martes, 2 de febrero de 2010

Clintvictus

Anoche vi "Invictus", película filmada por uno de mis escasos cineastas favoritos del reino de los vivos: el maestro Clint Eastwood, a quien profeso una profunda e inquebrantable admiración, como ya dejé patente aquí en un artículo allá por 2007. El film, basado en el libro "El factor humano" de John Carlin, es una excelente muestra de que el gran Clint, detrás de las cámaras, sólo sabe hacer dos cosas: obras maestras o buenas películas. "Invictus" pertenece a este segundo grupo.

Desprovista de la hondura shakespeariana y el halo trágico que caracterizan sus títulos más magistrales,
en esta cinta Eastwood narra con sabio tino y elegante mesura la épica y doble conquista que realizó Sudáfrica en 1995: la reconciliación social y la copa del mundo de rugby, alzada contra todo pronóstico por los Springboks. Hitos ambos tan íntimamente unidos que no se puede entender uno sin el otro. Para encarnar tales hazañas, dos héroes y dos buenos actores: Morgan Freeman para interpretar al presidente electo Mandela y Matt Damon para dar vida a François Pienaar, capitán de la selección sudafricana de rugby. De ambos intérpretes, sólo Freeman merece con creces su nominación al Óscar, recompensa que se antoja algo exagerada para Damon, quien cumple con efectividad pero sin excelsa brillantez.

"Invictus" es una película de Eastwood sin parecerlo, una obra cinematográfica estimulante y emocionante cuyo mejor legado es transmitir al espectador un soberbio manual de supervivencia espiritual escrito en 1875 por el poeta inglés William E.Henley y con mi personal traducción del mismo cierro este artículo:

Más allá de la noche que me envuelve,
oscura como un pozo inescrutable,
agradezco a Dios, sea quien sea,
por mi espíritu invencible.

Pese a estar aprisionado por las circunstancias,
yo no me he estremecido ni he llorado.
Recibiendo los golpes procedentes del azar,
mi cabeza está ensangrentada, pero alta.

Más allá de este lugar de furia y de lágrimas,

aguarda el horror en la sombra,

pero el amenazador paso de los años

me encuentra y me encontrará siempre sin miedo.


No importa cuán estrecha sea la salida,
ni cuántos castigos tenga que soportar,

soy el dueño de mi destino:

soy el capitán de mi alma.




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