Todo
viaje tiene un comienzo. Pero no todos los viajes tienen un final. Éste es uno
de esos viajes. Un viaje que comenzó hace dos años. Con un pequeño paso. Con
una milésima de segundo. Con una decisión. La de atreverme a pensar. La de
apostar por el saber. La de arriesgarme a ser y no sólo a estar. La de
aprehender la pausa necesaria para avanzar. La de descubrir lo desconocido. La
de reimaginar lo conocido. La de hallar cuánta consciencia cabe en la
conciencia. La de aprender a sentir el sentido. La de entrar en la oscuridad
donde crece la luz. La de aventurarme en el terreno de las dudas para redefinir
la cartografía de las certezas. La de plantearme preguntas complicadas que
hacen la vida más sencilla. La de averiguar cuánto puede decirnos el pasado del
presente y el futuro. La de dejarme sorprender por lo que unos extraños, vivos
o muertos, cercanos o lejanos, pueden decir de ti mismo. La de comprender de la
palabra dicha y la imagen pensada. La de viajar a ese Hades que siempre es y está
pero no siempre se ve. La de atender tanto a la palabra y al silencio. La de
lanzarme al camino. La de (re)descubrirme. La de estudiar con
Alejandro Gándara.
Fue
una decisión individual pero no un viaje en soledad. No. Fue un viaje, una
experiencia, una senda, una aventura que comencé junto a extraños que hoy son,
como mínimo, cómplices; partícipes de un afecto hecho con nocturnidad y sin alevosía. Personas que, afinidades aparte, han sido compañeros de chanzas, reflexiones y confidencias. Personas que, sigan o no junto a mí, siempre vendrán
conmigo. Personas que, con independencia del afecto, la confianza y el tiempo,
siempre contarán con un sitio en mi memoria. Personas que tendrán mi respeto y
gratitud por enseñar y enseñarme, por mostrar y mostrarse, por abrirse
sin guardarse, por ser parte de la tripulación de esta nave sin más rumbo
conocido que el del siguiente paso. Personas con nombres y apellidos cuyos perfiles
puedo colorear con recuerdos. Personas como Iván, Ana, Álex, Laura, Álvaro,
Marta, Peru, Freiya, José Ignacio, Mariví, Guillermo, Carmen, Alberto y Tamara.
Catorce nombres que caben dentro de un solo “gracias".
No
ha sido un viaje en soledad. Y tampoco ha sido un viaje sin brújula. Sin vigía.
Sin timonel. Sin capitán. Sin líder. No. Los tripulantes del Argos tuvieron a Jasón.
Los trescientos de Esparta tuvieron a Leónidas. Dante tuvo a Virgilio. Los
caballeros de Camelot tuvieron a Arturo. Y los chicos de los miércoles noche en
la calle del Nuncio 11 hemos tenido a Alejandro. Decir que este viaje sería
imaginable sin Gándara sería una tontería sólo comparable a pensar que habría
sido posible sin él: el mentor al que estar agradecido por demostrarnos que el
conocimiento es el auténtico vellocino de oro, que la mayor gesta es conseguir
ser uno mismo, que el Hades no es tan malo cuando regresas, que el verdadero
grial no es otra cosa que saber pensar, saber ser y saber estar. El creador de
esa escuela sin profesores llena de maestros. El abanderado de quienes se
atreven a salirse del dictado, la histeria y la estupidez. El cabecilla de esa
rebelión pacífica pero irreductible que reivindica el pensamiento y la cultura en un tiempo y una sociedad que los ha dejado de lado. El hombre de ingenio veloz y corazón grande. El compañero que es maestro. El amigo del que siempre
aprender.
Por
eso, ahora que este viaje se detiene, ahora que los pasos se toman un descanso,
ahora echar la vista atrás produce el vértigo de lo logrado, la
nostalgia de lo vivido y el cariño por lo aprendido. Ahora, mi mente está llena
de nombres, ideas e imágenes propias y ajenas y de dudas y certezas personales y tal vez
intransferibles. Ahora, se impone la pausa para descansar y saborear recuerdos.
Ahora es el momento para hacer balances que rimen en agradecimiento. Ahora es
el momento para escribir todo esto. Ahora es el momento para confesar y
compartir la mejor lección aprendida en este tiempo: lo importante, tanto en el
conocimiento como en la vida, no es el destino sino el camino. Ese camino del que lo único que sabemos es que nunca termina. Ese camino que tiene uno de sus mejores inicios
posibles en un lugar que frecuento desde 2011, un sitio al margen del ruido y
la furia; un lugar en el que siempre sentirse como en casa; un sitio en el que
Alejandro, José Luis, Tomás, Nuria, María y demás insurgentes de la creación y el
pensamiento forman una pintoresca y entrañable familia; un lugar al que ir para no olvidar; una escuela que no está hecha de muros sino de personas: la ECH.
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