pensar es no pensar conscientemente en tanto que dejarse llevar.
- La mejor manera de saber comienza por hacer.
- Hay que dejar a la tristeza hacer su trabajo.
- La clave es no perder nunca la alegría, pase lo que pase.
- Para ser hay que pensar y para pensar hay que sentir.
- Nos cambia lo que vivimos no lo que somos.

Si, además de todo lo dicho, la película viene precedida por un corto tan soberbio en fondo y forma como "Lava", poco más hay que añadir excepto que "Del revés" merece estar en la retina, en el recuerdo y en la filmoteca de cualquier persona que tenga la mente (y el corazón) en su sitio.