domingo, 30 de mayo de 2010

La venganza de Don Mendo: El inmortal humor de un genio

Hay días que me dan ganas de dar gracias a Dios por el teatro. Días como hoy. Acabo de disfrutar de una magnífica velada teatral, merced a la enésima representación de la celebérrima obra de Pedro Muñoz Seca: "La venganza de Don Mendo", que actualmente acoge el Teatro Alcázar. Tengo tantas cosas que decir, que espero no embarullarme.

Sobre el autor: Pedro Muñoz Seca. Víctima de la izquierda en vida y víctima de la progresía en muerte. Ninguneado y hostigado por su ideología (monárquico y católico) y envidiado por su incontestable éxito, Muñoz Seca fue asesinado por esos adalides de la libertad y la democracia en Paracuellos del Jarama, simplemente por ser un hombre valiente sin más arma que el ingenio ni más crimen que el de no ser un gañán o un esnob comunista. Prueba del talento y temple de Muñoz Seca son sus últimas palabras al pelotón que iba a fusilarle: "Me temo que ustedes no tienen la intención de incluirme en su círculo de amistades". Lo peor no es ya eso (que es simplemente abominable), sino que hoy exista gente (gentecilla o gentuza) que en colegios (como cierto profesor que yo sufrí, ¿verdad Juan Carlos?), universidades y otros estrados se dediquen,
por fobia ideológica o mera estulticia, ora a desprestigiar bochornosamente a este autor, ora a descalificar su soberbio sentido del humor y su talento literario que derivaron en su gran logro: el astracán. Para todos esos malnacidos y cretinos, sólo diré dos citas que otros prohombres literarios dijeron respecto a Muñoz Seca: Jacinto Benavente: "A Muñoz Seca no lo mató la barbarie, lo mató la envidia. La envidia sabe encontrar sus cómplices". Valle-Inclán: "Quítenle al teatro de Muñoz Seca el humor; desnúdenle de caricatura, arrebátenle su ingenio satírico y facilidad para la parodia, y seguirán ante un monumental autor de teatro".

Sobre la obra: Con unas intenciones tan hilarantes y brillantes como la forma en la que está escrita, "La venganza de don Mendo" es una habilísima sátira en verso de los dramas románticos y las "comedias de honor" del Siglo de Oro (especialmente, las de Calderón) que cuenta las peripecias de un noble del siglo XII que ve cómo, por ingenuo amor, sus problemas de dinero se tornan en una mortal condena de la que consigue salvarse para llevar a cabo su venganza...Una obra divertidísima y desternillante ya sea como parodia de las otras arriba citadas o como pieza autónoma, y en la que los juegos de palabras y los dobles sentidos sustentan una trama delirante que cumple con uno de los grandes objetivos del arte dramático: Entretener y evadir.

Sobre el montaje actual: No seré yo quien descubra ahora las virtudes de Tricicle, responsables del montaje que levanta el telón en el Alcázar. Sólo diré que su versión donmendoniana es apta para fans y noveles y está hecha con un profundo respeto al original, si bien se han eliminado o "actualizado" algunos (escasos) pasajes obsoletos,
añadido algunos gags tan modernos como acertados, y adecuado la pléyade de personajes a un elenco de diez versátiles actores que, liderados por un espléndido Javier Veiga, hacen las delicias del público entre risas y carcajadas. Es un montaje que, en definitiva, no tiene nada que envidiar en absoluto a los otrora llevados a escena o pantalla por auténticos mitos de la interpretación y, por todo ello, recomendabilísima.

En definitiva, anoche volví a recordar por qué "La venganza de Don Mendo" es una de mis obras teatrales favoritas, desde que tuve la suerte de actuar en ella, allá por 2001.

domingo, 23 de mayo de 2010

La plena vigencia de "Calle Mayor"

Anoche degusté, gracias al "gourmet" Garci, la excelente película "Calle Mayor" de Juan Antonio Bardem. El film, que es una magnífica muestra de que en España, especialmente antes, se hacían, si unos querían y otros dejaban, películas tan soberbias como los magnos retoños en celuloide de Hollywood, es además y me atrevería a decir que sobre todo, un extraordinario y demoledor retrato de lo peor de la sociedad de entonces (1956) que aún hoy sigue rampante. Pero cada cosa a su tiempo.

