sábado, 11 de agosto de 2018

Tras el Hades

"La persona que sale del Hades no es la misma que entró en él". Esta frase, que mi mente atribuye (erróneamente o no) a Alejandro Gándara, es una gran verdad. Esa catábasis o descenso al inframundo, al mundo que hay más allá de lo cotidiano o terrenal, no sólo tiene validez en mitos griegos como los de Orfeo, Heracles u Odiseo. No, ese viaje del alma en vida al mundo tenebroso existe bajo diferentes formas y contextos, funcionando como una especie de ordalía, de rito iniciático, de prueba definitiva que, en el caso de sobrevivir, supone un renacimiento interior, una transfiguración íntima catalizada por el conocimiento adquirido durante ese tour infernal, lo cual entronca con esa exposición de uno ante la muerte entendida como trance traumático y decisivo del que hablaba Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, el lance vital que o bien te aniquila o bien te "educa" para regresar a tu mundo y triunfar; una prueba que te cambia por dentro por completo y que, de superarla, te hace aprender lo necesario para no caer derrotado en lo venidero; el momento capital en el que el auténtico héroe se revela a sí mismo.

Decía que esa catábasis existe y lo afirmo no por postureo pretencioso y petulante sino con conocimiento de causa puesto que yo estoy saliendo de ese viaje del Hades. Y no, no soy en absoluto el mismo que inició ese viaje. Ese descenso a la oscuridad me ha marcado, me ha cambiado y me ha enseñado. Y no comparto todo esto por victimismo ni exhibicionismo sino por si sirve de algo, aunque sea de esperanza, a quien esté inmerso en ese durísimo viaje por la erosiva e implacable oscuridad. Únicamente por eso escribo este artículo.

Mi viaje por el Hades comenzó por un trauma laboral (despido improcedente tras casi una década trabajando muy bien y muy duro en una de las multinacionales más prestigiosas del país) pero no tardó en derivar en el completo colapso de todo ese castillo de naipes que es el sistema de certezas que cada persona tiene y sobre el que se asienta toda su estabilidad y planificación. Me quedé en el paro en el peor momento de la crisis económica que sufría España. Mis proyectos personales y profesionales pasaron súbitamente a ser un desván de trastos empolvados a la sombra. Mis ahorros no tardaron en esfumarse casi a la misma velocidad que mis planes a corto, medio y largo plazo. Mis contraproducentes esperanzas en que mi currículo, formación y perserverancia me ayudarían a encontrar la salida se desvanecieron como espejismos. Mis ánimos empezaron a resquebrajarse con el paso de los días sin (buenas) noticias, las puertas cerradas, las palabras vacías y los pesados silencios. Y el hueco dejado por la moral perdida lo fueron ocupando las dudas, los miedos, las inseguridades y, finalmente, el pesismismo. A todo ello ayudaron bastante las frustraciones y decepciones causadas por una tóxica ingenuidad, una fragilidad naif fruto de la burbuja en que había vivido hasta entonces, una hipersensibilidad que viene de fábrica, una excesiva confianza rayana en la soberbia y los nocivos efectos de la retórica buenista que tan extendida está hoy en día y tan lucrativa resulta para los gurús de la autoayuda. Lo peor de todo es que lo que tuvo un origen estrictamente laboral acabó por afectar negativamente a todo lo que cabe baje el adjetivo "personal", creándose así problemas, crisis, tensiones o dificultades extra en varios frentes ajenos a lo profesional, originando un contexto de "si pongo un circo, me crecen los enanos". En ese sentido, creo que no hay impotencia más amarga, más incluso que asumir que las dificultades están fuera de tu control, que ver cómo un problema tuyo afecta a las personas que más te quieren.


Lógicamente, durante toda esa travesía de "llanto y crujir de dientes", hice cuanto estuvo en mi mano para arreglar el principal problema: la ausencia de empleo. Hago un alto para destacar un detalle importante: tan verdad es que el dinero no da la felicidad como que la tenencia de un trabajo facilita plantearte ser feliz tanto como lo hace la tenencia de buena salud; dicho de otro modo: la sociedad actual no es tenga su razón de ser en el "vivir para trabajar" sino en el "trabajar para vivir" y de eso te das cuenta cuando careces de un trabajo; una buena muestra de ello es que mientras mis amistades seguían con sus vidas (casándose, teniendo hijos, etc) yo estuve varado en un bucle, en un reiterado "día de la marmota" sin Bill Murray pero con bastante drama. Vuelvo al asunto: ante el desempleo, me rebelé de la única forma que podía: mandando mi CV a diestro y siniestro, inscribiéndome en cientos de ofertas que me llegaban al e-mail (verbigracia de Linkedin, Indeed, Infojobs y similares), aceptando cualquier oportunidad legal y honrada de ingresar algo de dinero y presentándome a varias oposiciones (un masivo y atroz juego de las sillas que en los tiempos del indecente "precariado laboral" es sin embargo una de las opciones más claras de conseguir un trabajo digno y estable). En definitiva: hice todo lo que estaba en mi mano para buscarme (la forma de ganarme) la vida. ¿Resultado? Aprendí bastante sobre la delicadísima e indignante situación que viven cientos de jóvenes desempleados en España y aún más sobre la falta de vergüenza o educación de ciertos empleadores a la hora de equilibrar exigencias, condiciones y remuneraciones laborales. ¿Conclusión? Ese viaje, más que por el Hades, fue por el Tártaro, porque hubo mucho de tormento en aquellos años. Durante ese tiempo, me sentí como Sísifo: levantarse cada día era inspirar toda la moral que cupiera para lograr llevar por fin la piedra a lo alto de la montaña sin que cayera. El problema es que finalmente la piedra caía un día sí y otro también. Y eso agota la paciencia y el ánimo.

