El suceso no dejaría de ser un 'curioso' e inconsciente homenaje a cierta escena de King Kong, de no ser por lo siguiente: Raro es el madrileño que no ha visto, al menos una vez, saltarse un torno en el metro o utilizar cualquier otra argucia para ahorrarse el importe del billete. Y rara es la vez que los vigilantes de turno o el personal hacen algo más que poner cara de resignación o mirar para otro lado.
¿Está mal saltarse el torno? Por supuesto que sí. ¿Está mal la usual pasividad o dejadez de quienes tienen que impedirlo? Evidentemente. Pero tan mal como que lo impidan 'sólo' a quienes les viene en gana o, mejor dicho, con quienes se atreven. Me refiero a que hay otras personas que cometen esa infracción y, tal vez por lo intimadotorio de su aspecto o su corpulencia, se van de rositas.
Son esas falta de coherencia y 'gallardía ocasional' lo que crispa a quien usa el metro con frecuencia y sabe que los saltos olímpicos de torno y el hurto en cualquiera de sus modalidades son problemas diarios del suburbano madrileño y que muy pocas veces se hace nada efectivo al respecto. Si hay que castigar esas infracciones y delitos, perfecto, que se castiguen (faltaría más), pero a todas las personas que los cometan y no sólo a aquellas que por su edad, aspecto o género son más 'asequibles' para soportar los zarandeos y la 'valentía aleatoria' de los vigilantes de seguridad.
Si jugarse el tipo entra o no dentro del sueldo, eso es otro cantar. Pero mientras esté de servicio, el personal que vigila las estaciones de metro debe cumplir con su deber siempre y no sólo cuando le apetezca o 'pueda'.
(Este artículo ha sido publicado el 30/01/08 en Ciudadano M en elmundo.es)
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