Te lo resumiré, lector: hace pocos días un presunto hijoputa de 23 años presuntamente forzó sexualmente a una presunta amiga suya de 21 a la vera de una piscina pública en la localidad en que vacaciono. De momento, el lance se ha saldado con una orden de alejamiento para el joven, una instrucción penal en curso y una innegable polémica en torno a lo que según las diligencias efectuadas hasta el momento más se trata de un caso de abuso sexual que de agresión sexual (los matices importan y más aún en el ámbito legal). Hasta ahí los hechos objetivos.
Ahora, lo subjetivo, es decir, lo que me llama la atención en lo personal:la reacción social en este municipio ha sido bastante contundente en la condena del suceso en sí (bravo por ello), pero algo controvertida en su valoración del mismo y es que se ha generado un ambiente que a mí me recuerda a ese crisol enfermizo tan magistralmente retratado por Arthur Miller en su drama Las brujas de Salem. Por un lado, están quienes no ven más allá de la nacionalidad ecuatoriana del sospechoso y están absolutamente convencidos de su culpabilidad,haciendo con la presunción de inocencia lo mismo que harían con la integridad física del tipo, siendo la "inmediata expulsión a su país" un trending topic en los mentideros locales como medida imprescindible para reparar el supuesto agravio contra esa chica que supongo tiene denominación de origen válida para las entendederas del personal. Por otro lado, los hay que, considerando esa misma nacionalidad, se enrollan sin embargo en una condescendencia francamente curiosa hacia el sujeto, como si el presunto abusón fuera un adorable cervatillo de Disney o un cándido figurante de La misión. Pues miren ustedes, ni A ni B. Para mí su nacionalidad o morfología étnica son tan relevantes y decisivos en este asunto como sus gustos gastronómicos o filias deportivas. A la gente hay que juzgarla, para bien o para mal, por lo que hace, no por lo que es ni por lo que no es, básicamente porque la nacionalidad no te predispone para nada (aunque no deja de ser antropológicamente curiosa la propensión de la gente andina a coger unas melopeas tremendas, al menos en estas latitudes en las que me hallo). Y precisamente en "lo que hace" está el otro embrollo que ha encendido los dimes y diretes locales. Según la investigación en curso, los indicios no son suficientemente claros como para determinar si ocurrió lo que todo el mundo entiende por violación o simplemente un cretino que se pasó de rosca durante la cópula, así que se ha creado una trinchera dialéctica entre los que, por xenofobia o feminismo desenfrenado, creen ciegamente que existió violación (pasando en estampida por encima de la minuciosa tipificación penal que hay en España y orillando simultáneamente las pesquisas hechas hasta el momento) y los que, seducidos por la rumorología, sostienen que la chica se arrepintió de haber consentido el folleteo con su ¿amigo? y ha montado este lío para tener la conciencia tranquila o llamar la atención. ¿Yo qué creo? Pues, de momento y ciñéndome a la verdad de las investigaciones, creo que la chica es probablemente una gilipollas que tiene peleada la libido con la sensatez y el chico muy seguramente un asqueroso descerebrado que se merece una ejemplarizante somanta de hostias (pena por desgracia no contemplada en el código legal vigente) para que pueda asimilar correctamente la moraleja de todo este cisco. Pero es una mera opinión.
Dicho esto, y a la espera de la resolución que finalice la fase de instrucción, conviene no perder de vista que, en este contexto mental de inevitable hipersensibilidad hacia la bochornosa y alarmante tragedia de las agresiones a mujeres (con fines o no sexuales, basta una mera chispa para que cualquier lugar se torne Salem y al tipo más inesperado se le ponga cara de John Proctor y devenga de la noche a la mañana en el justo que pague por pecadores. No hay nada más peligroso que la gente convertida en juez, jurado y verdugo. Por tanto, dejemos a la Justicia hacer aquello por lo que se le paga, consintamos que el tiempo ponga a los excopulantes en su sitio y reneguemos de historias y habladurías en un sentido u otro, porque, hoy como ayer, tan nocivo e indeseable es condenar al inocente y absolver al culpable como creer al mentiroso y desconfiar del honesto. Y este caso tiene suficientes interrogantes merodeando como para abrazarse a la prudencia con fanatismo de groupie.
Con ello no quiero decir ni mucho menos que el joven ecuatoriano sea un mártir sino que lo único indubitado hoy por hoy es que es un cerdo sin presunto delante. Si la Justicia le pone el marchamo de hijo de puta, entonces sí será el momento de ciscarse con vehemencia en su estampa y linaje y clamar por su tormento perpetuo, emasculación con serrucho oxidado (pena que debería recogerse en el Código Penal para castigar a este tipo de escoria que abusa de mujeres), evisceración sin anestesia, etc. Y si no se lo pone, pues será un buen motivo para que mucha gente haga examen de conciencia.
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