sábado, 29 de noviembre de 2008

A propósito de Dorian Gray

Hace pocos días tuve el placer de ver en dvd la estupenda película "El retrato de Dorian Gray", adaptación al celuloide de la extraordinaria novela homónima del genio Oscar Wilde.

Sobre el film baste decir que, además de estar basado en la célebre obra literaria, corresponde a una época en la que en la binomía del blanco y negro se escondía una pléyade de joyas cinematográficas, siendo la cinta dirigida por Albert Lewin una de ellas. Mención especial merece la soberbia y magnética interpretación de George Sanders como el ingenioso, cínico y sarcástico mentor de Dorian Gray, Lord Henry Wotton. Éste, con sus brillantísimas y lacerantes frases, constituye un innegable trasunto del excelso provocador irlandés, que tiene en la elegante, decadente y hedonista personalidad de Dorian Gray el otro gran espejo en el que verse reflejado.


En cuanto a la celebérrima novela que da pie a la película de Lewin, baste decir que el genio de Wilde, autor de perlas como "El crimen de lord Arthur Saville y otras historias", "De profundis", "Balada de la cárcel de Reading", "El abanico de Lady Windermere", "Salomé" o "La importancia de llamarse Ernesto",pocas veces ha estado tan sublime, como bien ejemplifica el prefacio o todas y cada una de las intervenciones de Lord Wotton, verdadero corazón, a mi modesto entender, de la obra. Para aquellos que a estas alturas de la Literatura Universal desconozcan el argumento de "El retrato de Dorian Gray" (que dudo que sean muchos), diré que, ambientado en el Londres victoriano, aborda el fatal descenso a los hedonísticos infiernos de un apuesto joven que es retratado en un cuadro ante el cual el imprudente protagonista expresará un siniestro deseo: disfrutar de una belleza inmortal a cambio de que sea la pintura quien se deteriore conforme Dorian cava su sima moral merced a variados y nefandos actos de libertinaje. Un anhelo que se verá siniestramente cumplido con consecuencias imprevisibles.


Entrando más en materia, cabría decir que Dorian Gray no es más que el gran perdedor de la (aparentemente) inocua disputa dialéctica e intelectual entre el pintor Basil Hallward (que a servidor le recuerda, al menos en la película, al interesantísimo y controvertido Walter Sickert), honesto e íntegro representante de ideales a medio camino entre el platonismo y el epicureísmo, y su amigo lord Henry Wotton, un cínico aristócrata de sinceridad corrosiva e ingenio turbador que, en su lucha contra las caducas e hipócritas convenciones de la época, aboga con endiablado carisma por disfrutar de todo sin más miedo que el de castrar los anhelos y placeres propios. De esta forma, la belleza de Gray, reflejo de la virginidad e ingenuidad de su etapa bajo la tutela de Hallward, pasa a convertirse, con la influencia de Wotton, en la diabólica sublimación de los vicios humanos que, si bien universales, tienen en el Londres del siglo XIX una de sus mejores representaciones. Este triunfo de la perversión sobre la pulcritud tiene un ejemplo nada metafórico en la muerte de Hallward a manos de Gray, rebasando así las enseñanzas y escrúpulos de su perverso pigmalión Wotton, cuya transgresión, por muy elocuente y sonrojante que sea, jamás habría rebasado los límites que Dorian quiebra en su degeneración. Wotton encarna así lo que podría denominarse una "provocación de salón" mientras que su esbelto pupilo es el estandarte de la corrupción mediante la acción.


No obstante, cabe intuir cierta moralina judeocristiana en el desenlace de la historia, especialmente acentuada en la película de Lewin, en la que el arrepentimiento final de Gray lleva a la salvación de su alma, quedando el cuadro restaurado a su belleza y armonía inicial coincidiendo con el fallecimiento del retratado. Algo que quizás a alguien le recuerde a la salvación que vive mi queridísimo Don Juan Tenorio en su última hora (Parte II, Acto III, Escena IV: "Clemente Dios, ¡gloria a Ti! / Mañana a los sevillanos / aterrará el creer que a manos / de mis víctimas caí. / Mas es justo; quede aquí / al universo notorio, / que pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia, / es el Dios de la clemencia / el Dios de DON JUAN TENORIO.") Una redención que si bien puede desconcertar y resultar incluso forzada, recuerda que el personaje, una vez, fue un hombre de bien y que nunca es tarde para arrepentirse.


