Anoche fui a ver por fin la penúltima obra de Rafael Álvarez "El Brujo" (1950) al Teatro Fígaro de Madrid (tras su paso por el vecino Teatro Alcázar), ahora que Autobiografía de un yogui se va a despedir de la cartelera madrileña mañana domingo. Suelo ser fiel a mis filias y mi admiración y afición por "El Brujo" viene de hace ya tiempo, lo cual me ha permitido ver buena parte de sus creaciones (Lazarillo de Tormes; Misterios del Quijote; San Francisco, juglar de Dios; El Evangelio de San Juan; Mujeres de Shakespeare; La Odisea; El asno de oro; La luz oscura...) desde que tuve la suerte de ver la primera un verano en Estella, hace ya muchos años.
La función, que sobrepasa con holgura las dos horas de duración, cuenta/adapta la vida de Paramahansa Yogananda, un famoso yogui, gurú y místico hindú que trajo el yoga a Occidente, cuya obra ha sido traducida a infinidad de idiomas y es, en palabras del propio Álvarez, su maestro. Ello le da pie al Brujo a hacer un interesante bosquejo de la mística oriental, entreverado de hilarantes anécdotas personales (como el proyeccionista Amperio o el "cura de mi pueblo") junto a ingeniosísimas pullas a la actualidad nacional y local.
De todos modos, para mí, la enseñanza más interesante no la escuché en la función (al menos no literalmente) pero sí la he leído al Brujo en su promoción de esta obra, citando a los antiguos filósofos: "El mundo está en el alma. Es tu visión del mundo la que crea el mundo; luego no hay transformación del mundo si no empieza por tu propia transformación". Quiero pensar que es algo más que una frase bonita e interesante. Y me reconforta saber que este pensamiento tan estimulante y reconfortante proviene de gente que me hace saberme humildemente estúpido. Pero es que, aunque la hubiera dicho el tendero de la esquina, en la boca del Brujo tiene un pátina de trascendencia, de magisterio, de relampagueante hallazgo que uno no puede menos que dejar iluminarse. Y es que Rafael Álvarez, en obras como Autobiografía de un yogui, demuestra que es arte, teatro e ingenio indudables pero, sobre todo, es luz. Mucha luz.









