Como muebles viejos, como juguetes rotos, como fantasmas de carne y hueso...la crisis, en ocasiones, genera situaciones dramáticas y, en otras, las pone aún más de relieve. Ésta es una de ellas.
Me cuentan un suceso que no creería si no lo hubiera visto ya, por desgracia, en algún reportaje o noticia, de esas que causan conmoción efímera en esta sociedad narcotizada y pútrida. Se lo resumo: Madrid. Una octogenaria con cáncer de huesos e impedida en silla de ruedas se ha visto recientemente forzada, vía misiva (la cobardía aumenta en la distancia), a la siguiente disyuntiva: Quedarse tirada en la calle o trasladarse antes del 30 de junio a una residencia de ancianos sita en las antípodas del que ha sido su barrio de toda la vida.
¿El motivo? La residencia en la que vive ha quebrado por la crisis.
¿La puntilla? Que los propietarios de la misma le obligan a llevarse los muebles (que son propiedad de la pobre mujer) consigo o de lo contrario, se los quedarán ellos. Será que los remitentes de la carta confían en las habilidades de la maltrecha anciana como escarabajo pelotero o como cangrejo ermitaño. Supongo que no habrán caído en la cuenta de que si tiene que alojarse en una "vivienda" de ese estilo es porque no tiene quien quiera o pueda acogerla...y menos aún ayudarla a trasladar muebles.
¿Calificativos? Estrafalario, cruel...real.
¿Mi previsión? No sé qué ocurrirá con la buena señora, pero espero que una solución inversamente proporcional a la humanidad y el tacto que han demostrado los dueños de la residencia. Pero, viviendo en el mundo y en el país que vivimos...futuro negro atisbo, por desgracia. Desde luego, si lo que quieren es matar a disgustos a los residentes, van por un excelente camino.
Este hecho, que es lamentable y patético, se une a otros como el de los padres senectos desalojados por su propio hijo, personas mayores dejadas en el desamparo por caseros con pocos escrúpulos...y así un largo, silencioso y vergonzoso etcétera. Por no hablar del trato que se dispensa en algunas residencias para la tercera edad a sus inquilinos, que eso ya sería otro cantar, y no precisamente de gesta...
Esto me hace preguntarme qué clase de futuro espera a nuestros seres queridos o a nosotros mismos si el día de pasado mañana se ven o nos vemos en el desamparo familiar, físico o económico. ¿En qué momento se decidió o quién fue el bastardo que decidió que la tercera edad sea el letrero que cuelga de un trastero? ¿Por qué se consiente que la edad convierta a la gente de humanos a trastos molestos sin poner el puñetero grito en el cielo y ciscarse en la sociedad? ¿Por qué hay gentuza que consiente que personas que ya lo han dado todo se vean sin nada? ¿En qué fatal ocasión se decidió declarar a los ancianos como muertos en vida? ¿Qué absurda razón se puede esgrimir para negar consideración, respeto, cariño y caridad a quienes se han convertido, por lo general, un modelo de virtudes que difícilmente podremos ya emular? ¿Dónde están el dinero y las ayudas oficiales o privadas cuando verdaderamente tienen que dar el do de pecho? ¿Subvencionado colectivos minoritarios y absurdos? ¿En los bolsillos de quienes miran hacia otro lado y creen que viven en un puñetero mundo feliz?
Yo abjuro y condeno a esta sociedad de viles o cobardes, de hipócritas y desalmados que tratan a nuestros mayores como muebles viejos, como juguetes rotos, como fantasmas de carne y hueso...
1 comentario:
Estamos en una sociedad, desde hace años, que proclama el vigor de la juventud y abomina de la vejez, por la sencilla razón de que es sabiduría, y eso no interesa. Los veinte años frente a los setenta u ochenta se llevan todas las ventajas de un mundo que no quiere mirar a los abuelos, porque ellos les recuerdan que son lo que muy pronto serán los más jóvenes. Recomiendo como antídoto la lectura de De Senectute, de Séneca.
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