Hay entrevistas que las carga el diablo, nunca mejor dicho. Para muestra, el supuesto vis a vis entre el Papa Francisco, mandamás de la Iglesia católica, y Eugenio Scalfari, mandamás del periódico La Repubblica. Según el periodista, el pontífice negó la existencia del infierno, diciendo poco menos que lo inmediatamente posterior a la muerte es una especie de programa de lavado tras el cual lo malo simplemente desaparece como si fuera mera suciedad o mugre. Tras esta supuesta revelación, a la Iglesia le tembló hasta el genoma. Lo de menos es el prosaico paralelismo entre el destino postmórtem del alma y el destino de la ropa interior usada. El epicentro del problema tampoco está en que el actual titular del Vaticano enmende en plena Semana Santa la plana a sus predecesores Benedicto XVI (quien en 2007 afirmó categóricamente la existencia infernal) y Juan Pablo II (que en 1999 sostuvo la existencia del infierno no como un lugar físico sino como un estado del alma). El quid de la cuestión está en que negar la existencia del infierno, el lugar de castigo infinito, el eterno rincón para pensar (y sufrir), desmontaría por completo el sistema de recompensa-castigo sobre el que se asienta el cristianismo (como ocurre por cierto con la mayoría de religiones y credos, acostumbrados a tratar al ser humano como si fuera un cachorro de perro). ¿Qué más da portarse bien o mal si no hay castigo? Eliminando el miedo al castigo, se libera la conducta de toda moral y se instaura una "ética de barra libre" en la que no tiene sentido esa codificación que el cristianismo (como muchas otras religiones, repito) inocula a nivel indivual y colectivo amparándose con mayor o menor sutileza en un mecanismo coercitivo que tiene en el infierno su piedra basal. Y es, que las cosas como son, en el fondo las personas somos como niños pequeños: obramos más por el miedo a lo malo que por la aspiración a lo bueno. Hablando de "lo bueno", por extrapolación habría quien dijera que si el Infierno no existe, tampoco el Paraíso, porque no hay luz sin sombra. Por eso, es lógico que la curia y la feligresía haya estado al borde de la angina de pecho con esa supuesta revelación del Papa Francisco. Y más lógico todavía que al Vaticano le haya faltado tiempo para salir al paso de la polémica, desmintiendo el pasado Jueves esa negación del Infierno y alegando que el tal Eugenio se ha pasado por sus Scalfari el rigor que todo periodista debe tener. Vamos, que se lo ha sacado de su nonagenaria chistera, algo que, por cierto, parece que no es nuevo en la biografía de este individuo. Así las cosas, la Iglesia ha salvado un match ball.
Dejando al margen lo naif que resulta que la gente se deje influir por lo que diga o deje de decir una persona, por muy Papa que sea, creo que sólo un necio podría negar la existencia del Infierno...aunque no se corresponda con ese lugar imaginado en tantas religiones y mitologías (ej: el Gehena judío, el Tártaro griego, el Naraka hinduista y budista, el Nastrand nórdico, el Mictlán mexica, etc).
Creo que es evidente que el Mal existe en muchas y diversas formas: tanto las hemerotecas como nuestra propia memoria están llenas de indicios más que indubitados de ello. Tampoco habría que descartar la existencia del demonio como "ente", porque hay sucesos documentados que invitan a tomarse en serio el tema y no como una parida de cuatro frikis (ahí está Sante Babolin para demostrarlo), pero ese es un jardín en el que no me voy a meter. No obstante, con idéntica honestidad creo que flaco favor nos hacemos a nosotros mismos si pensamos que el Infierno es el siniestro parque temático del que nos han hablado dentro y fuera de la religión (estoy pensando en el primer canto de la Divina Comedia de Alighieri; El paraíso perdido, de Milton; en los lienzos de Brueghel y El Bosco; etc) o que el diablo tiene la forma del dios griego Pan (el cristianismo escogió como imagen del demonio la fisionomía de esa deidad por sus vínculos con lo visceral y sexual). No hay que ser idiotas, ni en un sentido ni en otro.
El Infierno existe. Y no está en ningún plano ultraterrenal. Está aquí. En nuestro mundo. Al menos yo lo creo así. Me explico. Dando por válido que el Infierno es esencialmente agonía, sufrimiento, tormento y dolor ilimitado, creo que el Infierno está en la mente. Y no hablo sólo de esos monstruos que acechan en la sociedad hasta que rompen el anonimato y pasan a la posteridad rompiendo vidas de inocentes. Estoy hablando también de esos estados del alma, de la consciencia o de la psique que te hacen sentir, fundadamente o no, completamente a oscuras, roto, desnortado y/o hundido en la mierda. Un infierno que no hace distinción entre pecadores e inocentes. Un infierno que tiene desgraciadamente muchas puertas (la guerra, la muerte de un ser querido, el desengaño sentimental, la carencia de recursos para sobrevivir, el mobbing, la marginación, el bullying, la violación, el maltrato, el abuso sexual, el trastorno mental, la enfermedad incurable, la pérdida de un empleo, el desahucio, la bancarrota, la impotencia ante una adversidad sobrevenida...la lista es, por desgracia, larga). Pero, a diferencia del Infierno dibujado por las variopintas creencias, el Infierno de este mundo tiene una salida, una cuya importancia no reside en llegar a ella sino en querer hacerlo, siendo conscientes de que si bien hay cosas que no se pueden cambiar, sí que está en nuestra mano cambiar la forma en que las asimilamos o reaccionamos ante ellas. Cuando llegue la muerte, que nos pille intentando ser felices. Ese es el camino para salir del Infierno.
Acabo ya. El Papa sabrá si dijo o no lo que Scalfari le atribuye. Lo que sí debería decir Francisco es que no hace falta morir para ir al Infierno. Eso seguro que nadie se lo discutiría.
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