Me encanta. Soy un auténtico fan. Confieso que mojo la ropa interior pensando en cazar. Se me acelera el corazón con la sola idea de darle matarile a un animal. Sueño con decorar mi casa con trofeos y logros de la taxidermia. Ahora que tengo tu atención, dejaré de ser irónico.
¿Qué es la caza?
Objetiva e históricamente: es un anacronismo, una práctica injustificable y "desfasada" desde que hace 10.000 años al hombre le gustó eso de la ganadería.
Para algunos: es también un hobby, una pasión, una afición equiparable, según esos "algunos", a practicar algún deporte, leer un libro, ir al cine, jugar al ajedrez, escuchar música, construir maquetas o hacer fotos.
Para mí: es la más cruel y repugnante excusa que encuentran algunos, esos mismos "algunos" del párrafo anterior, para tapar, aliviar u olvidar algún tipo de trauma, tara, complejo, patología o disfunción. Como las operaciones estéticas o irse de fulanas pero liquidando especies para alimentar no el estómago sino un ego que haría las delicias de cualquier diván. Así, para mí, la caza es una ventana a un mundo de barbarie y vísceras donde todo es brutal, cruel e inhumano. En este sentido, desde el punto de vista de la ausencia flagrante de consciencia y conciencia que demuestran los protagonistas, la diferencia entre un cazador y un asesino, un terrorista, un violador o un pederasta es quién resulta perjudicado por sus aberrantes actos. Por lo demás, ninguna distinción. En resumen, que si me dan a elegir entre la existencia de un animal y la de un cazador que no cace por estricta y urgente necesidad alimentaria, mi elección será siempre el animal. Qué le voy a hacer: aprecio demasiado a los animales y muy poco a los bestias. ¿Por qué? Porque éstos, los bestias, los salvajes con nombre y sin vergüenza, han olvidado lo que dijo el conservacionista James Oliver Curwood e inmortalizó la fenomenal película El Oso: "Sólo hay un placer mayor que matar: dejar vivir".
¿A qué viene esto?
A noticias como la de que un cazador ha liquidado a un león en Zimbaue. Hace poco más de un año hablaba en este mismo blog de la muerte del elefante "Satao". Ahora ha cambiado el animal pero no la salvajada ni la maldad ni la cobardía ni el horror ni la tragedia ni el disparate ni el asco ni la vergüenza ni la pena que me provocan sucesos así. Lo peor es cómo se ha producido la muerte o, mejor dicho, el asesinato de "Cecil", el león de la noticia: con nocturnidad, alevosía, engaño, ensañamiento y soborno (de 50.000 euros). Terrible. Es la enésima señal de la obscena y sistemática falta de respeto del ser humano por cualquier otra cosa que no sea él mismo. Es un argumento más de que "humanidad" y "civilización" son palabras a descartar. Es el penúltimo ejemplo de que sólo hay algo comparable en magnitud al ingenio del hombre: su crueldad.
La ley de la impunidad
En este caso concreto, lo peor de todo, que ya es decir, es esa certeza de que existe gente que mata no sólo por placer sino para exhibir su poder o, tal vez, lo que el malnacido de turno entiende por "poder". Que con la que está cayendo haya personas capaces de aflojar 50.000 euros para matar a un animal es para hacérselo mirar colectivamente. Es la demostración de que hace tiempo, mucho, tal vez demasiado e incluso de manera irremediable, la exhibición del poder, como medio y fin en sí mismo, está por encima de cualquier ley humana o natural. De que la ley de la impunidad no distingue las cosas desde un punto de vista ético, moral o biológico sino monetario. De que esta sociedad tiene excedente de psicópatas con posibles que lo mismo te joden la vida desde un despacho que acercan la sexta extinción masiva en la sabana africana. Y de que (y aquí viene la verdadera tragedia) hagan lo que hagan estos bastardos, se irán de rositas dejando una estela de destrucción. Matan porque pueden. Destruyen porque pueden. Se libran de cualquier castigo porque pueden.
Así pues y por acabar, teniendo presente que muy probablemente Walter James Palmer, el asesino de Cecil, se quede sin castigo, sólo espero que ese miserable, ese mierda, esa escoria humana, ese monstruo que ha matado al león tenga cuanto antes el mismo destino que deseo para cualquiera capaz de matar a un animal o inocente: la muerte más atroz y agónica posible. Así la vida se quedará para quienes la respetamos y éste será un mundo mucho menos malo de lo que ya es.
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