"Calle Mayor", ambientada en una ciudad de provincias universal en su anonimato (inteligente manera de torear a la censura), narra la lenta y deleznable conclusión de una broma de muy mal gusto jaleada por los peores defectos intelectuales, morales y emocionales de una sociedad paleta, tarada y ahogada en su propio marasmo espiritual, ético y cultural. La broma de marras no puede ser más cruel: Jugar inmisericordemente con los sentimientos de una buena persona que, por culpa de la sociedad, es diana de hiriente sorna y mezquinas murmuraciones. De esta forma, los personajes de Isabel (la víctima),
Juan (el cobarde ejecutor de la burla) y Federico (el foráneo ajeno y enemigo de los "pecados provincianos") componen un trágico cuadro donde el costumbrismo queda en un segundo plano para dejar paso a una lacerante y brillante crítica del alma social. Personajes turbadores en los que destaca especial y conmovedoramente Isabel, interpretada maravillosamente por la actriz Betsy Blair. En definitiva, una película que, sea cual sea el punto de vista desde el que queramos considerarla, resulta, cuando menos, muy pero que muy notable.

Y ahora, vamos al quid de la cuestión. Hay quien sostiene que viendo la película se siente más relajado al comprobar cuánto ha cambiado la sociedad española. Respeto esos casos de miopía pensativa. Sí, es cierto que la España de "Calle Mayor" dista bastante de la de hoy, pero sólo en los grandes brochazos. No en los pequeños detalles. No en los vicios fundamentales hostigados desde el talento durante todo el metraje. Vicios que son quizás más patentes y vívidos en los pueblos y ciudades provincianas, pero que, paradójicamente, han arraigado con más sutil y letal intensidad en las grandes ciudades como, por ejemplo, Madrid (urbe que en "Calle Mayor" simboliza la esperanza como fuga y la puerta a un progreso ignoto).

¿Qué vicios? Los propios de una sociedad tarada (en todos los sentidos), pasmada, alelada y que chapotea feliz en su propia inmundicia moral e intelectual: El cobarde sometimiento a una rutina impuesta, a dejar que el inconsciente colectivo y las convenciones sociales marquen la agenda de nuestros actos (como esa escena en la que Isabel apunta todo lo que "tiene que" hacer a lo largo del día); la apocada autocomplacencia en saberse parte de un engranaje social sólo por el miedo a ser distinto; el borreguismo conductual e intelectual como forma de vida; el desprecio al afán de progreso como enemigo del marasmo consuetudinario; la tiranía de la hipocresía por el pavor al "qué dirán"; la inacción y el no posicionamiento como estrategama para una vida felizmente anodina; la integración en la masa y turba social o grupal como pusilánime remedio para buscar satisfacción; la minusvaloración y ridiculización de los sentimientos ajenos; la castración emocional de las relaciones profesionales, familiares y personales; el enjaulamiento de las vocaciones personales como remedio contra la liberación del individuo; la primavera de dedos índices que florecen acusadores a las espaldas de cualquier persona; las malhadadas biografías apócrifas que crean los sempiternos murmuradores que no tienen nada mejor que hacer que perder el tiempo; el remoto exilio del conocimiento y la cultura; el gusto por no hacer nada y saberse nadie...

Ahora díganme que esos vicios y defectos les son extraños. Que les suenan de otra época. Que han desaparecido. Que España se ha liberado de ellos definitivamente. Y entonces sabrán y sabré que están mintiendo. Porque son esas lacras y carencias las que hay que combatir con entusiasmo y arrojo tanto desde el plano institucional y público como desde el personal y privado. Porque son esas tachas y macas las que alentamos sólo con permitir ser víctimas de ellas. Porque son esas imperfecciones las que convierten cualquier calle de cualquier ciudad en la "Calle Mayor" que tan bien inmortalizó y criticó el único Bardem con talento que ha nacido en España.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Final de Copa: Cómo perder ganando

Podría dedicar este artículo a hablar del equipo que ha ganado la Copa del Rey. El mismo que tiene por presidente a un siniestro impresentable con pinta de hampón trasnochado, modales de mafioso y la honestidad en búsqueda y captura; un sujeto que en otra época y lugar acabaría sus días con unas cuantas balas en su cuerpo. El mismo conjunto que proverbialmente se ha caracterizado, como ha demostrado esta noche, por ser una banda de chulos, bronquistas, truhanes y mezquinos, navajeros vestidos en pantalón corto que desconocen qué es el juego deportivo y que al fútbol se puede jugar con elegancia, talento y respeto. El mismo equipo que hasta el hastío se ha regodeado victimista y bochornosamente en una tragedia tan lamentable como fortuita. El mismo equipo al que le deseo que pruebe las hieles del fracaso y el infortunio hasta su desaparición. El mismo equipo que, ganando un partido y un trofeo, ha perdido en lo esencial, en aquello que perdura en la memoria y el corazón.

