domingo, 11 de septiembre de 2016

Los otros "11-S"

El 11-S fue uno de esos sucesos que no sólo constituyen indiscutibles hitos históricos sino que también conforman referentes de memoria personal en tanto que ayudan a ubicarse en un momento y lugar del pasado, igual que ocurrió en su día con el ataque a Pearl Harbor, el asesinato de JFK, la llegada del hombre a la Luna, el 23-F o el 11-M, por citar sólo unos ejemplos. "¿Dónde estabas tú cuando...?", "¿Qué estabas haciendo en el momento en que....?, etc. Yo, por ejemplo, aquel funesto y sobrecogedor mediodía del once de septiembre de hace quince años estaba en Navarra, trabajando como periodista, volviendo a la redacción del periódico, en el coche del fotógrafo, tras cubrir un festejo.

Del mismo modo, igual que muchos sucesos de trascendencia similar, el 11-S estuvo, está y estará envuelto en un halo de dudas y sospechas en tanto que las explicaciones oficiales a menudo resultan insuficientes en comparación con la magnitud de la repercusión del suceso en sí mismo considerado. Al constituir puntos de inflexión que cambian la historia de personas, ciudades, países o del planeta entero, existe la necesidad de desvestir a esta clase de acontecimientos de todo atisbo de duda, lo cual, por desidia, torpeza o interés, no sucede con más frecuencia de la deseable. No se trata de ser conspiranoico ni de buscarle tres pies al gato sino de ser lo suficientemente honesto como para no negar obviedades. 


Pero, quizá, lo más "interesante" del 11-S es que supone, por desgracia, uno de los mejores ejemplos de ruptura de la linealidad, de fractura de la continuidad, de cambio de guión, de falla en nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. Quiebras que no sólo suceden a nivel oficial, colectivo y público sino también en la esfera cotidiana, íntima y personal, incluso con más frecuencia en este último ámbito que en el otro. En ese sentido, el 11-S funciona en esencia igual que lo hace la muerte de un ser querido, la pérdida de un empleo, la extinción de una relación o, por citar ejemplos en positivo, el nacimiento de un hijo, la consecución de un trabajo, el inicio de una relación o, incluso, cosas tan prosaicas como un cambio de vivienda. Son alteraciones de la cuadrícula sobre la que asentamos diariamente nuestros pensamientos y acciones y que, por tanto, nos sitúan en esa tierra de nadie que es la incertidumbre, un lugar inhóspito e incómodo donde hay más preguntas que certezas y en el que la tentación de echar la vista atrás amenaza con transformarte en estatua de sal. Son cambios, a menudo inesperados y bruscos, que nos marcan, nos definen y ello gracias a que nos obligan a algo que a muchas personas les causa alergia o pánico: tomar decisiones, reaccionar. Porque sólo tomando decisiones se puede afrontar un escenario de volatilidad tan grande como al que nos empuja cualquiera de estas "transformaciones" y no a todo el mundo le gusta aquello de que situarse frente al espejo, tomar consciencia y conciencia y decidir qué hacer. Es lógico si tenemos en cuenta que son esas decisiones, esas reacciones las que configuran nuestro destino más inmediato: hades, limbo o paraíso. Y aún más comprensible si no perdemos de vista el hecho innegable de que al hombre actual le encanta más que a ninguno de sus ancestros desenvolverse sobre pautas y raíles, como si fuera un animatronic, y todo lo que no sea eso provoca sudores fríos a la mayoría del personal. Es el mismo miedo que tienen algunos artistas sobre un escenario, el miedo a quedarse en blanco, puesto que no todo el mundo está preparado mental, educativa o emocionalmente para improvisar, que es, en definitiva, a lo que se reduce la mayoría de decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida: a "hacer con lo que hay", a ser sobre la marcha, a navegar en lo imprevisible más allás del "hic sunt dracones". Por eso son tan importantes e impactantes este tipo de sucesos, porque nos obligan irremediablemente a elegir entre la "comodidad del pánico", la "melancolía de la incubadora" o el "salto de fe". Nos hacen tomar conciencia de la fragilidad no sólo de nuestros planteamientos y elucubraciones sino de nuestra propia condición, en tanto que nos remiten a miedos tan temibles como primigenios: la oscuridad, el caos, el vacío, la nada primordial. 

Para acabar y volviendo al asunto del aniversario, analizando en perspectiva, creo honestamente que el mundo ha aprendido poco o nada del 11-S porque las decisiones, las reacciones que suscitó sirvieron para borrar de la faz de la tierra a unos cuantos hijos de puta (algo positivo, ojo) y...empeorar las cosas, visto lo visto: el 11-S se utilizó como argumento-excusa para convertir Oriente Medio en un avispero aún peor (por culpa de Bush Jr y compañía) y ello, a su vez, fermentó como caldo de cultivo idóneo para el nacimiento de algo aún peor que los responsables oficiales del 11-S (de Arabia Saudí hablamos mejor otro día) como es el ISIS, lo cual, a su vez, ha emponzoñado la convivencia en muchos países occidentales en los que se ha desatado una islamofobia más visceral que justa que ha devenido en el auge de movimientos más propios de la Europa de entreguerras que del siglo XXI. Así las cosas, aún queda mucho por aprender, decidir y hacer en ese asunto. Pero, mientras tanto, mejor ocuparse cada cual de sus 11-S particulares, que en ellos también nos va la vida.

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