La ciudad aún estaba arropada en un letargo de farolas y siluetas. El piso aún estaba sumergido en un mutismo oscuro quebrado por la impertinencia sutil de ruidos diminutos. El dormitorio aún estaba paladeando el vao feliz de un placer declinado en bocas abiertas y ojos cerrados. La pareja aún estaba despierta, ungida en una penumbra azulada. Las sábanas desmelenadas tapaban como una caricia tímida sus cuerpos desfallecidos en un recreo de endorfinas. A los pies de la cama, un reguero de prendas, el recordatorio de una inercia de horarios y checklists. Sobre su pecho, él notaba las pestañas de ella, en un rítmico y pausado ir y venir, barriendo unas agradables cosquillas en cada vaivén. Sobre su pecho, ella notaba el latir firme y lento del corazón de él, arrullando sus oídos. Ninguno veía la cara al otro. No hacía falta.
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