jueves, 4 de octubre de 2018

Sudadera verde con capucha

Estimado gilipollas:
 
Me dirijo a ti de esta manera porque desconozco tu nombre y me faltan datos para bautizarte como "hijo de puta". Así que lo dejo en “gilipollas” y tira millas.
 
Por si no te das por aludido, cafre, aquí van unas referencias: estabas anoche en la estación “Estadio Metropolitano” tras el partido de Liga de Campones; mides cerca de 1.90, eres joven, corpulento, de piel muy morena, pelo corto, andares simiescos y llevabas una sudadera verde con capucha. El cruce perfecto entre un boxeador y un macarra de barrio.
 
Éramos muchos los agolpados en el andén esperando para coger el metro. Tú estabas antes que yo, en el tiempo y en el espacio, como tantos otros de aquel gentío, esperando a que abrieran las puertas del convoy que iba en dirección a Pitis. Una vez abiertas, yo me encaminé insintivamente hacia su interior pues estaba ensimismado leyendo en mi teléfono móvil la crónica del partido del Atlético contra el Brujas en Champions. En esas estaba cuando tuviste a bien cerrarme el paso de un fuerte codazo en el pecho y encararte conmigo, con un tono a medio camino entre politoxicómano y matón de barriada, diciéndome: “¿Dónde vas, tío? ¿Dónde vas? ¡Eso no se hace!¡Eso no se hace!"(¿repites las cosas siempre dos veces para enterarte tú mismo? Lo digo porque a mí con una me basta). Imagino que, debido a tu indudablemente mermada sinapsis, pensabas que iba a colarme o algo similar. Con gusto te habría aclarado, machirulo cavernario, que mis intenciones eran las mismas que hago siempre en ese tipo de circunstancias: quedarme junto a la puerta dejando pasar a toda la gente que estaba antes que yo y luego ya entrar yo, porque uno afortunadamente está bien educado y ha tenido la inmensa suerte de no acabar siendo ni en el fondo ni en las formas un gorila con sudadera verde. Ya ves: soy de esas personas que ceden el paso, abren las puertas, dejan salir antes de entrar, se levantan del asiento para cederlo a mayores, mujeres o críos, etc. Lo mismo que tú, gentleman.

Por desgracia, domino el español y el inglés, soy diestro con el latín y entiendo algo de italiano, pero no conozco el dialecto putomierda, así que no fui capaz dialogar contigo, porque lo cual me limité a pedirte perdón y sonreír, dado que soy un gran amante de los animales y, más allá de tu oligofrenia, tus exquisitos modales evidencian que tú y los gorilas de lomo plateado, primos hermanos. La verdad es que pude haberte a respondido que iba a beneficiarme a tu progenitora previo pago o a ayudarte a encontrar a tu verdadero padre o a acompañarte de vuelta al zoo antes de que se preocuparan tus cuidadores, pero creo, homínido, que no habrías sabido valorar mi sentido del humor sin tener un ictus en el intento, así que lo dejé estar para evitar que el Instituto Jane Goodall luciera un crespón negro en tu memoria.

Tú entraste en el vagón literalmente bufando y cabeceando hasta incrustarte en el socarrat humano que se formó en el vagón. Te bajaste enseguida, creo que en la estación de Las Musas (que manda huevos que cojas el metro para tan escaso trayecto, pero imagino que la neurona no te da para más).

Lamentablemente, energúmeno, no pude despedirme de ti. Así que te escribo desde mi blog, con una profunda melancolía de tu estampa, emplazándote a que el próximo codazo en el pecho se lo endoses a la madre que te parió y deseando que la implacable selección natural acabe con tus días de morralla ambulante más pronto que tarde. So mierda.

Atentamente, el chico al que arreaste un codazo.

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