Recientemente, he visto la película Lo imposible, de Juan Antonio Bayona (responsable de El orfanato, de la que ya di cuenta en este blog en su momento). Debido a la intensísima labor promocional (como suele ocurrir con las producciones de Telecinco Cinema) y a la inusitada repercusión de Lo imposible, no me detendré demasiado en el aspecto meramente informativo-objetivo de esta película. Este film que, pese a estar rodado en inglés y contar con un reparto internacional es español (paradójico pero cierto), ficciona la experiencia real de una familia española que sufrió el célebre tsunami que conmovió al mundo en 2004.
Tener un hecho real, famoso mundialmente, dramático hasta más allá de los tópicos, "reciente" y en el que casi todos los países del orbe perdieron algo es, mirado fríamente, una excelente base sobre la que construir un taquillazo. Por cuestiones similares fueron un hit en su momento La lista de Schindler, Titanic o Salvar al soldado Ryan, por citar algunos de los ejemplos más conocidos. Si a eso le unes un reparto encabezado por dos de las estrellas más solventes del panorama hollywoodiense como son Ewan McGregor y Naomi Watts y el gancho inconsciente de "esto le pasó a unos españoles", pues...lo raro sería que la gente no fuera a ver este film, aunque sólo sea por curiosidad.
Después de verla y dejando patrioterismo y sensiblería aparte, Lo imposible me parece una película a la que le perjudican tres cosas: Primera, las desmedidas expectativas que han generado los medios de comunicación, el público y la crítica. Segunda, el hecho de basarse en una historia real, reciente y española hace bastante fácil averiguar antes de ver la película el desenlace de todo con lo que la tensión que necesita cualquier historia (especialmente las dramáticas) se va por el sumidero (y no digo más para no destripar nada). Y tercera: si no estuviera protagonizada por las dos estrellas arriba citadas, Lo imposible estaría más cerca del típico telefilm que de un "revientataquillas". ¿Por qué? Por el abuso descarado del efectismo melodramático (explicitar o recrearse en algunas imágenes y pensamientos hace más que evidente que busca como resultado la congoja del personal); por el uso pretencioso de la música para subrayar reiterativamente la importancia emocional de ciertas escenas, tan machacón que irrita (con unos hechos tan potentes, mejor dejarles hablar a ellos solos); por el guión, muy mejorable pese al interesante y constante intercambio de fortaleza y coraje entre la madre y el hijo mayor; por la absurda decisión de doblar casi todo al castellano se carga la más que verosímil sensación de incomunicación-incomprensión que supuso el dramático entendimiento entre los afectados del tsunami (escuchar a todo el mundo entendiéndose en "nuestro idioma" es simplemente ridículo); y, por último, por estar contada de una forma tan "buenista" que, por muy real que sea su base, parece un Qué bello es vivir en una zona catastrófica.
Por otra parte, el director, Juan Antonio Bayona, creo que tiene pendiente encontrar o bien un estilo cinematográfico propio o bien un género en el que desplegar su ingenio porque, de momento, lejos de la imagen de genio que algunos parecen empeñados en darle, Bayona no es más que un director con más oficio que talento y que, quitando las magistrales secuencias del tsunami, demuestra más eficacia que brillantez.
Pese a ello, Lo imposible funciona y consigue lo que pretende: que muchos espectadores se emocionen y que la gente siga llenando las salas y hablando de ella. ¿Por qué? Tal vez porque el efectismo suele dar el resultado esperado o porque recordar un suceso tan atroz, devastador e impresionante como aquel tsunami es algo que toca la fibra más sensible de todos nosotros. Por eso, la película funciona en la medida en que refresca las emociones y sensaciones que aquella catástrofe natural y humana originó. Y es que, en ocasiones, el cine vale más por lo que nos hace recordar que por lo que nos muestra. Y Lo imposible creo que es un buen ejemplo de ello.
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