sábado, 1 de marzo de 2014

El traje nuevo de Rajoy

Se acaba una semana marcada en España por el "debate sobre el estado de la nación", esa berrea parlamentaria que, año tras año, pierde cada vez más interés gracias al incansable esfuerzo de Gobierno y Oposición por convertirlo en un espectáculo vacío, endogámico e inútil destinado sólo a saciar el ego de los líderes políticos y el ansia lubricante de sus respectivos séquitos, demostrando bien a las claras que a los partidos políticos, sus grupos parlamentarios y sus líderes la ciudadanía les importa tres coj*nes. 

Así las cosas, esa performance que ni es debate ni es diálogo ni es nada sólo sirve para una cosa: extraer argumentos con los que atizar merecidamente a tal o cual político (o a todos), como castigo por su decisivo papel a la hora de convertir este país en una puñetera vergüenza. Y es que el "infame sarao antes conocido como Debate sobre el estado de la nación" únicamente evidencia y refuerza la idea de que lo mejor que se podría hacer en el Congreso de los Diputados sería tirar de la cadena. Vamos, que los periodistas y cronistas parlamentarios allí destacados se exponen a un nivel de mierda mucho mayor que si estuvieran en Fukushima.

No obstante, cada edición reporta alguna inmundicia que destaca por encima del resto. La de este año no ha sido que el PSOE siga en caída libre o que IU siga apelando al idealismo y la demagogia como único recurso o que UPYD convierta la sensatez en oportunismo o que los nacionalistas catalanes prosigan con la gran estafa catalana o que los vascos hagan lo propio con su pantomima filoetarra. No. El premio este año se lo lleva Mariano Rajoy, líder del partido-Gobierno que:
  • Ha hecho de la cobardía una directriz, de la mentira un estilo de vida y de la estupidez una filosofía.
  • Ha traicionado a millones de votantes renunciando tanto a su programa electoral como a sus principios y señas fundamentales hasta el punto de ser irreconocible.
  • Ha ¿afrontado? la crisis económica premiando a sus culpables (los bancos), dejando sin resolver los problemas estructurales y castigando a sus víctimas (exterminando económica y fiscalmente a la clase media), con la colaboración estelar del fulano faltón, prepotente e infame que se sienta en el Ministerio de Hacienda.
  • Ha convertido al paro (especialmente juvenil) en Godzilla.
  • Ha permitido que asesinos, violadores y delincuentes de la peor clase salgan a la calle.
  • Ha purgado los medios de comunicación para arrinconar o extinguir cualquier disidencia mientras apoya a medios que confunden periodismo con propaganda.
  • Ha devastado el acceso a la cultura.
  • Ha forzado a emigar a la juventud y/o el talento.
  • Ha transformado un partido sólido y carismático en una congregación de advenedizos sin mayor valía que babear ante el líder cuando toque.
  • Y está dejando al país infinitamente peor que como se lo encontró (y mira que era difícil).
Sin embargo, no son esos méritos los que hacen a Mariano Rajoy merecedor del premio "Sinvergüenza 2014", sino, precisamente su absoluta falta de vergüenza a la hora de sacar pecho por una situación que, en el mejor de los casos, se sostiene por el esfuerzo, el sufrimiento y la paciencia de millones de personas que no se sientan en el Consejo de Ministros ni poseen escaño en el Congreso ni tienen los sueldos de los banqueros y empresarios con los que el Gobierno juega al teto. Y es que Rajoy ha hecho gala (una vez más aunque acaso la más notoria) de que tiene respecto a la realidad el mismo problema que con las canas: como no le gusta, la tiñe. ¿Cómo? Forzándola, falseándola, sesgándola, pasando de ella...cualquier cosa que le convierta en lo que él se cree: el rey del mambo.

Lo de Rajoy este año en el debate ha sido tan demencial y faltón (a la verdad, a la sociedad y a la razón) que sólo puede explicarse (que no disculparse) por el hecho de que su mente sea como la del célebre emperador del cuento de Andersen que se paseaba orgulloso en pelotas creyéndose vestido elegantemente. El problema es que lo único que este tipo ha dejado en pelotas ha sido la esperanza. Y eso no es, por desgracia, ningún cuento.

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