Mas, por encima de libro y película, el icónico personaje de Dorian Gray me produce un interés añadido en la medida en que le considero un símbolo de nuestra sociedad actual: exacerbadamente sofisticada y seductora en apariencia, ataviada de las más bellas imposturas, encantadoramente mentirosa y manipuladora, anhelante de la inmortalidad y los placeres más variados aunque para ello recurra a siniestros y mefistofélicos pactos, con un interior podrido y hediondo donde anida el más cruel de los egoísmos en medio de un vacío de valores y escrúpulos, extinguidos a conciencia. Una sociedad que, como Dorian, es consciente de cómo es su "alma" pero prefiere marginarla en lo más recóndito de su conciencia allá donde los remordimientos no puedan llegar a tiempo...hasta que sea demasiado tarde, provocando un inmovilismo y cinismo pandémico que ahoga cualquier intento de evolución moral y siembra de minas el campo de la filantropía. Quizás sea el miedo a acabar como Dorian lo que atenaza conciencias o tal vez sea una suicida dejadez o una siniestra asimilación de "la normalidad" los causantes de ello. No lo sé. Doctores tiene la Iglesia para analizarlo. Lo que sí sé es que el retrato del mundo en que vivimos el espejo en el que se miraría Dorian Gray hoy en día. Y eso no es, en absoluto, bueno.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Sobre la tibieza

"Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca." (Apocalipsis, 3, ver.15-16) Que a Dios no le gustan los tibios es algo que queda explícitamente claro en ese pasaje del libro más alucinógeno e impactante de cuantos componen la Biblia. Algo en lo que abunda Dante en su excepcional "La Divina Comedia", al situar a los tibios en la antesala avernal, en el Canto III del Infierno: "Y yo con el horror ciñéndome la frente dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida? / Y él a mí: Esta suerte miserable es de las tristes almas de aquellos que vivieron sin infamia y sin honor./ Mezcladas están con aquel malvado coro de los Ángeles que ni rebeldes fueron a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron. / Los echa el Cielo por no ser menos hermoso: y el profundo infierno no los recibe porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos. / Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado qué los hace lamentar tan fuertemente? Repuso: Te lo diré brevemente: / Éstos no esperan morir,y es tan villana su ciega vida que envidiosos están de cualquier otra suerte. / De ellos no queda fama en el mundo, misericordia y justicia los desdeñan: no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa. / Y observando vi una insignia que sin descanso rondaba velozmente incapaz al parecer de detenerse: / y detrás la seguía una multitud de gentes de la que nunca yo creyera que tantas hubiera deshecho la muerte. / Después de haber reconocido a algunos me fijé más y conocí la sombra de aquel que miserable hizo la gran renuncia. / De pronto comprendí y certeza tuve de que esta era la turba de los cautivos que desagradan a Dios y a sus enemigos. / Los desgraciados, que nunca fueron vivos,estaban desnudos y molestados mucho por moscones y avispas que allí había. / Sangre les regaba el rostro matizada de lágrimas, que a sus pies fastidiosas lombrices recogían." Con este preámbulo tan erudito y extenso, creo que el lector sabrá ya que las personas que dan pie a este artículo son objeto de mi más sincera reprobación.

¿Qué es un tibio? Según el DRAE, lo siguiente: "(Del lat. tepĭdus). 1. adj. templado (‖ ni frío ni caliente).2. adj. Indiferente, poco afectuoso." Mas esta definición, aunque certera, se me antoja escasa. Tibia es, para mí, toda persona que, por cobardía o beneficio propio, pone una vela a Dios y otra al diablo o ninguna a ambos; los que tienen una determinación tan consistente como una caduca hoja movida por el otoñal viento; los que huyen de significación alguna abrigándose de la necia neutralidad que proporciona la ausencia de matices; quienes a una misma pregunta pueden decir una respuesta y su contraria dependiendo de quién la formule, dónde y cuándo; los convidados de piedra en cualquier discusión o diálogo que implique tomar un mínimo partido o expresar una nítida convicción; los que hacen de su autobiografía una compilación de fotocopias en blanco; los que sólo alzan la voz en infrasonido; los bailarines de aguas ajenas; los selectos manjares degustados por el ego de los vanidosos; los mercenarios del pensamiento; los oportunistas carroñeros que anidan en la penumbra de comportamientos de terceros; los que se visten su desnudez intelectual y moral con las corteses prendas de la invisibilidad relativista; los que por no ser, no son nada ni aspiran a serlo.

