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Y todo eso no se habría avivado si Obama, presidente de los Estados Unidos, no hubiera perdido una fantástica oportunidad para estar callado. Pero hete aquí que quiso pronunciar una de esas declaraciones más propias de un monólogo teatral o una edulcorada película hollywoodiense que de la mesurada praxis política: que le parece la mar de bien lo de la mezquita, que es un país libre, que la bandera que ondea al fondo, etc, etc, etc. Y ya tenemos montado el belén sin Sagrada Familia pero con unos cuantos bueyes y mulas por doquier. Que sí, que dijo una obviedad, de acuerdo, pero que lo más sensato sería haberse quedado Harpo Marx, indudablemente. Más que nada porque es el presidente de una nación que perdió a muchos de sus ciudadanos un once de septiembre en un atentado que, nos pongamos como nos pongamos, tiene que ver, aunque sea de soslayo, con el Islam; porque muchos de los ciscos que hay en el orbe tienen como protagonistas a la progenie mahometana; porque es el mandatario de un país con suficiente terreno como para construir una mezquita sin problemas en cualquier otro sitio sin poner en ignición las gónadas del personal. Y si lo que quieres es darte el gustazo de hablar, campeón, hazlo realizando un llamamiento al respeto mutuo y a adoptar una solución que no hiera sensibilidades ni de un lado ni de otro, sobre todo, del otro que es el tuyo, majete.
Ignoro si con manifestaciones tan grandilocuentes e imprudentes como la de marras Obama pretende que le pase por la cabeza lo mismo que a JFK (una bala) a base de tocar las maracas a sus compatriotas. Me imagino que no. Lo que sí sé es que, aunque todavía confío en él, el ocupante negro de la Casa Blanca ha demostrado que se le da mejor la palabrería fútil y efectista ("Palabras, palabras...sólo palabras", que diría Shakespeare) que las decisiones mesuradas y que lo suyo tiene más de constante campaña publicitaria filantrópica que de política útil y cavilada (¿a qué zote leonés me recuerda esto?). El único consejo que le puedo dar antes de que su futuro se le ponga a juego con su piel es una de las más brillantes reflexiones atribuidas al genio Woody Allen: "No conozco el secreto del éxito, pero sé que el del fracaso es querer contentar a todo el mundo".
De todos modos, también entiendo al presidente Obama: Llevarse bien con los jeques proporciona pingües beneficios económicos (públicos o privados). No en vano, los medialuneros son, junto a los judíos, uno de los lobbys más notorios de todo el panorama mundial y hacen y deshacen a su antojo: gobiernos, contratos multimillonarios, vidas humanas...cosas así. No obstante, yo que Obama me andaría con cuidado, no le vayan a poner mirando a La Meca el día menos pensado.
Creo que el problema de la política estadounidense es que no conocen el término medio: O te ponen de mandamás a un paleto que se cree Walker Texas Ranger o te ponen a un figura que actúa como si cada mañana comenzara con una claqueta y un "cinco y acción". Reagan, por lo menos, tenía experiencia en eso...
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