Pero, en lugar de eso, quiero hablar del equipo que ha merecido ganar, por juego y valentía, el partido y que, por afición, se merece ganar todos los trofeos existentes en cualquier competición. Esa afición que ha ahogado con constantes cánticos a la del rival (si es que ha existido...). Esa afición que, al terminar el partido, se ha comportado más allá de la mítica fama que tiene, animando a sus jugadores atronadoramente mientras estos se desmoronaban en lágrimas. Esa afición que no tiene parangón ni en España ni en Europa ni en el mundo. Esa afición que, pase lo que pase, siempre será una afición de campeonato. Esa afición de un equipo de sufridores, alejado de la soberbia y la pretenciosidad de otros. Esa afición que disfrutó hace una semana de un éxtasis que hoy parece una minucia en comparación con lo vivido antes, durante y, especialmente, después del partido. Esa afición que ha demostrado que en la derrota también se puede triunfar. La afición de la que formo parte. El equipo que siento en el alma: El Atlético de Madrid.

¡Felicidades, campeones! A los que estaban en el césped y a los de las gradas.


Y al "Zevilla", que le den por...felicitado.

Stephen Hawking contra los invasores del espacio exterior

Por el título, podría ser un serial de radio de los años 50. O un bizarro fascímil en blanco y negro sobre las peripecias de un heroico paladín de la Humanidad haciendo frente a criaturas jamás vistas. O una película de ciencia-ficción de serie B o Z. Pero no. Se trata de lo siguiente: Hace unas semanas saltó a la palestra informativa una entrevista en la que el eminente científico Stephen Hawking expresaba su recelo, temor, canguelo, miedo o rechazo a contactar con entidades extraterrestres. Quien esto escribe desconoce si el picassiano intelectual tuvo algún trauma inconfesable viendo "ET" o bien si "Alien" hizo temblar su espinazo de forma increíble o si tal vez "Encuentros en la Tercera Fase" le provocó arcadas o si quizás la serie "V" le caló muy hondo, más allá de los calzones. No lo sé.

Lo que sí sé es que la de Hawking es una reflexión tan curiosa como interesante: la ver de a los extraterrestres como unos conquistadores que evangelizarían el planeta al estilo español: "Todo para mí y a quien se mueva, matarile". Algo que, por otra parte, no es muy extraño, vista la percepción que se tiene de las entidades alienígenas en el cine y la literatura. Ahí están, por ejemplo, "La guerra de los mundos", "Independence Day", "Mars Attacks!"...El temor a lo desconocido es tan visceral como ancestral en el ser humano...

Lo que me choca de todo esto son las siguientes cosas:
  1. ¿Por qué se piensa que unos seres supuestamente mucho más avanzados que nosotros, en todos los sentidos, van a comportarse como los asilvestrados e irresponsables pobladores de la Tierra?
  2. ¿Por qué cree que un planeta en un estado tan paupérrimo (y empeorando...) va a interesar como fuente de recursos a alguien o algo con una inteligencia y un nivel evolutivo cósmicamente superior a los nuestros? ¿Qué se piensa que son? ¿Chamarileros?
  3. Para cuando vengan los parientes de ET y cía, si es que vienen, ¿en serio piensa Hawking que va a quedar algo vivo o aprovechable en el globo terráqueo?
  4. ¿Es congruente que un eminente científico haga afirmaciones tan bizarras y alarmistas sobre un tema que la comunidad científica internacional niega la mayor desde hace décadas? ¿No quedó escarmentado con su teoría fallida sobre los viajes en el tiempo a través de los "agujeros de gusano"?
  5. ¿Cree el intelectual de fisonomía cubista que la Humanidad, la misma que ni siquiera es capaz de remendar el planeta que está expoliando y destruyendo, va a lograr pervivir en el espacio exterior?
Yo, particularmente, creo que, de venir los gachós del espacio ulterior, la escena se parecerá más a la de "Ultimátum a la Tierra", con un mensaje paternalista y buenrollista del tipo: "Queridos terrícolas, os estáis cepillando el paisaje, haced el amor y no la guerra, pensad en verde, salvad a las ballenas", etc, antes de que el héroe de turno los intente pasar por la piedra en menos de un "Klaatu barada nikto". De cualquier forma, para quien quiera conocer mi opinión sobre el tema ufológico, mejor que vea un artículo que publiqué hace casi dos años.

De todos modos, si se trata de aliviar los temores de ese genio que parece salido de un cuadro de Bacon, lo mejor es, en lugar de mandar absurdos mensajes al eco sideral, enviar un vídeo con los mejores momentos de Belén Esteban (en Wikipedia ya hay de todo...) para que cualquier extraterrestre sepa que este planeta está ya perdido y no hay nada que aprovechar ni salvar.

