Estaban en el parada del autobús, resguardándose como podían del intenso calor. Mientras esperaban, mantenían una conversación sencilla, breve, apenas audible. Compartieron un gesto tierno, una mirada cómplice, una cariñosa sonrisa y una cercanía que no se podía medir con adoquines de la acera. Y en estas llegó el bus. Él, galante, tendió la mano para ayudarla a subir sin percance alguno. Ella, sujetándose en las mecánicas jambas del vehículo, se volvió y le emplazó dulcemente a verse "a las ocho, en el Retiro, donde siempre". Él sonrió y asintió. Ella se inclinó y le despidió con fugaz y suave beso. Las puertas del autobús se cerraron. De nuevo los pequeños detalles, un sutil gesto de la mano respondido con una sonrisa y dos caras de felicidad templada y asentada. Ella se sentó en silencio y él se perdió distorsionado en las ventanas conforme avanzaba el autobús.
Esto lo presencié ayer de camino al trabajo. Una escena anónima y de una simplicidad que la convertiría en anodina si no fuera por este detalle: La edad. Si fuera por la frescura y complicidad que irradiaban ambos, eran dos chavales enredados en las primeras efervescencias sentimentales. Si fuera por la discreción y mesura que denotaban los dos, eran una pareja a la que la madurez ha desprovisto de las estridencias y torpezas juveniles. Pero lo cierto es que tanto ella como él peinaban orgullosos canas y exhibían sin complejo alguno un ábaco de arrugas que llevaba el cómputo de toda una vida. Un detalle que reviste a aquella escena de un halo divertido y entrañable y que me llevó a pensar en todos los momentos, situaciones y circunstancias que esa pareja habrá compartido, en todas las vicisitudes que habrán vivido, en todos los problemas y las adversidades que habrán superado, en todas las pequeñas victorias cotidianas que habrán celebrado, en todos los recuerdos y las anécdotas que atestiguan su historia. A pensar, en definitiva, en su conquista humilde, queda e incuestionable de la felicidad.
Cuando me quise dar cuenta, estaba profundamente admirado. Porque, honestamente, si ya la vida es como es y convierte caprichosa y súbitamente lo que era una comedia romántica en un amargo melodrama; si ya la vida es como es y mina el camino a la alegría con decenas de imprevistos y cientos de personas sin mayor vocación que la de joder; si ya la vida es como es y lo que hoy era balada mañana puede ser concierto de black metal y pasado un réquiem; si ya la vida es como es y sustituye "porque sí" la miel por la hiel en los labios; si ya la vida es como es y cuando menos te lo esperas ya estás en los créditos del final...ser los protagonistas de una escena así en estos tiempos en los que la podredumbre y la vileza se airean en cualquier pantalla; en los que se promociona, alienta y rentabiliza la infidelidad, en los que las promesas parecen estar hechas para romperlas; en los que lo más cómodo es buscar excusas para tomar las de Villadiego; en los que el compromiso es un nocivo alérgeno; en los que las relaciones personales se han transformado en un restaurante de comida rápida; en los que hay quien quiere convertir al corazón en un bazar chino; en los que todo se ha devaluado tanto que cuesta valorar hasta lo más evidente; en los que la soledad hace extrañas compañías de cama; en los que la televisión ha convertido a seres humanos en burdos pedazos de carne; en los que las bajas pasiones cotizan al alza; en los que muchas historias no van más allá del prólogo; en los que la convivencia es una estación de paso; en los que alguien ha violado a la musa; en los que el arrepentimiento llega con retraso; en los que soñar despierto es un imán para gentuza; en los que ser feliz parece cosa casi de otro tiempo...ser los protagonistas de una escena así en tiempos así, como digo, es una proeza, un triunfo, una gesta, una victoria de aquello que verdaderamente nos distingue de los animales: la capacidad para querer y la habilidad para demostrarlo de mil maneras distintas.
Por todo ello, la escena del autobús tiene quizás mucho de inverosímil, de irreal, de truco de magia. Tal vez por eso me recordó a cierta preciosa secuencia de la película "UP". Y no sé cómo acabará esta historia, pero no me arriesgo mucho si digo que muy bien. De lo que estoy seguro es de que ayer a las ocho, en el Retiro, "donde siempre", dos personas se encontraron y saborearon tranquilamente la felicidad que premia el hecho de haber luchado toda la vida por un sentimiento de cuatro letras. Amor.
3 comentarios:
Son escenas tiernas sean de la edad que sean, pero como bien dices, la edad debe dar cierta delicadeza. Y me imagino que sé a qué escena te refieres de UP. Tiene los 10 primeros minutos mejores que he visto en el cine en los últimos años. Y el resto de la película también es bonísima.
Salu2
Me ha encantado, :).
Pues sí, Juan Carlos, tienes razón...creo que esos minutos son de lo mejor que ha hecho PIXAR (y mira que ha hecho genialidades...).
María, me alegro que te haya encantado :)
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