sábado, 8 de septiembre de 2018

La culpa no es de Maluma

Recientemente, el individuo conocido como "Maluma" ha pasado por Madrid para llenar el Palacio de los Deportes con cientos de fans deseosas (tres cuartas partes eran mujeres) de sudar con/por él. He aquí mi percha/coartada/excusa para este artículo, así que si alguien quiere bajarse del barco o vomitar antes de iniciar la travesía, lo entiendo. 

El sudamericano resiste varios adjetivos, epítetos, etiquetas y calificativos estrictamente objetivos y desmotrables empíricamente: joven (nacido en 1994), colombiano (de Medellín), atlético (no es precisamente King África), machirulo, machista, zafio, hortera, con un aspecto de personaje desbloqueable del Grand Theft Auto, carente de cualquier talento apellidable como artístico y sin mayor habilidad conocida que la de "calentar el horno" con la misma facilidad que provoca polémicas que sabe aprovechar en beneficio propio. Ese es "Maluma", el alter ego de Juan Luis Londoño Arias, quien con sólo veinticuatro años y tres álbumes se ha convertido en el máximo y exitoso exponente del reguetón y el trap, géneros por cierto cuya aportación a la música sólo es comparable a la aportación de Hitler al sionismo y que figuran en la prestigiosa lista de "Motivos por los que no habría que llorar por la extinción humana".

Yo no conozco a la persona y por eso no voy a valorar al tal Juan Luis, pero sí he sufrido sensorialmente lo suficiente a "Maluma" para decir sin tapujos ni fisuras que éste cultural, creativa, musical, estética y éticamente me parece una supuración, una excreción, una ventosidad, un vómito, un detrito, una hez que ni un Diplodocus con diarrea lo igualaría. Si Maluma me parece pura mier*a se debe a que me asquea lo que parece, lo que es, lo que abandera, lo que fomenta, lo que ¿canta? y lo que ensalza. Yo respeto que este espabilado ande corto de virtudes y carente de ingenio y por eso entiendo que, como cada cual se gana el pan como puede, este fulano medellinense se haya buscado la vida cantando a los bajos instintos, con un repertorio tan reconocible como reiterativo, soez y de un gusto simplemente patético. Ir a lo fácil es la salida más ídem cuando la vida no te ha dotado para mayores logros.

Antes de seguir con el "dar cera, pulir cera", quiero dejar claro lo siguiente: la provocación en la cultura en general y las artes en particular no me parece mal; al contrario. Buena parte de la historia de la pintura, la escultura, la literatura, la música, la fotografía, etc, no se entiende sin esas necesarias (y merecidas) patadas en la mesa donde come toda la sociedad, sin esos desafíos a la moral dominante, sin esas bofetadas a la hipocresía imperante. Ahí están, por ejemplo, para dar cuenta de ello en el ámbito literario Quevedo, los poetas malditos, Wilde, el Marqués de Sade, Valle-Inclán, el naturalismo o Chuck Palahniuk. El problema es que cuando se carece de ingenio, de talento, de calidad, la provocación se queda reducida a un nonagenario despelotándose en una guardería. Y esto es lo que le pasa a "Maluma": que cuando Dios repartió cerebros, él debía estar echando un polvo (o "cantando" que lo hacía).

Yo tolero los gustos de todo el mundo porque, al fin y al cabo, el ser humano no es más que un curioso enjambre filias, fobias y parafilias de todo tipo. Así pues, asumo que existen coprófagos musicales a los que este pornógrafo con autotune les alegre/encienda/caliente los ratos. Del mismo modo, espero que esos mismos fans de "Maluma" toleren y asuman que exista gente (como yo) que antes tendría una embolia cerebral que permitirse fibrilar con las "canciones" del colombiano. Porque, las cosas como son, dejando a un lado el tema estrictamente "musical", las letras de "Maluma" son todo un momumento a lo chabacano, una oda al machismo, un hilo musical para ingles sudadas, una basura tan grande como el Everest. Y si no, que alguien me defienda la valía de lo que "dice" ese menda en temas como El punto (su letra no tiene desperdicio pero baste citar como ejemplo esta parte: "Y quiero más más, dame más más,/ sexo en exceso nunca está de más,/ se pone en 4 y me pide/ que por el ch la castigue"), Cuatro babys ("Siempre me dan lo que quiero,/ chingan cuando yo les digo"), Primer amor ("Mi niña, mi mujer, mi dama, yo fue el primero en tu cama"), Un polvo ("Quiero volver a explorar tu cuerpo,/ ver tu cara cuando lo tengas andentro"), o Vitamina ("No hay razones pa' que te cohibas./ Yo sé que tu nene te motiva./ Me dijieron que eres posesiva/ y que te tragas la vitamina uhhh"). Fino, fino, tú. Orillando el innegable hecho de que la temática de las canciones de "Maluma" es más previsible que una batalla de los Power Rangers, este sicario a sueldo del mal gusto parece tener cierta obsesión "creativa" con todo lo que hay allende el ombligo y una gran autoestima basada en sus presuntas dotes coitales y su semen, de manera que actúa como si fuera el Mesías del falocentrismo. Todo el planeta de "Maluma" parece orbitar obsesivamente en torno a micrófonos y penes (vista esa fijación, no es descartable que tarde o temprano se marque un Ricky Martin y salga del armario). 

Así pues, el único "mérito" de las "canciones" de "Maluma" reside en propiciar calentones, coitos, felaciones, vejaciones y violaciones (supongo que para salvajes como los de "la Manada" este colombiano debe ser David Bowie) y en fomentar al mismo tiempo un nauseabundo paradigma según el cual los hombres están únicamente en este mundo para horadar y las mujeres para ser horadadas. Una gran y beneficiosa influencia para las nuevas generaciones, sin duda. 

De todos modos, como destripaba en el título de este artículo, la culpa no es de "Maluma". Una caca no tiene culpa de ser una caca: es lo que es. El problema está en las moscas que la adulan con su presencia. El problema está en que hay gente dispuesta a gastar tiempo, dinero, pensamientos e incluso deseos en alguien como él o sus "canciones". Algo grave pasa cuando tipos como este medellinense están "petándolo" (nunca mejor dicho). Pero, insisto, de eso no hay que culpar a "Maluma". Como no hay que culpar a Erika Leonard Mitchell por el éxito de esa basura encuadernada titulada "Cincuenta sombras de Grey", ni a Paolo Vasile por la incontestable audiencia de "Sálvame" y demás coproprogamas de Mediaset. No. El problema está en la gente que consume con entusiasmo y por millares esas y otras cacas. Un problema que invita a pensar que, muy seguramente, la humanidad se está yendo a la mierda, pero, eso sí, con mucho flow y autotune. Quien no se consuela...

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