Aquella mañana de sábado, cuando apenas quedaban unos minutos para las ocho y media, Carmelo Lasaga descubrió que Heineken y Heisenberg no se llevaban bien. Heineken, la cerveza holandesa. Heisenberg, el físico alemán. Fue justo el día después de averiguar que el gato de Schrödinger no era un gato de ficción, como pudiera serlo el de Chesire, ni tampoco era la mascota del tal Schrödinger, sino todo lo contrario. Así, tirado en el sofá, hundiendo su humanidad en los cojines moteados de extintos y distintos líquidos, con algunas gotas de cerveza aún cayendo desde su barba desaliñada hasta la chaqueta del chándal que embutía sus cien kilos de grasa, hueso y algo de carne, los únicos signos de vida que ofrecía Carmelo Lasaga se reducían al parpadeo que interrumpía una mirada perdida en la nada. Mientras, su barriga sostenía el libro de física recién terminado de leer y su mano diestra hacía lo propio con una lata de cerveza mutada en cetro de un reino de ebriedad que cuatro horas y nueve latas antes había comenzado como república sobria. Podría decirse que estaba en trance o absorto en sus pensamientos o en modo stand by o de viaje astral hacia el infinito y más allá o al borde del coma etílico. Cualquiera de esas posibilidades era verosímil a juzgar por el aspecto de cetáceo varado en playa que ofrecía Carmelo. Lo cierto es que su mente estaba al borde del colapso, con las ideas comportándose como groupies histéricas y la sinapsis próxima a tomarse unas vacaciones indefinidas. Así, mientras un hilillo de baba hacía rafting carrillo abajo, la mente de Carmelo andaba enredada en distinguir la diferencia entre el ser, el estar y el existir, en sobrevivir a una espiral nihilista de origen cuántico y escala cósmica y en intentar autoconvencerse de que era tan real como cuando emergió como el octavo pasajero de su difunta madre hacía cuarenta y seis años y una cesárea, de que Heisenberg y cía eran gente que necesitaban haber "follado más y pensado menos" (sic). Lo cierto es que una reacción así no era extraña en él, porque desde bien niño Carmelo había sido propenso a los dilemas y las calenturas intelectuales. Tanto que la psicóloga del colegio hizo años extra con él. Tanto que sus padres se plantearon seriamente si estaban ante un caso de niño superdotado o de desastre en ciernes. Tanto que su primera novia lo dejó a la media hora, cinco minutos y seis segundos de relación. Tanto que en la universidad aún había catedráticos de filosofía que pronunciaban su nombre entre susurros. Tanto que su único gato empleó seis vidas en irse a por tabaco y no volver. Tanto que tenía decenas de cuadernillos de notas repletos de reflexiones garabateadas que harían palidecer a Fernando Arrabal. Tanto que había optado por el enclaustramiento físico, social y emocional como forma de crear un sistema de certezas manejable aunque eso le hubiera acarreado una estela de cuchicheos. Hubo quien achacó todo ello a una curiosidad y afán de conocimiento que dejaba en cueros la proverbial inquietud intelectual renacentista...y quien lo explicó con un prosaico: "es tonto a conciencia". Para que tú, sí, tú, que estás leyendo esto, te hagas una idea de lo que hablo, en el largo historial de dilemas que había atravesado Carmelo Lasaga durante su vida estaban algunso como ¿Colacao o Nesquik?, ¿Cocacola o Pepsi?, ¿Héroes del Silencio u Hombres G?, ¿Sony o Nintendo?, ¿Sabina o Aute?, ¿Liga o Champions?, ¿Nike o Adidas?, ¿Beatles o Rolling?, ¿Con vello o sin vello?, ¿Star Wars o El Señor de los Anillos?, ¿Shakespeare o Cervantes?, ¿Sobremesa o portátil?, ¿Playa o montaña?, ¿Atom o Lenders?, ¿Solo o con hielo?, ¿Tyrion o Daenerys?, ¿Versión original o doblada?, ¿Gratis o pagando?, ¿En color o en blanco y negro?, ¿Rocky o Rambo?, ¿Antena Tres o Telecinco?, ¿Jordan o Lebron?, ¿Con la luz encendida o a oscuras?, ¿Javier Sardá o Andreu Buenafuente?, ¿Naturales o siliconadas?, ¿Nicholson o Ledger?, ¿Monkey Island o Maniac Mansion?, ¿Al aire libre o en cinta?, ¿Ascensor o escaleras?, ¿Follamigos o pareja?, ¿Haneke o Von Trier?, ¿Casillas o Mourinho?, ¿Cuchilla o maquinilla?, ¿Windows o Linux?, ¿Explorer o Firefox?, ¿Ronaldo o Messi?, ¿Whisky o gin?, ¿Apple o Samsung? Y como éstas, decenas más. Claro que, como su curiosidad era insaciable, Carmelo gustaba de distraer esos difíciles dilemas intentando resolver por sí solo cuestiones en las que cualquier mortal repara en su vida cotidiana como ¿Por qué son tan equívocos los anuncios que simplemente rezan "Alquilo"?, ¿Qué había en el universo antes de que hubiera algo?, ¿De dónde sale la voz femenina del tapicero?, ¿Quién y en qué momento llena los parabrisas de los coches aparcados de flyers de prostitutas orientales?,¿"Antes" se refiere al tiempo o al espacio?, ¿Por qué la jerga de actividades sexuales está llena de eufemismos metafóricos?, ¿De dónde saca Mediaset a los concursantes de sus realities?, ¿Por qué motivo siempre hay un refrán que valide justo lo contrario que propugna otro?, ¿La vida es lo que pasa mientras Antena 3 emite anuncios?, ¿La pervivencia de Kiko Rivera y Leticia Sabater es argumento suficiente para cuestionar el evolucionismo darwiniano?, ¿Por qué mucha gente utiliza la primera persona del plural para hablar de sus equipos deportivos favoritos?, ¿Existen seres inteligentes en el universo fuera del planeta tierra?, ¿Quién escribe a esos chats que surgen en la madrugada en algunos canales de televisión?, ¿Sueñan los votantes del PP con ovejas eléctricas?, ¿Cuánto material genético podría encontrarse en el teclado de un ordenador?, ¿Por qué produce placer una taza de retrete caliente?, ¿Cuál es la razón por la que ya no se hacen películas ni series "de negros"?, ¿Sería bueno ser inmortal si el resto del mundo no lo fuera?...y en este plan.
Así estaba Carmelo Lasaga aquella mañana de sábado, dudando de si existía la propia existencia, de si todo dependía de ser contemplado para poder ser real, de si la mera observación de algo ya altera la realidad, de si no había certeza absoluta posible, de si quizás una lata de cerveza más solucionaría definitivamente el embrollo...cuando desapareció. Pero no en el sentido de irse ni morirse sino en el de desintegrarse como si jamás hubiera existido, dejando que la lata que sostenía hacía unos segundos en su mano entonara un réquiem breve, ruidoso y desagradable contra el parquet. Y todo porque Dios había dejado de mirar a Carmelo Lasaga en ese preciso instante.
viernes, 5 de febrero de 2016
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