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Julián Lago revolucionó en España el periodismo escrito y televisivo en las postrimerías del siglo XX y probó las mieles y las hieles de la fama. Valiente, incisivo, brillante, inteligente, la forma de hacer periodismo de Lago era una entre muchas opciones pero la única por la cual yo decidí estudiar esa carrera: contar la verdad y denunciar la mentira. Hoy, quienes amamos esta profesión, tenemos mucho por lo que lamentarnos.
Muchos de quienes le temían, detestaban o le dieron la espalda se habrán quitado un peso de encima porque no hay virtud más molesta en este mundo de imposturas y malicias que la sinceridad. Para ellos, mi repulsa. Una aversión de la que también quiero hacer víctimas a quienes en estas semanas pudiendo hacer algo por Julián Lago no lo hicieron y quienes lo hicieron en pos de la cizaña, el amarillismo, la hipocresía y cobardes vendettas. Infames personajes de ínfima ralea profesional y moral que, en no pocos casos, abochornan y mancillan el periodismo.
Hoy todos perdemos a un gran periodista y, sus familiares y amigos, una carismática persona con un corazón tan grande como indomable. El único motivo para estar contentos es que el legado humano y ético de Julián Lago pervive en su familia, en excelentes personas como sus sobrinos, a quienes tengo el honor y orgullo de conocer y acompañar, aun en la distancia, en estos momentos de amargo vacío. Descanse en paz.
2 comentarios:
Sí, excelente y maravillosa persona ha perdido el mundo del periodismo. Julián marcó un hito en este área. Dedicó el último año de su vida a ayudar a los indios guaraníes, a fomentar su estudio creando escuelas. No me extraña que huyera de España ante tanta maldad, pues lejos de contar los medios este dato, se han dedicado a machacar a su pareja que no se ha separado de él durante la noche y el día. ¡Qué Dios lo tenga en la gloria!
El periodismo queda huérfano. No hay en ese momento nadie a su altura como periodista independiente ni como valiente paladín de la verdad.
Hemos muerto todos un poco más.
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