Habrá quien confunda la tibieza con la prudencia, mas ésta es evidencia de sensatez y buen juicio mientras que aquélla, ausencia manifiesta de ambos. También habrá quien diga que tibieza es sinónimo de mesura, pero ser mesurado implica ser consecuente con unas convicciones propias alejándose de actitudes exaltadas y extremistas a la hora de manifestarlas públicamente, mientras que ser tibio es, casi por definición, no manifestar convicción ninguna o que éstas se contradigan con inusitada facilidad dependiendo del contexto. Igualmente, habrá gente que piense que los tibios son discretos, y eso será cierto siempre y cuando se entienda la discreción como militancia en un relativismo apocado que huye de tomar cualquier idea o pensamiento como propio. Todo es mucho más sencillo: la prudencia, la mesura y la discreción son virtudes loables mientras que la tibieza es un defecto nefando.

Ciertamente, he de reconocer que la tibieza es repugnantemente provechosa y está muy extendida en nuestra sociedad. Ser tibio te concede un extenso margen de maniobra y una velocidad de movimientos, verbigracia de la volatilidad ideológica y moral, muy útiles en el mundo en que vivimos, especialmente en ambientes donde se aspire a medrar o sobrevivir, como, por ejemplo, el ámbito laboral. Pensar lo que se dice, decir lo que se piensa y actuar en consecuencia con tus ideas y convicciones sólo te asegura una satisfacción íntima y personal, pero, en cambio, te puede acarrear más de un problema si te mueves en lares donde la vanidad, la hipocresía, la adulación y la despersonalización son condiciones "sine qua non" para no ingresar las listas del paro o la soledad. Vivimos en un mundo donde ser uno mismo, expresar con coherencia nuestra poliédrica forma de ser y pensar y tomar partido es un riesgo demasiado perjudicial. En cambio, ser inocuo, anodino, maleable, indiferente y plano constituye un salvoconducto de supervivencia cuando menos y, en ocasiones, de progresión social. El relativismo exacerbado, la necesidad de aceptación y el miedo al fracaso y la soledad han dado lugar a una pandemia de tibios que con su actitud falsean la propia esencia del individuo.

¿Por qué me enerva tanto la tibieza? Porque aquellos que deciden ser sus apóstoles y heraldos son personas de las que no te puedes fiar nunca, con las que no puedes contar jamás y que te dejarán solo o vendido ante la turba como otrora hizo el primer gran tibio, de apellido Pilatos. Porque me parece que ser tibio es uno de las peores formas de ser un cobarde y la más cortés de ser un hipócrita. Porque si por los tibios fuera, la Humanidad se habría reducido a un homínido sentado sobre una roca esperando hasta su extinción a que algo o alguien hiciera algo por él. Porque me repugna ver personas que eligen ser cascarones vacíos a merced del viento, que cambian el Norte de su brújula en función del interés, que hacen de la indefinición su vil baluarte. Por todo ello, siempre contará más respeto por mi parte alguien que elija ser un malnacido o un bellaco con pintas antes que un tibio, porque al menos quien opta por ser un cabrón, toma partido y se arriesga conscientemente a afrontar las consecuencias de ello.

Por último, para cerrar este artículo que tiene más de confesión y declaración de guerra que de tal, dejo para los tibios la siguiente reflexión: Un cobarde siempre sobrevivirá a una batalla, pero sólo podrá ser un héroe quien participe en ella.

Con mi máximo desafecto, para todos aquellos que han decidido no ser absolutamente nada.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

¡América despierta!

