Hay sucesos cíclicos y tradicionales en los prolegómenos de las Navidades: la cola interminable en "Doña Manolita", las vistosas luces en las calles, el entrañable "Cortylandia", los tediosos ágapes de empresa, la enajenación mental colectiva, el turrón que vuelve a casa, los espectáculos infantiles en los colegios y, por último pero no menos importante, las huelgas oficiales u oficiosas (¿por qué lo llamarán "huelga" cuando quieren decir "motín"?) en los transportes (ya hablemos de aviones, trenes o autobuses).
En esta ocasión, los controladores aéreos, inesperados cinéfilos además de denodados trabajadores con sueldos paupérrimos, han decidido homenajear al tristemente finado Leslie Nielsen, el genio de las "spoof movies", con un émulo de una de sus más recordadas películas: "Aterriza como puedas". Para ello, han optado por pasarse por la quilla a decenas de miles de pasajeros y dejarles a su suerte en el limbo mientras ellos, los titánicos controladores, se van a su casa como medida de protesta y presión contra lo que ellos consideran una injustica: un decreto que acota su caradura. ¿Consecuencias? Los aeropuertos, convertidos en Woodstock de la mala leche y el espacio aéreo español, cerrado. Muy bien, campeones. Muy bien.
Yo no sé si realmente tienen motivos para poner el grito en el cielo y a los pasajeros en tierra. Lo que sí sé es que, una vez más (y van...) han quedado como una caterva de jetas que reaccionan de forma impresentable cuando algo amenaza con estropiciarles el chollo. Con la que está cayendo, con una imagen exterior penosa, una economía comatosa y un nivel de desempleo mareante, la "performance" de los controladores no puede calificarse más que de ruin, impresentable, desproporcionada y una falta de respeto injustificable para quienes vivimos aquí y quienes nos visitan.
El desmán perpetrado es tan grande que ha tenido que intervenir el Ejército y se va a declarar, por primera vez, el estado de alarma, en aras a convertir oficialmente a estos golfos en lo que ya son de facto: delincuentes. Ya era hora de que alguien tuviera la valentía y la firmeza necesarias para plantar cara a quienes, trabajando en algo tan crítico como el transporte, no dudan en chantajear a todo un país con agravios arduamente tolerables. Máxime si, como en el caso de estos demiurgos del caos o sus colegas los pilotos, su salario es descomunalmente superior al del resto de profesiones. Y que no me hablen de estrés y sandeces así, porque sarna con gusto no pica y, además, en todas partes cuecen habas.
Ojalá que lo que les ocurra a estos tunantes sirva de escarmiento y que, cuando alguien intente volver a porculizar a la sociedad con pretensiones discutibles y marginables, sufra la contundencia de la ley y la honradez.¡Basta ya de sufrir a vagos y sinvergüenzas!
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