viernes, 20 de agosto de 2010

Obamahoma

A veces, suceden cosas que son un monumento al humor negro y al despropósito más malhadado. Querer construir una mezquita último modelo a la vera del lugar donde hace casi nueve años unos hijos de Mahoma decidieron enviar al más allá a cerca de tres mil seres humanos en el nombre del Corán, la Yihad y la madre que los alumbró, es una de ellas. Son ganas de tocar lo que no suena y pasarse por la quilla la sensibilidad de quienes ven en eso un dislate, una provocación o una infamia. Me pregunto cómo les sentaría a los mohammeds y abdules que se construyera una novísima iglesia católica apostólica y romana en los aledaños de La Meca. No resulta difícil imaginar cientos de vídeos y fotografías con unos cuantos colegas de Alí Babá protestando airadamente como si les hubieran pitado penalti en contra en el descuento. Algo similar ocurriría si alguien decidiera levantar un museo dedicado a la memoria del Ku Klux Klan en Harlem o un centro de estudios de la raza aria en Jerusalén. ¿Se puede hacer? Claro, faltaría más. ¿Es sensato que se haga? No. ¿Es respetuoso? Menos. ¿Prudente? Ni hablar.

Y todo eso no se habría avivado si Obama, presidente de los Estados Unidos, no hubiera perdido una fantástica oportunidad para estar callado. Pero hete aquí que quiso pronunciar una de esas declaraciones más propias de un monólogo teatral o una edulcorada película hollywoodiense que de la mesurada praxis política: que le parece la mar de bien lo de la mezquita, que es un país libre, que la bandera que ondea al fondo, etc, etc, etc. Y ya tenemos montado el belén sin Sagrada Familia pero con unos cuantos bueyes y mulas por doquier. Que sí, que dijo una obviedad, de acuerdo, pero que lo más sensato sería haberse quedado Harpo Marx, indudablemente. Más que nada porque es el presidente de una nación que perdió a muchos de sus ciudadanos un once de septiembre en un atentado que, nos pongamos como nos pongamos, tiene que ver, aunque sea de soslayo, con el Islam; porque muchos de los ciscos que hay en el orbe tienen como protagonistas a la progenie mahometana; porque es el mandatario de un país con suficiente terreno como para construir una mezquita sin problemas en cualquier otro sitio sin poner en ignición las gónadas del personal. Y si lo que quieres es darte el gustazo de hablar, campeón, hazlo realizando un llamamiento al respeto mutuo y a adoptar una solución que no hiera sensibilidades ni de un lado ni de otro, sobre todo, del otro que es el tuyo, majete.

Ignoro si con manifestaciones tan grandilocuentes e imprudentes como la de marras Obama pretende que le pase por la cabeza lo mismo que a JFK (una bala) a base de tocar las maracas a sus compatriotas. Me imagino que no. Lo que sí sé es que, aunque todavía confío en él, el ocupante negro de la Casa Blanca ha demostrado que se le da mejor la palabrería fútil y efectista ("Palabras, palabras...sólo palabras", que diría Shakespeare) que las decisiones mesuradas y que lo suyo tiene más de constante campaña publicitaria filantrópica que de política útil y cavilada (¿a qué zote leonés me recuerda esto?). El único consejo que le puedo dar antes de que su futuro se le ponga a juego con su piel es una de las más brillantes reflexiones atribuidas al genio Woody Allen: "No conozco el secreto del éxito, pero sé que el del fracaso es querer contentar a todo el mundo".

De todos modos, también entiendo al presidente Obama: Llevarse bien con los jeques proporciona pingües beneficios económicos (públicos o privados). No en vano, los medialuneros son, junto a los judíos, uno de los lobbys más notorios de todo el panorama mundial y hacen y deshacen a su antojo: gobiernos, contratos multimillonarios, vidas humanas...cosas así. No obstante, yo que Obama me andaría con cuidado, no le vayan a poner mirando a La Meca el día menos pensado.