No miento si digo que durante estos últimos años he vivido mis peores momentos, mis "noches más oscuras". He sentido y pensado todo lo que siente y piensa una persona sin ánimo en la faltriquera, sin autoestima en el zurrón y sin esperanza en el depósito. Spoiler: no es nada agradable. Ni justo, porque ninguna persona de bien se merece vivir en piel propia semejantes dosis de pesimismo y nihilismo. De ello tuve buena parte de culpa yo (por mi bisoñez, ingenuidad, credulidad, sensibilidad e infundada esperaza)...pero no sólo yo, ya que diversos contratiempos, chascos y decepciones resultaron claves para ese apagón. 

Ha sido, en definitiva, la etapa más oscura de mi vida. Algo que, mirado en perspectiva, ha resultado enormemente positivo en varios aspectos, que es la razón por la que escribo el artículo. Pasar por "esto" (voy a resumirlo así de toscamente) me ha hecho más maduro, prudente, cauto, serio, humilde, sabio, realista, cerebral, resiliente, hermético, comprensivo, desconfiado, paciente, pragmático, agradecido y empático. Pasar por "esto" me ha hecho dejar de ser inocente, ingenuo, buenista, bocazas, iluso, impulsivo, confiado, espontáneo, sensiblero y pasional. Pasar por "esto" me ha purgado de prejuicios e ideas tremendamente perjudiciales y desbrozado de personas que a la hora de la verdad no han sabido, demostrado o querido "estar ahí". Pasar por "esto" me ha hecho replantear mi escala de prioridades y recalibrar mi reparto de afectos. Pasar por "esto", en definitiva, me ha enseñado mucho o, al menos, lo necesario para ser mejor persona y estar preparado para la vida real. 

No soy un héroe, como diría Campbell, pero sí sé que he vencido, que he superado esa prueba que o te aniquila o te enseña para siempre. Porque he aguantado sin tirar la toalla (aun queriéndola tirar) hasta que la caprichosa vida me ha devuelto la suerte de conseguir un nuevo empleo (y estable, lo cual hoy en día es como tener el Santo Grial en una mano y el Guantelete del Infinito en la otra), logrado éste por cierto gracias a la impagable mediación de mis primas. Resistir, aguantar, vencer, superar este tortuoso desafío no ha sido fácil ni agradable ni gratis ni lo he hecho solo. En este sentido, por miedo a dejarme alguna en el tintero, no voy a mencionar a todas las personas a las que estoy agradecido por lo que me han apoyado y ayudado; esas personas ya saben quiénes son pero lo que no saben es que su ayuda, su apoyo, su ánimo, su afecto y su aliento en estos años tan durísimos es algo que no olvidaré jamás.

Acabo ya, pero lo hago con unos consejos míos que espero que sean de utilidad o alivio para quienes estén pasando eso que eufemísticamente se llama "mal momento":
- Sólo en la oscuridad se revelan las cosas y personas que brillan por sí solas.
- Eres lo que demuestras, no lo que otros o tú mismo crees que eres.
- Ten en tu vida y en tu corazón sólo lo imprescindible para no sufrir. Todo lo demás o es innecesario o es lastre.
- Ten alguien a quien querer y algo por lo que luchar. Crea tu propia Ítaca.
- Ten fe, sí, pero en ti, porque Dios está demasiado ocupado como para enviarte un milagro y el resto de las personas están suficientemente pendientes de apañar su vida.  
- Ten claro que en la vida ni lo bueno ni lo malo duran eternamente y estáte preparado para ello. 
- Asume que vivir no es otra cosa que reaccionar a la propia vida. Ten sueños y metas pero no tengas planes, porque la vida es especialista es convertir cualquier plan en papel mojado. Tu fortaleza y flexibilidad mental es tu mejor plan. 
- La voluntad no basta para triunfar (quien te diga lo contrario, te miente) pero sin voluntad es totalmente imposible superar cualquier adversidad.
- Las cosas no pasan solas: que la suerte te pille dándolo todo.   
- La melancolía te hunde en el pasado y la elucubración te arranca del presente: céntrate en el ahora, que es donde van a venir los triunfos o los problemas.
- Cuando sientas que no puedes más, ve siempre un paso más allá y aguanta un segundo más. Déjate sorprender por ti.
- Tolstoi tenía razón cuando decía que los dos guerreros más poderosos son el tiempo y la paciencia.
- La clave no está en no tropezar nunca sino en levantarse siempre.
- "Dale, dale, dale, que alguna cae". Esto lo dijo Simeone, quien tiene la mala costumbre de tener razón.

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