Sea como fuere, a mí me encantaría ver un encuentro entre dos grandes iconos de la ciencia-ficción: El ciborg (Hawking) y el alienígena. SH contra ET. Pura e hilarante serie B.

domingo, 16 de mayo de 2010

Robin antes de Hood

El pasado viernes he visto "Robin Hood", la nueva incursión del gran Ridley Scott en la épica medieval tras su más que interesante "El reino de los cielos". Basada en el mito anglosajón más famoso junto al del Rey Arturo, la película es una precuela de los sucesos por todos conocidos que intenta dotar de mayor verosimilitud histórica a lo que, en el fondo, no son más que fantásticas y legendarias hazañas envueltas en la bruma de la incertidumbre documental. Una propuesta muy similar a lo que hizo la única secuela cinematográfica de las hazañas del proscrito más célebre: "Robin y Marian". Pero donde la cinta de Richard Lester se tornaba magnífica y realista en lo crepuscular, la de Ridley Scott se revela como una película meramente entretenida con detalles muy interesantes que dejan entrever un potencial mayor y desaprovechado.

El Robin Hood de 2010 no es tan colorido y folletinesco como el del mítico Errol Flynn (1938), ni tan pretenciosamente palomitero como el de Kevin Costner (1991), sino que intenta hacer una recreación histórica certera y sosegada de la época y los personajes reales engullidos por la leyenda (Ricardo Corazón de León, Juan Sin Tierra...) al mismo tiempo que trata de prestar menos atención a la épica para dedicársela a una discutible interpretación sociopolítica actual de las motivaciones del arquero más afamado de Sherwood. Y es precisamente esto último, la reinvención de Robin como "antisistema del siglo XXI" en clave medieval, lo que más chirría en esta película (tómese como ejemplo el discurso que realiza en favor de la Carta Magna) ya que el lenguaje y los conceptos utilizados resultan, cuando menos, chocantes cuando no anacrónicos. De cualquier forma, esta peculiar óptica, original pero desatinada, lastra el potencial de un film que, a mi
entender, más habría necesitado de fulgor épico y adrenalina dramática para alcanzar su verdadero techo.

No obstante, la película de Scott, pese a estar lejos, muy lejos del empaque de sus magnas obras, constituye una nueva oportunidad para ver el magnífico hacer de dos excelentes actores: Russell Crowe y Cate Blanchett, quizás lo mejor del film, ya que, imaginarse esta película sin alguno de ellos sería pensar en una cinta mediocre (y eso que hay secundarios más que notables). Y esto, unido al realismo (bien documentado) con el que se presentan unas figuras (los monarcas antes citados) y una época sesgada maniqueamente por el folclore (esto también es discutible, porque las leyendas sobre Robin Hood son muy anteriores a la aparición de Corazón de León y su mezquino hermano, por ejemplo) y son los grandes motivos para acudir al cine a ver una película amena y fallida de un director del que se espera, por capacidad y talento, gestas mayores.


jueves, 13 de mayo de 2010

Madrid era una fiesta...y el Atleti, campeón

Arriba, el negro azabache de la noche. Abajo, el rojo y el blanco de la ilusión desbordada.

La ciudad convertida en la capital mundial de la algarabía más feliz y su centro, una fuente de sonrisas en algarada.

El frescor de la madrugada sólo es un infundado rumor entre el calor humano de quienes tienen en su corazones la incandescente llama del sueño hecho en realidad.

Cientos de personas que funden cualquier diferencia social, étnica o cultural en el crisol de bufandas y banderas que revolotean juguetonas en torno a farolas asediadas por el gentío.

El aire se llena de olores y sensaciones que no entienden de leyes sino de emociones hechas canto y grito a los cuatro puntos cardinales del entendimiento.

Pasada la medianoche, todas las miradas desconocidas se vuelven cómplices y familiares.

Veo a un dios de los mares alzándose mayestático entre mareas de personas y aguas rojiblancas y creo que la mitología hoy tiene mucho de religión.

Cuesta distinguir lo real de lo soñado porque en ocasiones como ésta son obvios sinónimos.

Todo el mundo se comporta como si no hubiera un mañana...¿y qué si lo hay? Bienvenido sea para recordar lo sucedido la noche del 12 de mayo de 2010. La noche en que Madrid era una fiesta y el Atlético de Madrid, mi "Atleti", campeón de la Europa League.


lunes, 3 de mayo de 2010

Houdini en la Sociedad de la Información

Recientemente he leído una noticia interesante y sorprendente: un ciudadano británico ha querido comprobar si es posible ocultar nuestra existencia hoy en día, inmersos como estamos en una sociedad donde todos los individuos somos constantes generadores y receptores de información y en la que el conocimiento abarca desde las nociones más universales hasta los datos más personales.

