Mutis. La Ópera se emboza en una elegante capa de luto para honrar la desaparición de uno de sus mayores colosos, cuya voz era tan excelsa y rotunda como su oronda y simpática figura. Luciano Pavarotti ha muerto. Con él se va uno de los estandartes de la Ópera de las últimas décadas, uno de los mejores tenores de todos los tiempos y un divo que es coartífice (junto a titanes como Plácido Domingo) de que la Ópera abandonara su elitista trinchera del palco para poder emocionar al patio de butacas de todo el mundo. Alegre, jovial y enérgico, Luciano Pavarotti debe mucho al "bello canto", pero es mayor aún la deuda de la Ópera con este voluminoso y barbudo italiano que estremeció escenarios por todo el mundo durante décadas. Gracias a él, entendidos y profanos pudieron constatar que uno puede ser un divo y simultáneamente ganarse el afecto y la simpatía de cualquiera. Gracias a él, eruditos y aficionados pudieron disfrutar de decenas de óperas por él magnificadas. Gracias a él, la Ópera es un poco más de todos.
Yo, personalmente, siempre estaré en deuda con el maestro Pavarotti por la interpretación del que para mí es el mejor aria de toda la historia operística, como es el "Nessun dorma" del Turandot de Puccini. Este magistral aria, que en apenas cuatro minutos, deleita el oído con elegancia comenzando por el más suave susurro para acabar en el más sobrecogedor crescendo que yo he escuchado jamás, es la mejor muestra de cómo un canto, una voz, puede estremecer incondicionalmente el alma, cantando directamente para el corazón del espectador u oyente. No importa cuándo ni cuántas veces la escuche. Siempre acabo con el pelo de punta y lágrimas en los ojos. Y todo gracias al mejor intérprete que ha tenido y hoy nos ha dejado: Luciano Pavarotti. Grazie, grazie per tutto, coloso.
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