Ha ocurrido. Ha ocurrido lo inverosímil, lo improbable, lo imprevisto, lo increíble. Ha ocurrido lo que al mismo tiempo era necesario y contraproducente. El plasma del (ex)Presidente del Gobierno se ha ido negro o, lo que es lo mismo, Pedro Sánchez ha ganado su moción de censura contra Mariano Rajoy haciendo válidas de una tacada dos conocidas paremias: "Si algo puede ir a peor, irá a peor" (Leyes de Murphy) y "Es peor el remedio que la enfermedad" (refranero popular).
El triunfo de la censura contra "lo Rajoy" como concepto supone un hito que pasará a los anales de la historia de la teratología política española. Teratología, sí, porque analizados detenidamente tanto el partido promotor de la moción como los que la han apoyado constituyen una cuadrilla de anomalías dignas (o quizá no) del Bestiario de Aberdeen. Y el gran artífice de ello no es el histérico, histriónico y sobreactuado líder socialista sino el mediocre, cobarde y vago ex Presidente del Gobierno (y seguramente del PP): el ayatolá del melasudismo y sumo pontífice del dontancredismo que responde al nombre de Mariano Rajoy Brey.
La victoria de Sánchez no es la causa del final de Rajoy sino su consecuencia, de la misma forma que los gusanos son la consecuencia de la putrefacción de un cadáver. Por tanto, esto no es tanto un logro socialista como un demérito pepero. No obstante, hay que reconocer que el líder del PSOE y ya Presidente del Gobierno se ha especializado en triunfar contra todo pronóstico (siempre y cuando no hablemos de elecciones generales, donde el flamante Presidente es un consumado perdedor). Dar por muerto a Sánchez o menospreciarlo como amenaza ha sido el peor error que han cometido sus rivales dentro y fuera del PSOE y a la vista está. De todos modos, como digo, el triunfo de la moción de censura es algo que Rajoy se ha ganado a pulso, puesto que la trinidad pepera (Presidente, Gobierno y PP) lleva años acumulando (de)méritos para que los manden con todo merecimiento a tomar viento: desidia, negligencia, mediocridad, apatía, soberbia, abulia, prepotencia, pereza, tibieza, hipocresía, deshonestidad, cobardía, complacencia, indiferencia, ingratitud, irresponsabilidad, impericia, ensimismamiento, torpeza...la Era Rajoy ha sido todo un compendio de vicios y errores catastróficos que han sepultado cualquier posible argumento a su favor (haberlos haylos como, por ejemplo, recomponer el desaguisado que dejó el PSOE como desastroso legado) dado que defender objetiva y racionalmente al Gobierno o al PP hace ya mucho tiempo que fue algo imposible: defender a Rajoy es defender lo indefendible. Quizá el peor traspiés dado por Rajoy y su grey ha sido desvincularse de la realidad hasta tal punto que en las últimas semanas han vivido instalados en una posverdad que insulta la inteligencia y la dignidad no sólo de sus votantes sino de todos los demás. Su reacción ante la sentencia del caso Gürtel es tal vez un excelente ejemplo de ello. En ese sentido, creo que no ha sido la corrupción sino la reacción del Gobierno-PP ante ella lo que ha dado validez al desahucio consumado hoy viernes en calidad de "gota que colma el vaso". Por eso, Génova ha pasado de ser 13 Rúe del Percebe a la Casa Usher. Pero, como digo, el mayor y peor problema de Rajoy y los suyos ha sido su desconexión de la realidad y la creencia en una especie de inmunidad y omnipotencia. Quizá por ello, cuando la realidad ha vuelto a conectar con ellos por las bravas, las caras de los peperos durante la moción de censura han sido las de quienes han pasado de "No es lo que parece, te lo puedo explicar" a encontrarse las maletas en el felpudo y la cerradura cambiada. Si a eso se le suma el error estratégico de maltratar a su único socio (Ciudadanos) y galantear y trapichear temerariamente con quienes a la postre le han hecho la de Bruto a Julio César (PSOE y PNV) pues...el final de la película estaba claro sin necesidad de spoilers: Rajoy ha sido el Samuel Ratchett del Orient Express parlamentario, acuchillado por quienes no tienen más en común que su aversión al PP en La Moncloa y a Ciudadanos en la cúspide de intención de voto para unos comicios generales.
