La pasada madrugada se han celebrado los Óscar, una ceremonia en la que, entre otras cosas, se ha premiado a "No es país para viejos" como mejor película y a Javier Bardem como mejor actor secundario, lo cual es un buen ejemplo de lo que ha primado, en líneas generales, en los galardones de este año: el papanatismo, el borreguismo, el seguidismo o llámese como se quiera. ¿Los grandes perjudicados? El arte, el talento, la brillantez, la originalidad...todo aquello que hace al cine ocupar el séptimo lugar entre las artes. Como me gusta hablar con conocimiento de causa, he visto todas las películas favoritas y...no sé si pesa más el cabreo o la decepción. No obstante, intentaré hacer un análisis lo más rápido y ameno de las principales categorías de los Óscar:
- Mejor película: Que la ramplona, insufrible e incomprensible "No es país para viejos" se haya llevado el Óscar en esta categoría es, cuando menos, sonrojante. Al menos, si tenemos en cuenta que la monumental "Pozos de ambición", la fresca y original "Juno" o la preciosa y emotiva "Expiación" comparten categoría con la memez de los Coen. Cualquiera de estas tres películas reune méritos y cualidades suficientes por sí solas para que les dieran merecidamente el Óscar en lugar de "No es país para viejos". Si ese tostón se ha premiado como si fuera una maravilla cinematográfica, es el más claro síntoma de que la labor rameril y sombría de productoras, distribuidoras y críticos pelavainas está cambiando el norte del buen gusto y la sensatez. Así de sencillo. De "Michael Clayton" no voy a hablar, porque, con todos los respetos, en todas las categorías hay un convidado de piedra, puesto para contentar a todo el mundo.
- Mejor Director: Teniendo presente la injusticia cometida al dejar sin nominar al portentoso Joe Wright y que colaran en las nominaciones al director para paladares minoritarios Julian Schnabel, no es de extrañar que para culminar el despropósito premien a los hermanos Coen, dos tíos con un talento que dejaron de exhibir desde el mismo momento en que se convirtieron en los niños mimados de Hollywood y sus lobbies. Se supone que el mejor director es el que hace la mejor película sea cual sea la óptica o apartado a considerar. Pues bien, si en las colinas donde nace el celuloide se pensara esto que acabo de escribir, el premiado debería haber sido Paul Thomas Anderson, si apostamos por el drama, o bien Jason Reitman, si lo hacemos por la comedia. Ambos firman dos películas que son más que notables en todos los apartados desde los cuales se puedan considerar. No se puede decir lo mismo del film de los Coen, que no es más que vulgarmente correcto.
- Mejor actor: La primera de las dos categorías en las que cualquiera de los nominados se lo merecía sobradamente. Darle un Óscar a Daniel Day-Lewis por su enésima interpretación magistral, en detrimento de soberbios actores como Depp, Mortensen o Clooney es como premiarle dos veces...y merecidamente.
- Mejor actriz: La otra categoría donde cualquiera de las candidatas se lo habría llevado con toda la razón del mundo. Enhorabuena a Cotillard porque la competencia era excelsa (Blanchett, Christie, Linney, Page).
- Mejor actor de reparto: El gran despropósito. O la Academia se ha vuelto zoofílica o resulta que actuar ahora es poner una imperturbable cara de orangután fumado a lo largo y ancho de un metraje. Pues nada, Bardem, enhorabuena. Nunca con tan poco (talento) se consiguió tanto (premio).
- Mejor actriz de reparto: O de cómo cometer una injusticia con una formidable actriz llamada Cate Blanchett mientras se deja sin premiar a la portentosa y bisoña Saoirse Ronan. La alquimia de los Óscar convirtió en esta categoría el bronce en oro. Felicidades, Tilda.
- Mejor guión original: Merecidísimo para Diablo Cody y su estupenda "Juno".
- Mejor guión adaptado: Más coba para los consentidos y autocomplacientes hermanos Coen.
El resto de los galardones transcurrió dentro de lo previsible y anodino...pero nada de eso me quitará la sensación de bochornoso disparate en la noche de mayor gloria de un neanderthal patrio que más que camino del mito, va en pos de una nauseabunda sobrevaloración. ¡Qué noche! ¡Cuánto premio de garrafón!...
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