Después de la gala de anoche, sospecho que hay alguien firmemente decidido a acabar con esta supuesta "fiesta del cine español" (cursilada pretenciosa donde las haya). Y no lo es tanto por los premios (estoy bastante conforme con todos, exceptuando el documental...y la pena de que a Santos Trinidad no le quedara otra que arrancarle la piel a tiras a Almodóvar) sino por lo que ve y se dice.
Dejando al margen el espectáculo hortera de la gala como tal y al adefesio sin gracia de la presentadora, la noche estuvo salpicada de varios discursos y "recaditos" entre lo demagógico y lo trasnochado pasando por lo panfletario. Discursos como el del presidente de la Academia de Cine y sus reaccionarias palabras contra Internet (un lince el tío), el de la morcilla de luto responsable del documental-panegírico de un ex juez o el de algunos artistas que hablan más de política que de cine asumiendo un rol inadecuado y en un foro que no es el procedente. Es como si en el Congreso de los Diputados el personal que allí se sienta se dedicara a comentar desde el estrado sus opiniones sobre el cine español. Pues mira, no.
Por si esto fuera poco, la gala se completó con los insufribles agradecimientos que olvidan aquello de "lo bueno si breve..." y la irrupción de dos espontáneos (un gilipollas pidiendo un western extremeño y un representante de Anonymous). Sólo faltó que saltara la alarma de incendios.
Si todo esto no manifiesta una clara intención de erradicar los Goya...
De todos modos, yo, personalmente, me quedo con las palabras de Santiago Segura, que, entre gracietas manidas, dijo algunas verdades lacerantes vestidas de sátira y que reflejan bien qué es el cine español actual: Un cachondeo autocomplaciente al que le es más fácil meterse en política que en el séptimo arte.
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