Hoy es el "Día de la mujer trabajadora", lo cual es toda una reiteración (vamos, un pleonasmo de manual): todos los días las mujeres trabajan y todas las mujeres trabajan, aunque no siempre ese trabajo sea reconocido o valorado. Redundancias aparte, lo más novedoso de esta jornada es esa iniciativa huelguista que tiene por objetivo demostrar una perogrullada: que sin las mujeres este mundo cojea tanto que se cae. Algo que se quedaría en obviedad si no fuera porque hay demasiada gentuza que se pasa por la quilla ese axioma.
Sin embargo, no voy a dedicarme en este artículo a plasmar una catarata de datos y estadísticas que ponen de relieve aquello de que no hay más ciego que el que no quiere ver. Tampoco voy a dedicarme a glosar las biografías de extraordinarias mujeres que parecen haberse quedado en el tintero, sumidero o retrete histórico a cuenta de unos cuantos cretinos, caraduras e impresentables propensos a escamotear méritos y ningunear hitos en función de los genitales del personal. Mejores sitios hay que este blog para encontrar todo eso que hoy voy a orillar en mi artículo. Aclarado esto, sigo.
En ocasiones, más importante y recomendable que saber por qué luchas es saber por quién lo haces. Esto no es ninguna tontería. Tampoco es ninguna novedad: ya los antiguos griegos lo tenían claro cuando fomentaban los lazos afectivos entre los hoplitas para que en el campo de batalla más que dejarse la vida por su polis (que también) lo hicieran por quien luchaba a su lado. Vuelvo al tema. Cuando escribo este artículo estoy pensando en una mujer. Una a la que quiero, respeto y admiro profundamente. Una de quien aprendo siempre. Una capaz de iluminar mis momentos de mayor oscuridad sólo con pensar en ella. Una que creo que reúne todo lo mejor que puede ofrecer el ser humano. Una por quien me enfrentaría a todos los Inmortales de Jerjes, todos los castigos del Tártaro y todos los demonios del infierno. Ella apenas lleva una década correteando por este mundo que llamamos vida. Traducción: le queda mucho por ver y vivir. Y por eso escribo este artículo. Por el mundo que me gustaría que ella vea y viva cuando todos los mañanas sean hoy. Un mundo sin agravios que conviertan la Constitución en papel higiénico; un mundo en que lo laboral y lo salarial se jerarquicen en función exclusivamente del mérito, esfuerzo y talento; un mundo sin etiquetas, carriles ni cuadrículas que le hagan el trabajo sucio a prejuicios, clichés y estereotipos; un mundo en el que lo sexy sea el cerebro; un mundo en el que lo hot sea el corazón; un mundo en el que conciliar y reconciliarse no signifique hacer malabares sobre un alambre; un mundo lleno de personas que se preocupen de las personas; un mundo donde nadie sea más ni menos que nadie; un mundo en el que nadie sea lo suficientemente cobarde como para ser cómplice ni lo suficientemente cómplice como para ser cobarde; un mundo lleno de puertas abiertas o tiradas abajo; un mundo en el que el "quiero" gane la batalla al "puedo"; un mundo en el que la felicidad no dependa de una cuenta bancaria con sabor a fin de mes; un mundo en el que la nómina no amortaje la dignidad; un mundo donde tu destino no sea cuestión de suerte; un mundo donde ser feliz no resulte tan caro; un mundo en el que dejemos que los hechos hablen por las palabras; un mundo en el que los sueños sólo sean cuestión de tiempo; un mundo donde cada uno elija sus propias metas; un mundo donde no queden causas por las que luchar por haberlas logrado todas; un mundo donde ella pueda ser aquello que ella quiera ser y no aquello que le dejen ser. Ése es el mundo que quiero para ella. Y por eso he luchado, lucho y lucharé.
Yo no creo en la igualdad entendida como homogeneidad. Ni creo en las cuotas como soluciones. Ni creo en ese feminismo con el que algunas descerebradas quieren cambiar un desequilibrio por otro. Ni creo que ser feminista requiera la obsesiva misandria y el perezoso victimismo que gastan algunas personas presuntamente feministas. Ni creo en ese feminismo "postureado" de quienes por un lado critican indiscriminadamente a los hombres y al "heteropatriarcado" y por otro se aprovechan descaradamente tanto de sus congéneres masculinos como del paradigma falocrático. Ni creo que la sororidad vaya a ganar sola la batalla contra la desigualdad. Yo creo en la igualdad entendida como ausencia de discriminación de trato y oportunidades dentro de la diversidad. Yo creo en la reclamación de la armonía entre todo aquello que no es ni mejor ni peor sino distinto. Yo creo en ese feminismo que no es patrimonio exclusivo de mujeres sino de cualquier persona con dos dedos de frente y un corazón funcionando. Yo creo en la reivindicación activa y constructiva de lo femenino como un concepto que trasciende el sexo. Yo creo en la libertad real como la mejor forma de empoderamiento. Yo creo en una fraternidad de hombres y mujeres abiertos a la discrepancia pero comprometidos con dejar un mundo más justo, empático, sano y humano a quienes vienen por detrás. Porque la clave que mucha gente se niega a ver es que esta lucha no es una cuestión de sexo ni de un "quítate tú para ponerme yo" ni de cobrarse revancha sino, sencillamente, de juntar las manos suficientes para moldear el presente hasta que quede un buen futuro. Para mejorar las cosas, nunca sobran manos.
Decía antes que las luchas no se ganan tanto desde el "por qué" como desde el "por quién". Todos tenemos nombres para nuestras diversas batallas. Todos tenemos personas por las que damos y daríamos todo para verlas felices. Todos tenemos gente que se merece cada segundo de nuestro tiempo y cada gota de nuestro esfuerzo. En este asunto concreto, todos tenemos por suerte mujeres por las que luchar contra esta desgracia que es el brutal menosprecio hacia lo femenino. Por eso, yo me sumo a esta lucha sin pedir permiso y pidiendo paso. Sin quedarme ni quieto ni callado. Por esa personita que se merece el mejor de los mundos posibles. Lucho por ella, lo cual, en realidad, no es más que luchar por ellas. Por todas ellas.
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