domingo, 27 de diciembre de 2009

¿Naviqué?

Pasear en estas fechas por la urbe madrileña viene siendo, especialmente en los últimos años, un ejercicio de delirante reflexión sobre todo lo contenido dentro de la palabra "Navidad". Decoración más propia de "Encuentros en la tercera fase" que de una fiesta religiosa cristiana; miríadas de personas emulando "La noche(buena) de los muertos vivientes" dispuestas a arrollar literal o figuradamente a todos los pobres que limosnean la presumible caridad navideña; hordas de desacomplejados tocados con pelucas estilo "lumi galáctica", "afromatorral púbico" o "yonqui arcoiris" cuando no con absurdos gorros "reno ibérico" o "Papá Noel no tenía sentido del ridículo"; centros comerciales atestados de feligreses del consumismo ("Ya es Navidad en El Corte Inglés" o cómo hacer el agosto en diciembre) que ignoran a los mendicantes apostados en sus entradas; iglesias convertidas en pequeños parques temáticos donde la mayoría de los visitantes son practicantes de aquello de "una vez al año, no hace daño"; bochornosa devoción por Belén (la arrabalera y catódica Esteban y no el palestino de marras); teléfonos que no paran de sonar con mensajes o llamadas de gente que por lo general sólo se acuerda de ti cuando reciben una previa felicitación tuya; bares y restaurantes donde las empresas organizan hipócritas comidas, cenas o copas para justificar el derecho de pernada (popularmente conocido como "jodienda") anual...

Así las cosas, a nadie sorprende que de la Navidad tal y como fue (y debe ser) quede poco o nada. En los últimos tiempos ha experimentado una deliberada devaluación y evisceración en aras a no herir sensibilidades, majadería con la que se confunde el culo con las témporas, pues la Navidad es, por definición en una conmemoración festiva estrictamente cristiana y nadie está llamado a participar en ella si no se siente identificado con el susodicho festejo religioso, igual que nadie puede sentirse ofendido ni incómodo, si Jesucristo o el cristianismo le importa tres coranes o cuatro talmuds o se lo pasan por el forro del ateísmo o su marca blanca (el agnosticismo). Es como si a mí me molestaran las respectivas festividades musulmanas, judías y demás. Pues no. Me dan absolutamente igual tales celebraciones y quienes las secundan. Cada cual, a lo suyo.

Igualmente, me resulta absurdo y sonrojante cómo, paralelamente a la defenestración de la imaginería y las costumbres católicas navideñas, la sociedad parece alentar la asunción de unos adornos e iconos foráneos (a España y la religión católica), encabezados por cierto guiri barrigón barbudo. No deja de ser contradictorio que un personaje inspirado en un obispo cristiano, que se ha convertido en el exponente de la Navidad concebida como operación de "merchandising" mundial buenrollista (y carente de cualquier hondura religiosa), esté calando tanto en la sociedad de un país vinculado proverbialmente al catolicismo. Me parece una estupidez igual de supina que ver desfilar a los apócrifos Reyes Magos por Manhattan, Trafalgar Square o la Puerta de Bradenburgo. Cada país tiene sus propias tradiciones, así pues...¿por qué dejarnos inocular importaciones que tienen más de anuncio de Cocacola que de religión?

En fin, a la Navidad, en España, le hace falta una buena dosis de memoria, respeto y sensatez y le sobra mal gusto e hipocresía. Y paro ya de escribir, que no quiero exaltarme por una conmemoración agendada por un espabilado emperador en unas fechas cuando menos controvertidas (el invierno en aquellos lares belenísticos no invita a nacer en un cobertizo, cuadra o establo de "low cost", a no ser que se quiera alumbrar un hipotérmico) para machacar o suplantar festividades como, por ejemplo, la del Sol Invictus (Navidad) o Janus (Nochevieja). De todos modos...¡felices fiestas a todos!

1 comentario:

Cyrano dijo...

El observador desde la atalaya vuelve a dar en el clavo. Sólo un apunte más: al Gobierno y a las instituciones públicas les interesa esta sopa boba de cohetes y aguinaldos, porque con esta válvula de escape se mantiene el sistema putrefacto de ricos y pobres. Pasa lo mismo en las empresas, donde en Navidad se ordena sonreír a los esclavos, no vaya a ser que se vea muy descarado que el resto del año se practica la "Infiernidad" con los semejantes o prójimos.