Creo que el problema de la política estadounidense es que no conocen el término medio: O te ponen de mandamás a un paleto que se cree Walker Texas Ranger o te ponen a un figura que actúa como si cada mañana comenzara con una claqueta y un "cinco y acción". Reagan, por lo menos, tenía experiencia en eso...

lunes, 16 de agosto de 2010

"Toy Story 3": Unas lecciones nada pueriles

Recientemente he visto la que es, de momento, la película de animación más taquillera de toda la historia: "Toy Story 3". Podría terminar este artículo diciendo que, una vez más, tras la maravillosa "UP", Pixar ha demostrado que en calidad técnica y hondura humana es insuperable. Pero, dado que nunca he hablado de "Toy Story" en este blog, me detendré un poco más.

La película, como sus antecesoras, sigue un esquema argumental muy similar: presentación de los juguetes - conflicto y presentación de la némesis - huida/regreso al hogar - final feliz. Tampoco cambia el mensaje principal de la primera y la segunda parte, la importancia de trabajar en equipo por un bien común y postergando cualquier diferencia o rivalidad, ni la reflexión con la que todos los "no tan niños" salen de la sala: Es importante saber crecer y madurar...tanto como no perder la ilusión, la imaginación y las ganas de disfrutar de la vida como lo hace un infante. ¿Más de lo mismo? Sí, pero mejor. Mejor porque en Toy Story 3 Pixar demuestra ya una soltura casi insultante para hacer genialidades capaces de entusiasmar y enternecer a niños y adultos por igual; películas con tantas lecturas que cualquiera puede salir muy satisfecho y enriquecido del cine, sea cual sea su edad.

Los entrañables juguetes protagonistas de este título (Woody, Buzz, los Patata, Rex, Slinky, Hamm...) no sólo se ganan casi instantáneamente la simpatía y el cariño por ser fácilmente reconocibles en nuestros recuerdos de la infancia, sino porque, como personajes de una trilogía plenamente consolidada, ya gozan del afecto inquebrantable de miles de espectadores en todo el mundo. A eso ayuda mucho que cada uno encarne actitudes y reacciones propias de los seres humanos y se vean inmersos en situaciones que, aunque sea de manera alegórica o metafórica, reflejan muchas de las vicisitudes de la vida real de los humanos. En ese sentido, todos nos podemos encontrar en "Toy Story".

Dicho esto he de reconocer que, aunque ha perdido totalmente el factor sorpresa que tenía la entrega inicial y la calidad técnica es muy similar a su inmediata precursora (esto es, muy muy alta), "Toy Story 3" es quizás la más interesante y "madura" por los temas que aborda: el paso a la vida adulta sintetizado en la marcha a la universidad, la importancia de saber reaccionar positivamente ante los cambios, la necesidad de aprender a despedirse de cosas que forman parte de nosotros, el valor de no tomar decisiones precipitadas...y lo impagable que es compartir la alegría y la ilusión con los que siempre estarán a tu lado de una u otra forma. Lecciones que difícilmente pueden ser calificadas como "pueriles".

Temas que tienen más de lección y moraleja que de premisa argumental pero que son la esencia de las aventuras de Woody, Buzz y compañía y la clave del éxito de Pixar en todos sus films: la de no hacer simplemente una película de animación. Una cualidad que en Pixar comparten con el gran maestro Hayao Miyazaki, a quien, por cierto, veneran, como muestra el peluche de Totoro que aparece en esta tercera entrega.

En resumen, "Toy Story 3" vuelve a exhibir las mejores cartas de sus antecesoras "pixeras": un nivel técnico muy muy difícilmente igualable, un sentido del entretenimiento magnífico y una capacidad para enternecer y hacer pensar que escasea en el cine (animado o no). Quizás por eso, yo salí del cine con la lágrima a punto y la sonrisa en ristre.


sábado, 7 de agosto de 2010

"Inception": Que toda la vida es sueño...

Anoche vi, en estreno, la nueva película de ese excelente director que es Christopher Nolan: "Inception" ("Origen" en castellano). Un thriller onírico que, sin llegar a las cotas de la magna "El caballero oscuro", está a un nivel difícilmente alcanzable para buena parte del mundo del cine actual.

Como viene siendo habitual en la filmografía de Nolan, es muy complicado ponerle un "pero" a "Inception" dado que es una obra de arte cinematográfico sumamente cuidada en todos los aspectos que se puedan considerar. El guión es espléndido, el solvente reparto borda sus interpretaciones (especialmente su protagonista, Di Caprio, que va para mito), el ritmo es acertado, los efectos visuales son utilizados con eficiencia pasmosa, la dirección artística es soberbia, la música sencilla y efectista (banda sonora que, por cierto, también tiene su miga)...En resumen: Que estamos ante una película que vale todo el dinero y la atención que se le dedique.