Hay momentos en los que uno siente la mano de la Historia escribiendo firme e inexorable un nuevo capítulo de su autobiografía. Uno de esos momentos ha ocurrido hoy, a las 06:00 de la madrugada, cuando en el pequeño televisor de mi cuarto he visto aparecer, entre legañas y sueño, la figura del próximo presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama para pronunciar su discurso como ganador de las elecciones presidenciales ante un aforo tan multitudinario como enfervorizado, representación de millones de estadounidenses y no estadounidenses que han visto sus ilusiones cumplidas, entre ellos, yo.

Imágenes y palabras como las que han coronado esta impresionante noche hacen recordar por qué EEUU ha sido en no pocas ocasiones un espejo en el que mirarse, una nación admirable y admirada, un país envidiado y envidiable. Pese a sus luces y sombras, sus glorias y vilezas, los Estados Unidos de América representan bastante bien a qué se debería parecer una democracia que se precie de serlo. Como muestra, valga el elegantísimo y responsabilísimo discurso del perdedor de la contienda electoral, el hombre que no pudo cambiar el cambio, el candidato republicano John McCain. Una deportividad, sensatez y responsabilidad impensables en otras latitudes, como por ejemplo, España, país cuyos "políticos" se empeñan en demostrar con tesón que su contribución a la Política es sólo comparable a la de Cañita Brava a la música clásica.

Los comicios se han saldado con una victoria más abrumadora en el número de delegados (338-163) que en el de votos (donde sólo hay una brecha de seis millones de votos, que, en un país de las dimensiones de EEUU, no es gran cosa), pero, aun así, ha sido incontestable. Ahondando en esto, hay que recordar que todo triunfo en unas elecciones conlleva tantos méritos propios como deméritos del rival. ¿Por qué ha perdido McCain? Por estar en el mismo partido que uno de los individuos más nefastos y necios que ha llegado a una Jefatura del Estado (G.W.Bush), por tener una actitud de lo más volátil a lo largo de la campaña (especialmente cuando la crisis económica estalló), y por poner a su vera a una lunática egocéntrica, Sarah Palin, que encarna el sueño erótico de Bush, Rumsfeld y cía pero no la moderación que ha intentado abanderar McCain. Una lástima, sin duda, porque John McCain tiene más honestidad, inteligencia, clase y corazón que todo el gabinete del incalificable G.W.Bush. ¿Por qué ha ganado Obama? Por su extraordinaria y equilibrada combinación de argumentos "cerebrales" y sentimentales, por su habilidísima utilización de las nuevas tecnologías para hacer campaña, por la mácula que le concede no tener relación ni experiencia alguna con el "establishment" de Washington, por su proverbial serenidad y seguridad, por su innegable carisma (algo que encandila tanto a la ciudadanía como a los medios de comunicación), por su magistral oratoria (y eso que tiene a un chaval de "negro" emulando a Cicerón) y por encarnar mejor que su rival el sueño americano: joven, mulato y con una progresión que le ha llevado desde las zonas más humildes de Chicago hasta la Casa Blanca, derrotando por el camino prejuicios, tópicos, a una brillante ex Primera Dama y a un héroe de guerra.

Sea como fuere, cuando uno ve el triunfo del otrora senador por Illinois en un país con el inquietante pasado de Estados Unidos (hace sólo 150 años, las cosas eran muy pero que muy distintas), tiene la grata, gratísima sensación de que la sociedad estadounidense y, por ende, la democracia de esa nación, ha llegado por fin a la mayoría de edad, algo que estaba en seria duda después de aupar hasta en dos ocasiones a un tipo que es a la política lo que Chuck Norris al arte dramático (si alguien tiene alguna duda al respecto, recomiendo la lectura del voluminoso y contundente libro de Bob Woodward, "Negar la evidencia"). No puedo evitar emocionarme al ver en el presidente número 44 de EEUU, un tenue reflejo de grandísimos prohombres como Abraham Lincoln, John Fitzgerald Kennedy o Martin Luther King. Espero y deseo de todo corazón que el tiempo demuestre que tan descomunal comparación es merecida, igual que espero y deseo que Barack Obama no acabe como ellos, con su vida cercenada por plomo y sangre. Ojalá que el hombre que comenzó su carrera política en el mismo lugar que Lincoln inició la suya consiga, con el carisma de JFK, hacer para siempre realidad el sueño de King.


