domingo, 21 de marzo de 2010

Por el placer de verla

Hay veces que el teatro demuestra por qué lleva siglos y siglos entre nosotros mientras todo lo demás ha cambiado. Anoche fue una de ellas. Vi en el teatro Amaya la obra "Por el placer de volver a verla" o, lo que es lo mismo, una nueva oportunidad para disfrutar de ese arte que bordan sobre un escenario los actores Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, es decir, el de contar historias, transmitir sentimientos y conmover al público entretanto, como ya demostraron hace no mucho con la genial "Hoy: El diario de Adán y Eva de Mark Twain".

La trama de la obra gira en torno a la personal recreación de su madre (Nana) por parte de un dramaturgo (Miguel). A su lado y bajo su dirección, el público asiste a una sucesión de recuerdos dramatizados entre madre e hijo en los que hay espacio para todo lo que integra la tarea de vivir. El montaje no cuenta nada en especial pero todo lo que cuenta lo hace especial. Tan especial como puede ser algo íntimo. Tan especial como puede ser algo entrañable. Tan especial como sólo puede ser algo inolvidable.

Dirigida por el argentino Manuel González Gil y basada en la obra homónima (1998) del
canadiense Michel Tremblay, "Por el placer de volver a verla" es teatro en estado puro, sin etiquetas ni corsés de género, sin fastuosos decorados ni un elenco amplio. Dos actores ante el público y un torrente de emociones y sentimientos de un lado a otro del escenario. Es una obra que hablando del amor (materno-filial) y el teatro, acaba por conseguir que el espectador ame el teatro, gracias a las magníficas interpretaciones de Solá y Oteyza que realizan con sencillez, elegancia y talento un conmovedor paseo por todos los sentimientos que hacen que vivir valga la pena...y recordar, aún más. Mención especial merece Blanca Oteyza quien consigue hacer de Nana una madre arquetípica y única al mismo tiempo, universal y personal al unísono, esplendorosa, tierna, genial, maravillosa, inolvidable...como todas las madres, como mi madre. Es conmovedor ver tan perfectamente reflejado en escena un ser tan querido por mí, pensado por un autor que no conozco e interpretado por una actriz que jamás conocerá a mi madre. Creo que eso es parte del extraordinario encanto que emana esta obra.

Si la magia del teatro consiste en hacer olvidar al público todo durante un buen rato, establecer un vínculo cómplice e íntimo entre actores y espectadores y legar a estos últimos una sensación de placer que retumba dentro de su cabeza y corazón una vez finalizada la función, "Por el placer de volver a verla" es puro teatro...y, pese a su reiterativo final, una de las mejores obras que servidor ha tenido la suerte de ver...y una de las pocas que siempre recordará.


2 comentarios:

Anatole dijo...

Estuve en la reapertura del Guimerá con dos amigas viendo la obra de Blanca Oteiza y Miguel Angel Solá. Es de una belleza sosegada, profundamente maternal. Ese hombre captó algo de su madre que el resto de los hombres no han querido o podido. Me emocionó mucho el texto, y la interpretación de los actores me ha llegado con intensidad, cada uno en lo suyo, los dos en el otro y en lo nuestro. No esperaba tanto. Al principio teníamos algo de miedo a que se viera u oyera con dificultad en el paraíso pero no hubo problemas porque la audición era muy buena así como la visión de la escena. Recomiendo a quien me lea que vaya a verla, y que si tienen hijos adolescentes les lleven. Es una estupenda lección de cómo sostener la vida entre los brazos, de no dejarla caer nunca. Es verdad que todos nos iremos yendo, pero la vida quedará en otros y si hemos aprendido y enseñado bien la lección de querer, no nos iremos tanto. Gracias. Anatole.

Eduardo Arriaga Valls dijo...

Lo han logrado otra vez. Es tal el respeto por el espectador, y por el teatro, que dejan en uno la sensación de haber tocado el meollo de las cosas con dos agujas y una madeja. Son de una imaginación y de una integridad artística que fascina a cualquiera. Estos actores entran en relación directa con la masa de público que los sigue, y, al mismo tiempo, con la persona individuo, hecha de un cuerpo y de un espíritu mezclados e indivisibles en el acto de sufrir y gozar. Ellos parecen saber cómo y cuando, y en qué cantidad debe administrarse la poción mágica que abre el canal del amor que permite tales cosas, y lo hacen siendo la imagen y el modelo de un torrente empático que cabalga instalado en la juntura de los seres hasta que el telón cae. La de ellos es una tesitura emocional. Única. No hay otros que la practiquen con tal limpieza. El Auditorio cerró sus puertas con la satisfacción inmensa de haber albergado lo intensamente bien concebido. Arriaga Valls.