El film, sin ánimo de desvelar mucho, es una suerte de puzzle de géneros cinematográficos (thriller psicológico, ciencia-ficción, fantástico, drama, acción) cuyo argumento radica en
múltiples tramas y subtramas diseñadas como una aviesa y amenísma colección de matrioskas. Yendo más allá, "Inception" cuenta la historia de un ladrón (un híbrido del Segismundo calderoniano, Freud y James Bond), especializado en colarse por encargo en las mentes ajenas por la puerta de atrás de los sueños, que acepta un nuevo y titánico trabajo, en pos de obtener el premio de redimir una vida lastrada por un trágico y oscuro suceso, lo que da inicio a una arriesgada odisea por la psique...y hasta ahí puedo decir.

"Origen" parece escrita por el extraordinario Borges y filmada por el fullero Escher, aunque ambos cometidos los firma Nolan, y eso dice mucho, muchísimo de un director que es capaz de poner de acuerdo a crítica y taquilla de forma incontestable, algo sólo a la altura de los más grandes.

En definitiva, "Inception" es una sobresaliente película que parece orbitar en torno a una de las grandes citas de la literatura española y universal: "¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son."...siendo esta última aseveración algo con lo que juguetea la escena final de este magnífico film.


Claude Eatherly: La alargada sombra de Hiroshima

Ayer fue el 65 aniversario de una de las mayores barbaridades de la Historia de la Humanidad, el cumpleaños de una de las peores proezas cometidas por el ser humano: el lanzamiento y detonación de la bomba atómica, cuyo estreno, para desgracia suya y vergüenza del resto del orbe tuvo lugar en Hiroshima (Japón).

El atronador eco de la mayor derrota del hombre, la huella atroz de las miserias de la sinrazón, el recordatorio eterno de la maldad, el altar atómico consagrado a la muerte, el mensaje sin paliativos de que nuestra completa destrucción está al alcance de la mano. Eso y más fue, es y será Hiroshima: 140.000 muertos y decenas de miles de afectados; el final de la peor guerra desatada en la faz de la Tierra y un ejemplo permanente de cómo hay contiendas bélicas que aun finalizadas no se olvidan y otras que están ocurriendo hoy en día no ven la luz del interés informativo a no ser que alguien no tenga con qué rellenar minutos en una escaleta o blancos en una página.

Pero, pese a todos los pavorosos ejemplos de qué significó Hiroshima, quiero detenerme en uno de los más inesperados: el de quien revivió esa atrocidad todos y cada uno de los días de su vida, una persona a la que las condecoraciones y felicitaciones no consiguieron acallar su conciencia, un hombre que se convirtió en apestado por no renunciar a ser eso: un ser humano. Claude Eatherly. Integrante del escuadrón implicado en el bombardeo de Hiroshima y del que se acaba de publicar en español un interesantísimo libro. Él, que sólo participó en labores de reconocimiento (eligió como "diana" un puente alejado de la ciudad para minimizar la pérdida de vidas...algo que un error de cálculo cambió trágicamente), que no dio la orden final, que no apretó ningún botón, que no saldría en los grandes titulares ni fotografías, fue paradójicamente el que más sufrió por lo que supuso Hiroshima, el que más culpable se sintió por aquella operación, el que jamás olvidó el coste en vidas y horror de esa bomba.

Eatherly se pasó el resto de su vida implorando una condena que puniera su participación, mendigando un castigo que aplacara su lacerante conciencia, desgastando su cordura intentando encontrar su lugar en un mundo que había perdido la inocencia, la razón y el alma. No extraña, por tanto, que su existencia consistiera en desesperadas llamadas de atención para ir a la cárcel o a algún hospital psiquiátrico donde expiar su amargura, una amargura que quizás se vio aliviada por una inesperada carta: La remitida por una docena de jóvenes afectadas de Hiroshima que, lejos de culparle, le consideraban un víctima más de la bomba.

Eatherly moriría cargando sobre él el peso de las conciencias de muchos otros cobardes hipócritas y salvajes sin escrúpulos, constituyendo así uno de los ejemplos más demoledores e interesantes de qué es Hiroshima. Una lección a no olvidar jamás.