Contar una mentira y que la crean como verdad. Contar una ficción y que la asimilen como real. Crear pensamientos, sensaciones, recuerdos y sentimientos con algo que no existe ni jamás lo hará. Todo ello es cuestión de talento o de "ingenio", o de "creatividad" o de "imaginación" o de cualquiera de sus trasuntos. Exactamente lo mismo que se le presupone y exige a los artistas. Así que se podría decir que engañar es todo un arte o, siendo más transgresor, que el arte es saber mentir.
Quizás por todo ello, de todas las Artes, la Literatura y la Cinematografía sean las que más puramente trabajan con la mentira. Y lo hacen para contar verdades porque, en ocasiones, la ficción es el camino más corto a la realidad. A la más íntima, esencial y depurada: la que hay dentro de cada uno de nosotros. Tal vez esa sea la razón por la que hay libros y películas, pasajes, escenas y personajes que nos acompañan durante toda la vida. Porque esa ficción, esa mentira que unos contaron y otros leyeron o vieron, una vez dentro de nosotros se desnuda quedándose en certeza, en verdad, en real. Y así se queda para siempre.
Al leer una novela o ver una película se produce un juego de engaños: el del autor (escritor/director) al disfrazarnos de mentiras cosas que en esencia son reales y el del receptor (lector/espectador) al desconectar el piloto automático de su propia consciencia para dejarse llevar. Quizás este juego de engaños acerca el arte de contar historias a la magia. Quizás es que contar historias, narrar ficciones, ya se literaria o cinematográficamente, tiene mucho de mágico. Puede ser. Sólo así se explicaría que alguien, mientras lee una novela o ve una película, sienta lo que siente y llene su mente de pensamientos y reflexiones con algo que simplemente no ha ocurrido ni ocurrirá pero que nos hace entender mejor el mundo en que vivimos y la vida en la que estamos.
Porque tal vez el mayor propósito de la ficción, literaria o cinematográfica, sea ése: revelarnos qué somos, cómo somos y dónde estamos. Es decir, dar cuenta de la vida en toda su contundente e infinita ambigüedad, reflejar toda la luz y la sombra que hay en la vida y en nuestras vidas. Y hacerlo a través de una mentira para así sortear la trinchera de los prejuicios, las filias y las fobias que filtran y componen el mundo a nuestro gusto.
Y eso, mentir verdades, engañarnos para enseñarnos, perdernos para encontrarnos, mostrar la vida como es y no como nos gustaría que fuera es algo que, además de talento, requiere valentía y honestidad. Talento, valentía y honestidad. Cualquiera de esas tres cualidades convierten al artista que narra ficciones novelescas (escritor) o cinematográficas (director) en alguien interesante. Tenerlas las tres, lo convierten en alguien especial. Si además de eso le añades juventud, lo acercan al terreno de los genios.
Y tal vez este artículo no sea más que un laberinto de ideas y reflexiones de quien tiene en la literatura y el cine sus dos mayores pasiones. La cháchara de alguien que sueña con escribir novelas o dirigir películas. Pero sí sé que si alguien quiere entender qué estoy diciendo, lo tiene muy sencillo: leer cualquier novela de Andrés Barba, que se adentra con sencillez y gran belleza en algunos de los rincones más sórdidos de la existencia, o ver cualquier película de Rodrigo Cortés, cuyos films son una frenética aventura en busca de la verdad como forma de rebelarse contra un mundo cada vez más deshumanizado. O si, lo prefiere, que se pase el 9 de octubre por el coloquio en el que intervendrán en el Espacio Fundación Telefónica. Y, quizás, aprenda a mentir verdades o, en el peor de los casos, a dejarse convencer por el talento.
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