El universo de la ficción nos ha legado innumerables e impresionantes obras en las que la trama radica en la venganza y sus consecuencias. Ahí están, por ejemplo, "Hamlet", "El conde de Montecristo", "El Padrino", "Camino a la perdición" o "Mystic River", por citar algunos de los títulos más excelsos a mi entender en este terreno. Ciertamente, la venganza es un asunto que me atrae bastante por las incontables reflexiones que permite y las múltiples ópticas desde las que puede ser abordado. ¿Se puede considerar justa una venganza? ¿En qué medida puede una persona reaccionar ante un agravio o delito desproporcionado? ¿Qué diferencia a un abyecto criminal de un vengador ultrajado? ¿Es la Ley del Talión la norma más ecuánime y justa que se ha establecido o un nefasto círculo vicioso? ¿Pueden nuestra conciencia, credo o ideología mitigar o aliviar verdaderamente la amarga huella de una injusticia o un crimen? ¿Es la venganza la respuesta natural ante la ausencia de justicia?...
Si bien este artículo no pretende contestar a tan polémicas e interesantes cuestiones, sí creo que algunas de ellas quedarán respondidas por mi parte merced al comentario que me merece la última película que he visto: "La última casa a la izquierda", remake de la primera película como director de uno de los maestros cinematográficos del terror: el últimamente alicaído y desacertado Wes Craven. Un film perfectamente olvidable pero con dos grandes méritos: La primera, ser una película de terror en la que los protagonistas (por lo general cándida carne de cañón) las gastan igual o peor que los antagonistas (los aviesos y pérfidos malnacidos con tendencias homicidas), por decirlo llanamente. El segundo, formular al espectador una jugosa pregunta: Para vengar a un ser querido, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar?
Yo tengo muy clara la respuesta. Pero, antes de decirla, conviene aclarar que no creo en la Justicia (y menos en la española), ni en la reinserción social de los criminales, ni en la redención personal de escoria como asesinos, violadores, pederastas y demás basura antropomórfica. Eso sí, respeto que haya gente que prefiera perder el tiempo creyendo en semejantes cosas. Yo, en cambio, prefiero emplear dicho tiempo para reivindicar la cadena perpetua, la pena de muerte, el cumplimiento íntegro de las penas y esas cosas tan tontas. Dicho esto, también conviene señalar que, para mí, la vida de todos los seres humanos no tiene el mismo valor; vamos que si de mí dependiera, pongamos por caso, la supervivencia o la defunción de un etarra, "alqaedista", violador, pedarasta, maltratador o narcotraficante, tengo muy, muy pero que muy claro qué opción elegiría. En resumen, que no me importaría lo más mínimo dejar a un lado mis convicciones religiosas para aniquilar, erradicar, extinguir, ejecutar, borrar del plano de la existencia o mandar sádicamente al Hades a cuantas personas han hecho del terror y el sufrimiento ajeno su modo de vida. Hay gente, gentuza mejor dicho, que no se merece ni un segundo del aire que respira. Y sí, es un planteamiento peligroso porque es una premisa de la cual parten muchos terroristas y malnacidos, pero, a diferencia de esos bastardos, prefiero tener esa penitencia moral en lugar de llorar a inocentes. Ser buena persona no implica necesariamente comportarse siempre como un cándido gilipuertas.
Para todas aquellas personas que ahora se estarán sonrojando, rasgando las vestiduras y poniendo la demagogia en el cielo, les digo lo siguiente: Imaginen que violan, torturan y/o asesisan a su padre, madre, hermano, hermana, hijo, hija, nieto, nieta o pareja...Bien, ahora imaginen, y esto no entraña mucha dificultad, que la Policía no atrapa al responsable o que el mentecato entogado de turno le deja en libertad o con una condena naif. Por último, elucubren que tienen la posibilidad de estar a solas e impunemente con el malnacido y que éste está a su merced...¿qué (le) harían?
Yo, desde luego, si estuviera en el lugar de los padres protagonistas de "La última casa a la izquierda" haría exactamente lo mismo que ellos...o incluso cosas peores. Porque la escoria humana, para mí, sólo tiene un destino: servir de fertilizante.
Si bien este artículo no pretende contestar a tan polémicas e interesantes cuestiones, sí creo que algunas de ellas quedarán respondidas por mi parte merced al comentario que me merece la última película que he visto: "La última casa a la izquierda", remake de la primera película como director de uno de los maestros cinematográficos del terror: el últimamente alicaído y desacertado Wes Craven. Un film perfectamente olvidable pero con dos grandes méritos: La primera, ser una película de terror en la que los protagonistas (por lo general cándida carne de cañón) las gastan igual o peor que los antagonistas (los aviesos y pérfidos malnacidos con tendencias homicidas), por decirlo llanamente. El segundo, formular al espectador una jugosa pregunta: Para vengar a un ser querido, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar?
Yo tengo muy clara la respuesta. Pero, antes de decirla, conviene aclarar que no creo en la Justicia (y menos en la española), ni en la reinserción social de los criminales, ni en la redención personal de escoria como asesinos, violadores, pederastas y demás basura antropomórfica. Eso sí, respeto que haya gente que prefiera perder el tiempo creyendo en semejantes cosas. Yo, en cambio, prefiero emplear dicho tiempo para reivindicar la cadena perpetua, la pena de muerte, el cumplimiento íntegro de las penas y esas cosas tan tontas. Dicho esto, también conviene señalar que, para mí, la vida de todos los seres humanos no tiene el mismo valor; vamos que si de mí dependiera, pongamos por caso, la supervivencia o la defunción de un etarra, "alqaedista", violador, pedarasta, maltratador o narcotraficante, tengo muy, muy pero que muy claro qué opción elegiría. En resumen, que no me importaría lo más mínimo dejar a un lado mis convicciones religiosas para aniquilar, erradicar, extinguir, ejecutar, borrar del plano de la existencia o mandar sádicamente al Hades a cuantas personas han hecho del terror y el sufrimiento ajeno su modo de vida. Hay gente, gentuza mejor dicho, que no se merece ni un segundo del aire que respira. Y sí, es un planteamiento peligroso porque es una premisa de la cual parten muchos terroristas y malnacidos, pero, a diferencia de esos bastardos, prefiero tener esa penitencia moral en lugar de llorar a inocentes. Ser buena persona no implica necesariamente comportarse siempre como un cándido gilipuertas.
Para todas aquellas personas que ahora se estarán sonrojando, rasgando las vestiduras y poniendo la demagogia en el cielo, les digo lo siguiente: Imaginen que violan, torturan y/o asesisan a su padre, madre, hermano, hermana, hijo, hija, nieto, nieta o pareja...Bien, ahora imaginen, y esto no entraña mucha dificultad, que la Policía no atrapa al responsable o que el mentecato entogado de turno le deja en libertad o con una condena naif. Por último, elucubren que tienen la posibilidad de estar a solas e impunemente con el malnacido y que éste está a su merced...¿qué (le) harían?
Yo, desde luego, si estuviera en el lugar de los padres protagonistas de "La última casa a la izquierda" haría exactamente lo mismo que ellos...o incluso cosas peores. Porque la escoria humana, para mí, sólo tiene un destino: servir de fertilizante.
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