En cuanto a la moción de censura en sí misma, a nivel parlamentario, político, intelectual, retórico y ético ha sido sin duda la señal más inequívoca de que la política en España ha tocado fondo. Por un lado, tenemos al Partido (de) Rajoy, que ha actuado creyéndose Thanos con el guantelete del infinito sin darse cuenta de que es la versión más crepuscular y paródica de sí mismo, una cuyas últimas gracietas y guasas desde la tribuna del Congreso tienen mucho de estertores. Por otro lado, está Pedro Sánchez, un tío que actúa con la hiperbólica y vacía expresividad de un adolescente en pleno pavo; un individuo que ha demostrado que cualquier camino, idea o argumento le parece bien si eso sacia su (legítima) obsesión de llegar a La Moncloa; un hombre que se cree algo así como el líder de Los Vengadores cuando lo que tiene a su alrededor a duras penas llega al nivel de Pandilla Basura. Porque eso, basura, es lo que me parecen los populistas radicales de Podemos, los delirantes y demenciados independentistas de PdCat y ERC, los (pro)etarras de Bildu y los tipos que siempre han sacado tajada de toda amenaza a la democracia integrados bajo las siglas PNV. Con esto no quiero decir que no tenga respeto a quienes han apoyado la moción de censura sino que creo que su valía política, intelectual, retórica y ética es digna de ser metida en un cubo y mandarla lejos de los cinco sentidos. Sánchez sabrá si le compensa haberse transformado en una suerte de escobilla del váter adornada con lo peor que hay en la clase política actual. Sánchez sabrá si le compensa haber desencadenado el ragnarok con esa compañía estrafalaria, hipócrita, mezquina, arribista, oportunista y parademocrática que se ha buscado. Un ragnarok que Rajoy podía y debía haber evitado en su momento provocando elecciones, bien mediante la disolución de las Cortes, bien mediante su dimisión. Pero no lo hizo porque Rajoy siempre ha sido parte del problema y nunca de la solución y lo que es peor: ha demostrado una excepcional habilidad para anabolizar los problemas y las amenazas que tenía y tiene España. Decía ayer Cospedal que ni hubo ni habría dimisión porque eso no significaría la permanencia del PP en el Gobierno y he ahí el problema: que el partidismo ha sustituido a la política como el tacticismo ha reemplazado la responsabilidad. Esto no se trata de servir a un partido sino a España y a todos los españoles, algo que parecen haber olvidado tanto los ganadores como los perdederos de la moción de censura. Así nos va. Así nos va a ir. Por eso, hemos pasado de un gobierno zombi a otro Frankenstein (los amantes del terror estamos de enhorabuena con los metafóricos adjetivos) y hemos cambiado a un partido corrupto que ganó las elecciones generales por otro partido corrupto que no ganó las elecciones generales. Cosas de la democracia parlamentaria.
De todos modos, he de reconocer que la cancelación de la serie "Rajoy: ese hombre" ha dejado dos buenos momentos. Uno, el brillante y acertado discurso de Albert Rivera (de lo poco salvable en una bochornosa y anticlimática jornada). Y otro, el suspense previo a la consumación del PNV de su unfollow a Rajoy, algo digno de cualquier giro de guión de Juego de Tronos (Cersei Lannister estaría orgullosa de Aitor Esteban) y que ha resultado decisivo para mandar retrete abajo al percebe y sus lapas.
Así las cosas, tengo la sensación de que hemos pasado de una película de Luis García-Berlanga agradablemente contada por Ónega, Llapart y compañía (el Congreso tiene voz de mujer) a una película de Federico Fellini o, quizá, de John Waters o, probablemente, a una digna de la Troma.
Así las cosas, tengo la sensación de que hemos pasado de una película de Luis García-Berlanga agradablemente contada por Ónega, Llapart y compañía (el Congreso tiene voz de mujer) a una película de Federico Fellini o, quizá, de John Waters o, probablemente, a una digna de la Troma.
No sé qué pasará. Tengo claro que hace tiempo que España se merecía algo (infinitamente) mejor que Rajoy. Pero tengo muy serias dudas de que ese algo sea Pedro Sánchez, no tanto por el "quién" ni el "por qué" sino por el "cómo" y el "con quién". Lo que está claro es que esto es un fundido a negro.
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