Ayer se celebró en Tordesillas el denominado "Torneo del Toro de la Vega", un festejo que se remonta a la época de la invasión musulmana (aunque su referencia más antigua es del siglo XVI) y que en los tiempos actuales es objeto de bastante polémica, como se ha demostrado en su última edición, que se ha saldado con una manifestante en el hospital y los lugareños demostrando su nivel evolutivo lanzando pedradas a los detractores del espectáculo congregados en la localidad vallisoletana para protestar contra esta tradición.
Antes de continuar, conviene recordar que este sarao ha sido distinguido como "Fiesta de Interés Turístico de España", "Espectáculo Taurino Tradicional" y "Patrimonio Cultural Inmaterial" y que sus defensores alegan que se trata de una tradición que se remonta a la Edad Media.
Por empezar por este último "argumento", supongo que los partidarios de esta "tradición" también tendrían a bien recuperar la Inquisición, el derecho de pernada y las ordalías del hierro candente o la caldaria, elementos todos ellos con arraigo contrastado en España ya en la Edad Media y que animarían sus vidas de una forma incluso más intensa que el Toro de la Vega. Si no, es mejor que se metan la lengua donde no da el sol y dejen de utilizar el origen medieval como razonamiento y pretexto para defender su existencia.
En cuanto a las rimbombantes calificaciones antes citadas, uno no acaba de ver ni el componente festivo, ni el interés turístico ni menos aún el empaque cultural que puede tener ver a una turba berreante lanceando a un toro hasta matarlo. Yo no sé quién fue el excelso cretino que dio el visto bueno a tales distinciones (imbéciles hay en todas partes), pero sí sé que lo del Toro de la Vega tiene de festivo lo mismo que una violación en grupo, tanta cultura como un concurso de eructos y tanto de espectáculo como una ejecución. Lo que está claro es que con tales denominaciones lo único a lo que se da lustre es a la capacidad del ser humano para exhibir su estupidez como un pavo real su cola. Para que les quede claro a los lanceros y compañía: No hay arte en la crueldad, no hay dignidad en la destrucción, no hay fiesta en el sinsentido y no hay cultura en la muerte. España puede y debe presumir turísticamente de su historia y de su cultura pero no de los tarados que aún pululan por su territorio.
Soy consciente de que España tiene muchos y distintos motivos tanto para sentirse orgulloso como para sufrir una terrible vergüenza ajena. El Toro de la Vega está en éste último grupo. Y lo está tanto por el hecho en sí (siempre estaré en contra de algo que implique o justifique la humillación, el maltrato o la muerte de un animal) como por cuanto permite constatar que en España sigue habiendo un preocupante excedente de gañanes; gente
que, con independencia de su procedencia, residencia o aspecto físico, deben su calificación como "gañán" a una capacidad cognoscitiva, racional e intelectual que les convierte en sospechosos de ser el eslabón perdido. Gentuza urbanita o rústica (lo mismo da) cuya existencia y proliferación son a la Humanidad lo que las hemorroides al cuerpo humano. Personas que no me dan ni risa ni pena sino un profundo asco. Ayer, viendo las imágenes del cisco que se montó en Tordesillas, pensaba que si se cambiara a los lugareños en vaqueros y chándal por negros tribales africanos de los de lanza y escudo habría en España quien pondría el grito en el cielo y hablaría de "tercermundismo", "barbarie", "incultura", etc. La hipocresía humana es así. Lo que es evidente es que si ayer hubiera caído en meteorito en el palenque de Tordesillas lo único que habría habido que lamentar sin miedo a equivocarse habría sido la muerte de un toro.
En definitiva: el Toro de la Vega no es ninguna fiesta digna de respeto ni una costumbre de la que sentirse orgulloso. Al contrario, es una majadería y una salvajada cuya existencia es una de esas "cosas" que España debe erradicar sea como sea si se pretende que algún día deje de ser un país más cerca de los esperpentos de Valle-Inclán y las películas de Berlanga que de una nación civilizada del siglo XXI.
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