viernes, 17 de agosto de 2018

¿Españoles en España? ¡Qué osadía!

Como (casi) todo el mundo sabe, una turista británica de 81 primaveras ha presentado recientemente una queja contra un touroperador inglés por alojarla en un hotel de Benidorm donde había "demasiados españoles", a los que culpa de haber arruinado sus vacaciones, en las que la octogenaria y su amiga habían invertido más de 1200 euros. ¿Españoles en España? ¿Cómo se ha permitido tamaño despropósito? ¿Dónde se ha visto tan grosera provocación? ¿Cuándo se ha conocido una afrenta semejante? ¿Qué estrafalario disparate es éste? ¿Qué justifica un agravio tan demencial? ¿Es acaso una cruel venganza en diferido por el desastre de la Armada Invencible? Ya son ganas de molestar a los turistas...

Antes de ponerme a dar cera y pulir cera cual señor Miyagi, he de hacer una oportuna precisión: yo pondría a orbitar Saturno perpetuamente a todos esos compatriotas que darían el perfil para participar en Gandía Shore y a los que estética y/o intelectualmente conforman el elenco de un esperpento cañí pata negra, el cual tiene sus mejores estampas veraniegas en esa parrillada que es el litoral mediterráneo en estos meses, gentes que comparadas con las películas de Pajares y Esteso hacen que éstas parezcan films de Carl Thedor Dreyer. ¿Qué le voy a hacer? Soy tan patriota que no quiero que me puedan confundir con gente hortera, chabacana, zafia, tosca o lerda.

Aclarado esto, voy a darle la razón a la tal Freda Jackson en una cosa: tiene todo el derecho del mundo a criticar y lamentar la rudeza, grosería o falta de educación que, según ella, ha sufrido a manos de españoles, especialmente si tenemos en cuenta que es una persona de edad avanzada y movilidad reducida. No me cabe ninguna duda de que la anciana inglesa ha sufrido en sus carnes al "homo gañanis españolensis", especie demasiado extendida geográfica y generacionalmente, cuya diferencia con un Neanderthal es únicamente semántica y que hacen parecer catedráticos de Oxford a los gorilas de lomo plateado. Lo que olvida deliberada, ingenua o senilmente la buena señora es que esos defectos no son exclusivos de España ni consustanciales a la nacionalidad española, como muy bien (o muy mal, según se mire) demuestran los guiris que vienen a España a disfrutar del llamado "turismo de borrachera" en lugares como Magaluf, Gandía, Salou y un mediterráneo etcétera, convirtiendo el oriente español en una especie de híbrido de retrete, botellón y picadero. Visto que, desgraciadamente, la urgente reducción de cafres nativos españoles no va a venir desde el ámbito educativo ni desde el familiar, sería deseable fomentar la práctica del balconing también entre la chavalería aneuronal española, a la vista de su eficiencia a la hora de retirar de la circulación a anormales extranjeros.

Dicho esto, creo que la octogenaria británica pierde la razón en tres cosas, a tenor de la versión publicada en el Mirror. La primera, juzgar al todo por la parte, resulta injusta. La segunda, elevar una mala experiencia a la categoría de axioma, es imprudente. Y, la tercera, quejarse por la presencia de nativos en su propia tierra, es tan ridícula, gilipollesca y delirante que sólo puede ser carne de guasa, zasca y burla.

Yo, por ejemplo, no se me ocurriría criticar a todos los británicos por culpa de la flemática prepotencia que encontré en el engreído staff de cierto hotel en Londres ni reprobar a todos los franceses por culpa de la clasista altivez que sufrí de ciertos parisinos en mi estancia en la capital francesa. Como no se me ocurriría tampoco protestar por la excesiva presencia de ingleses en Londres, franceses en París, italianos en Roma o yanquis en Florida. Esto no es cosa de educación sino de sentido común.

En fin. Quiero pensar que la disparatada protesta, digna de un sketch de los geniales Monty Python o de un episodio de Little Britain, se debe únicamente al soponcio de la señora por el desagradable trato recibido y al cabreo por el pastizal invertido de forma insatisfactoria, y no a un problema de xenofobia, chovinismo o demencia senil. De todos modos, como moraleja de esta anecdótica majadería, resultaría saludable que aquellos ensimismados turistas que detesten a los españoles por culpa de prejuicios, tópicos y falacias se queden en sus casas.

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