Conforme avanza el desarrollo y la innovación, la esperanza de vida aumenta y la población se ve cada vez más trufada de testas laureadas por argénticas canas o calvas apergaminadas. Hoy por hoy, las maceradas cumbres de las que se desprenden pelo y caspa son más frecuentes y numerosas que antaño y la sociedad da un paso más hacia la inalcanzable inmortalidad.
Esto, que a grandes rasgos es tremendamente beneficioso y positivo para todos (empezando por los lozanos relevistas como servidor), tiene no obstante su reverso inquietante, toda vez que hay quien tergiversa y pervierte el debido respeto a nuestros mayores, permitiendo que algunos de ellos se conviertan en infames tiranos familiares o malignos tumores laborales. Valerse de la edad o excursarse en ella para tener un comportamiento deshonesto, indecoroso o perjudicial es un error inadmisible, ya estemos hablando de la primera edad, la segunda o la tercera. Como en el caso de las dos primeras edades hay margen de mejora, quiero centrarme hoy en la postrera, que es donde ya no hay más vuelta de hoja ni posibilidad de redención.
Yo creo que cuando alguien llega a la vejez, pasa a formar parte de alguno de estos dos grupos que, aunque puedan parecer sinónimos, son antagónicos: los senectos y los decrépitos. Me explicaré a continuación:
Los senectos, para mí, son todos aquellos mayores que, por su vida personal y/o laboral y sus cualidades humanas y/o profesionales se convierten por derecho propio en un ejemplo a tener en cuenta o una cornucopia de conocimientos y enseñanzas de la cual aprender sin remilgo alguno. Son auténticos Atlas que sostienen un colosal mundo de experiencias que a todos, sin excepción, nos convendría admirar y asumir. Personas que en no pocas ocasiones reciben como recompensa por su valiosísima odisea existencial un infame desprecio y repugnante olvido, maquillado frecuentemente bajo la forma de internamiento en una residencia, como quien engorda un trastero o desván con un mueble viejo. Y eso, en el mejor de los casos...Gente que, por otra parte y paradójicamente, suele ser menospreciada laboralmente, ya sea a través de la desconsideración, la denigración, la explotación o la jubilación forzosa. Lo cual dice mucho de la inteligencia profesional y valía humana de quienes mueven los hilos en ese pandemonium que es el trabajo. Los senectos, son aquellas personas que convierten las canas en una señal de distinción y garantía de sabiduría. Estoy seguro de que ustedes pueden poner cara y nombre íntimo y personal a muchos "senectos". Yo también: Esther, Socorro, Eduardo,Carlos, Lucy...
Los decrépitos en cambio son, en mi opinión, todos aquellos sujetos que quieren hacer de su pelo desvaído un cheque en blanco y de su piel cuarteada un muro de cemento. Jetas de la vida que han encontrado en su avanzada edad el chollo ideal para obtener pingües réditos de todo tipo. Por lo general, son rémoras existenciales que hacen de su cumpleaños el aniversario de la sinvergonzonería y la desfachatez. Rara vez son personas que, llegado el momento, no entendieron aquella máxima de "Una retirada a tiempo es una victoria" y escogieron tornarse en vampiros ávidos de perpetuar su riqueza o estatus a costa de quitárselo o negárselo a otros. Frecuentemente, al contrario de lo que suele suceder con los senectos, el retiro de los decrépitos se aloja entre las cuatro paredes de un piso lujoso o , al menos, muy por encima de su valía humana. Igualmente, en el entorno laboral, estos colgajos que sustituyen el formol por la caradura obtienen un trato injustamente magnánimo, a través de prejubilaciones con muchos ceros a la derecha o puestos honoríficos, testimoniales o consultores para seguir llenando copiosamente la faltriquera a cambio de ser atrezo verborreante o fuego fatuo intermitente, desempeños todos ellos más próximos al quiste malhadado o al palo en la rueda ajena que a un verdadero quehacer profesional, en el amplio sentido de la palabra. Tal y como sucedía en el caso anterior, estoy plenamente convencido de que ustedes podrán poner cara (nunca mejor dicho) y nombre a los "decrépitos". Yo también, pero, en esta ocasión, me contentaré con tener pensamientos nada deseables...
Una muestra más de que, en la sociedad actual, se confunde la velocidad con el tocino, el tafanario con las témporas y el respeto con la connivencia.
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