viernes, 27 de noviembre de 2009

Doce del patíbulo: La indignidad catalana

Ayer jueves, la prensa catalana salió en tromba con un editorial común a propósito de la revisión del estatuto autonómico en el Tribunal Constitucional. En contra de lo que pudiera parecer, me parece fantástico porque me encanta que cada cual diga lo que piense, aunque sean necedades y mentiras, porque para eso está la libertad de expresión.

En primer lugar, es justo reconocer que flaco, flaquísimo favor se ha hecho el periodismo en Cataluña convirtiéndose en meros escribas de la clase política, abrazando el servilismo más bochornoso y contraproducente para una profesión que tiene uno de sus pilares en ejercer una crítica constante y desinteresada del poder, que es algo situado en las antípodas de convertirse en un vocero del mismo. De todos modos, el editorial colectivo de los doce diarios catalanistas no ha hecho más que confirmar que la prensa en esa autonomía tiene una idiosincrasia tan peculiar que la predispone más hacia el pasquín político que al periodismo "objetivo" que se hace en las otras dieciséis regiones (una pena porque La Vanguardia, si no fuera por estulticias como la de marras, sería uno de los mejores diarios que se editan en España). No obstante, me parece perfectamente lícito lo que han hecho los periódicos catalanes: cada uno elige ganarse el pan, sueldo o sobresueldo como le venga en gana, y, además, profesiones como palafrenero, mamporrero, recadero, amanuense o pregonero son oficios que sería lamentable perder.

Dicho esto, si el Tribunal Constitucional cede a las infames presiones de la parasitaria clase política catalana, estaré contento con el dictamen. ¿Por qué? Porque no sé ustedes pero uno ya empieza a estar cansado del discurso victimista, egoísta e hipócrita que se viene proclamando desde aquella cornisa mediterránea en todos estos años de democracia. Quizás me exceda y esté confundido y en realidad la cantinela catalana no sea más que un ejercicio de ironía, de sorna malhadada perpetrada por quienes se saben ingente y constantemente beneficiados de un país al que dicen no querer pertenecer. Cataluña y sus mentes preoscuras (poque de preclaras, poco) me producen tal hastío que creo que lo mejor que puede pasar es que el Tribunal Constitucional, en un ataque de patriotismo enajenado, no sólo refrende el Estatuto sino que propugne la escisión y emancipación a todos los efectos de esa autonomía y que les den con viento de levante a todos los hijos de la senyera. Es más, a servidor le entusiasmaría que un desastre natural hiciera lo imposible: arrancar geográficamente a Cataluña y convertirlo en una ínsula que flote por el Mediterráneo cantando a Serrat, haciendo castellets, comiendo pantumaca y bailando una sardana mientras siguen practicando el esnobismo endogámico más ridículo de esta parte del hemisferio.

De todos modos, estoy convencido de que si el dictamen del Tribunal no agrada a esa minoría que quiere sodomizar no ya al resto de sus convecinos sino al resto del país, no se desatará el Apocalipsis y seguirán haciendo lo que han hecho siempre: lloriquear, hacer aspavientos, exigir y poner el cazo, porque les conviene seguir extorsionando económica y competencialmente a un país del que han obtenido más cosas de las que le han dado. Cataluña tiene una vocación parasitaria tan patética que es incluso divertida: Son a la política nacional lo que los judíos a la internacional: unos perros del hortelano que se aferran a un exasperante victimismo para no perder cuota de poder ni dinero en las arcas. Hasta el momento, han vivido magníficamente a base de manipular la historia, retorcer la cultura y chantajear en el Congreso a unos cuantos Gobiernos. ¿Por qué cambiar lo que va bien?

Para mí, la mejor síntesis de lo que son Cataluña y sus políticos más notorios la encarna ese avieso ser de sangre de hiel y saliva de cianuro llamado Enric Sopena y que se dice periodista: Un patológico compendio de hipocresía, cinismo, maniqueísmo, cobardía, avaricia, chaqueterismo, manipulación de la realidad y ausencia de escrúpulos. Eso es Sopena y eso es Cataluña, al menos la que ha sido impuesta por esa gangrena de siglas políticas.

De cualquier forma, y acabando ya, quería formular dos preguntas a esos doce periódicos, títeres de unos políticos que quieren poner en el patíbulo a un Tribunal, una Constitución y un Estado democrático: ¿La mejor manera de ganarse un respeto para unos pocos millones de personas es faltándoselo a todo un país? ¿Por qué reclamáis dignidad haciendo de la indignidad vuestra bandera?

No hay comentarios: