domingo, 13 de marzo de 2016

La memoria frágil

Los países, como las personas, sólo acostumbran a tener memoria para aquello que les interesa y cuando les interesa. En este punto, conviene aclarar que cuando hablo de "memoria" no me refiero obviamente a la capacidad cognitiva que te permite interiorizar y despachar cual Rainman una lección en el examen de turno sino de la capacidad ética que te permite convertir lo vivido, bueno o malo, en una lección para el continuo presente. Dicho lo cual, para tener memoria, sea cual sea el tipo o sentido, no todo el mundo vale ni, visto lo visto, tampoco todos los países ni, a tenor de los últimos meses, la Unión Europea.

El último y más vergonzante ejemplo de todo ello es la crisis de los refugiados, una tragedia que creó Europa en diferido por su pereza, desidia, inacción, menosprecio o cobardía ante el sindiós que se vive en Siria y demás abrevaderos del Mediterráneo. Un problemón humanitario que, por su perduranza en el tiempo, ya hemos asimiliado y, por tanto, ignorado como parte del ecosistema informativo rutinario. El arte del mirar hacia otro lado es un arte tan humano como la pintura o la escultura pero de bello no tiene absolutamente nada. Pero, volviendo al tema, cuesta digerir, al menos para los que aún tenemos escrúpulos con los que espolear esa leyenda urbana llamada "conciencia", que la Unión Europea como artificio y los países que la conforman en el terreno fáctico estén actuando de una manera que sólo se puede achacar bien a una esquizofrenia un tanto jodida, bien a una hipocresía difícil de disimular. Sólo así se explica que, cuando los muertos aún están lejos y por enfriarse, el personal se venga arriba y empiece a utilizar grandes palabras y apelar a grandes valores y cuando toca remangarse y lavar la conciencia opten por la "patada a seguir", el "pío-pío-que-yo-no-he-sido" y otros grandes hits de la desfachatez humana. Y cuesta aceptarlo o entenderlo no tanto por esa actitud insolidaria, insensible, xenófoba y clasista en sí misma considerada sino por cuanto
demuestra la ferocidad del olvido. Yo me pregunto qué habría pasado si los países no contendientes hubieran demostrado semejante pasotismo o desconsideración cuando la Guerra de los Balcanes. O qué habría sido de los miles de migrantes-exiliados europeos movilizados forzosamente por la II Guerra Mundial si las naciones hubieran colgado el "Reservado derecho a admisión". La solidaridad y la sensibilidad tanto a nivel nacional como personal salvaron cientos de miles de vidas en el pasado y ojo que no hablo de un pasado a tomar por saco en el tiempo sino uno bien fresco en términos cronológicos. No sé qué ha sucedido para este cambio tan drástico en lo temporal y cruel en lo humano. Quizás es que se ha pasado de contar con las personas a echar cuentas. O que el mundo se ha ido a la mierda hace tiempo y el personal sigue viviendo en un Matrix cortoplacista y miope. No lo sé. Lo que sí se sé es que me da pena, rabia y asco por igual.

No estoy diciendo ni mucho menos que nos volvamos harekrishnas, convirtamos todo en una barra libre y que salga el sol por Antequera, porque ese extremo sería tan perjudicial como el actual, que no es otro que convertir a los refugiados en equivalentes a bolsas de basura amontonadas cuya única solución viable pasa por externalizar su recogida y reciclaje, que es lo que parece que pretende pactar la UE con ese orinal democrático llamado Turquía. Siempre hay un término medio entre un despropósito y otro y se llama sensatez. Dicho lo cual, no me quiero aventurar a afirmar rotundamente lo que pasará con los refugiados pero muy seguramente tarde o temprano quedarán apeados de la escaleta informativa, varados en el olvido y ninguneados como fantasmas. Lo que sí puedo afirmar con total tranquilidad y certeza es que, una vez más, un problema más, la Unión Europea ha mostrado sus incapacidades tanto resolutivas como éticas y se ha revelado por enésima vez como un proyecto absolutamente fallido en lo político, en lo económico y en lo social. Cuesta creer que una iniciativa de semejante calibre germinara con la intención de aplicar lo aprendido tras el pavor de la Segunda Guerra Mundial y, con el paso del tiempo, se haya mostrado como una mentira torpemente adornada con una parafernalia burocrática tan hipertorfiada como inútil que apenas ya disimula la vocación de la UE de ser poco más que aquellos exclusivísimos clubs victorianos en los que los jerifaltes y vips de turno intercambiaban puros, copas, fanfarronadas y tarjetas. Dicho de otra manera y más simple: la Unión Europea es una tomadura de pelo de punta a cabo.

Claro que esto no importa a nadie. Ni a los Jefes de Estado y de Gobierno que se sienten y sientan como reyes del mambo. Ni a los que les votan. Ni a los refugiados que se juegan la vida en llegar a las tierras del Premio Nobel de la Paz 2012 porque alguien, alguna vez, los convenció de una mentira: que en Europa les esperaba una vida mejor. 

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