Para ello, David Bond, que así se llama el sujeto, ha realizado un documental, Erasing David, protagonizado por él mismo y donde intenta desaparecer “informativamente” a todos los efectos, convertirse prácticamente en un fantasma ajeno a cualquier acción o dispositivo que delate sus acciones, hacer un número de escapismo en plena Sociedad de la Información. ¿Lo consiguió? La respuesta, en las pantallas (al menos en Reino Unido).

Pese al marchamo de thriller que pueda tener a primera vista, lo cierto es que la intención del intrépido señor Bond (David, no James) es manifestar con espíritu crítico y talento audiovisual su disconformidad con una sociedad cuya voracidad informativa, explícita o tácita, es incesante. En este sentido, conviene decir que el detonante de esta curiosa iniciativa es un suceso no menos estrambótico: una agencia infantil británica se puso en contacto con él para informarle de que habían perdido todos los datos (incluso bancarios) de su hija…¡de sólo cuatro meses de edad!

Sea como fuere, la verdad es que este experimento audiovisual nos evoca ligeramente esas inquietantes sociedades distópicas como las planteadas por George Orwell en la celebérrima 1984 o Alan Moore en su famosa V de Vendetta. Aunque no cabe duda que la miríada de bases de datos informatizadas, los perfiles en redes sociales y las grabaciones de cámaras de seguridad podrían realizar quizás la más detallada y aséptica biografía de cada uno de nosotros, personalmente creo que no estamos ni remotamente cerca de esas distopías y que lo peligroso no es que se tenga mucha información individual, sino el uso y la difusión que se haga de ella. En relación con esto último, pienso que, si bien todo es mejorable, no tenemos motivos para la inquietud. Ahí está la Agencia Española de Protección de Datos para dar fe de ello.

¿Y ustedes qué opinan? ¿Conseguiría Harry Houdini escapar de la Sociedad de la Información?



Un vídeo para reír…y pensar

Desde hace unas semanas, circula por YouTube un divertido vídeo donde con ingenio y humor se sacan a la palestra dos interesantes cuestiones, tan cercanas a la guasa como a la discusión.

La primera de ella es el proverbial miedo o recelo a los nuevos terminales tecnológicos como sustitutos de los soportes tradicionales del conocimiento. En mi opinión, es un error ver a las nuevas plataformas o dispositivos como una versión remozada de los cuatro jinetes del Apocalipsis en lo que a la difusión del saber y la información se refiere. Basta con hacer un ejercicio de sana memoria para darse cuenta de lo que quiero decir: Ni la imprenta acabó con la escritura a mano, ni la radio con la prensa, ni la televisión con la radio, ni Internet con la televisión, por citar sólo unos ejemplos. La cultura, el conocimiento y la información son lo suficientemente universales como para no ver peligrar su transmisión y perduración por razones geográficas, lingüísticas o tecnológicas. Ahí están siglos de Historia que lo atestiguan. Innovar no ha sido nunca sinónimo de extinguir y no creo que innovaciones como los eBooks vayan a ser una excepción. Hay espacio y público para todo y para todos. Una de las grandes virtudes de la época y la sociedad en que vivimos es que el acceso a la cultura y el saber está más universalizado y democratizado que nunca antes en la historia de la Humanidad, precisamente gracias a los avances tecnológicos. Y esto lo digo yo, que soy un lector voraz y un enamorado de los libros, ojo.

La segunda de las cuestiones que aborda y resulta, a mi parecer, el principal objeto de sorna del vídeo es la peculiar retórica que desde hace años ha calado en el mundo tecnológico (y aledaños), donde complejos términos técnicos se entremezclan con acrónimos, siglas y vocablos en inglés al tiempo que se utilizan rimbombantes circunloquios en aras a dotar de una solemnidad e importancia al discurso/mensaje tan excesivas que en no pocas ocasiones incurren en la pretenciosidad o el esnobismo. Para promocionar o hablar de una tecnología, dispositivo o servicio se necesita lo mismo que para divulgar correctamente cualquier otra cosa: un uso correcto de la gramática y el léxico, una capacidad de síntesis que beneficie el entendimiento y cierto talento para captar la atención del receptor sin parecer un feriante, buhonero o trilero. En el caso particular de los hispanohablantes, contamos además con una inmejorable herramienta para lograrlo: la riquísima lengua castellana.

En definitiva, el vídeo de marras es una invitación para la hilaridad, pero también para la reflexión, ¿no les parece?