En definitiva, estoy contento, muy contento porque EEUU y el mundo van por fin a pasar página, después del siniestro y demencial capítulo escrito por el tarado de George W.Bush, pero más aún porque ha ganado un hombre que porta consigo honestidad, sensatez y, sobre todo, esperanza, mucha esperanza, que falta hace, dentro y fuera del país de las barras y estrellas. Ojalá que éste sea el comienzo de muchas alegrías. ¡América, despierta y vuelve a soñar!



domingo, 2 de noviembre de 2008

Camino...a la conmoción

Anoche tuve la oportunidad de ver "Camino", la última película de uno de los directores más originales del cine patrio, Javier Fesser. He de reconocer que sólo me impulsaban a verla el personalísimo estilo de Fesser y la polémica surgida en torno a este film, inspirado (que no basado) en la vida y muerte de la niña Alexia González-Barros. Como he dicho, la película se inspira libremente en esos hechos reales y, por tanto, no me detendré a analizar la biografía de dicha chavala ni a analizar si está correctamente llevada a la gran pantalla. Y eso es algo que quizás deberían tener en cuenta la legión de críticos con vocación de turba papanatera que han intentando convertir a Fesser en una especie de piñata humana. Pero ya hablaré de ello más adelante. Ahora, me centraré en la película.



Decir que es la mejor película española que he visto en muchos años es quizás quedarme corto y, además, no es tan difícil, teniendo en cuenta los largometrajes que perpetra la industria cinematográfica española en los últimos lustros. Por tanto, diré que es una de las películas más sentidas, inteligentes, emotivas, conmovedoras, valientes, honestas e impecables que he visto. Podría acabar aquí el artículo, pero quiero regodearme. Lo necesito, así que, quien quiera, puede dejar de leer. Como siempre hago en estos casos, analizaré el film por puntos.

  • El director: Javier Fesser.Un director que explora de forma valiente la realidad valiéndose de la poesía visual y el surrealismo. Decir esto de un cineasta español, es como para empezar a creer que no está todo perdido y que, más allá del mundo del cortometraje, también hay talento y personalidad detrás de las cámaras. Fesser es algo así como una carta de amor de Dalí: íntimo, personal y graciosamente surrealista. En mi opinión, "Camino" es su obra más equilibrada, madura y compacta y, por eso, desde el punto de vista técnico, no se me ocurre ninguna pega que ponerle. Mas hay un factor clave que me inspira una admiración reverencial hacia este tipo: que sea tan valiente como para meterse en el "fregao" de retratar aunque sea sutilmente (que no sesgadamente) a la poderosísima organización conocida como OPUS DEI. Es como si a un director se le ocurre hablar de la guerra civil desde el punto de vista de los sublevados o de la represión ejercida por el bando republicano. Vamos, algo tan increíble en estos tiempos como plausible. Ojito, por tanto, con Fesser, porque apunta maneras que no estamos acostumbrados a degustar por estos lares.

  • El reparto: Todos los actores están tan soberbios y creíbles que debería crearse un "Goya" colectivo sólo para poder premiar las magníficas interpretaciones con las que bordan los hilos de esta pequeña joya. No sé dónde acaba el mérito del director y empieza el de los intérpretes. Sólo sé que están excepcionales todos: Nerea Camacho, Carme Elías, Mariano Venancio, Manuela Vellés, Jordi Dauder y un formidable etcétera. Sin tener el ego, el caché y la clac de los supuestos monstruos interpretativos patrios (Bardem, y el resto de cretinos sin fronteras), los nombres que integran el reparto de "Camino" dan una lección magistral de arte dramático que no podrían pagar aquellos ni con todos los ahorros de sus vidas. Mención especial merecen los sensacionales infantes del film: Nerea Camacho, Claudia Otero, Miriam Raya y Lucas Manzano. Yo me pregunto si, pongamos por caso, mis queridísimas Penélope Cruz o Elsa Pataky o (ponga aquí el nombre de una actriz española que no llegue a los cuarenta años) pueden compararse en talento y naturalidad a las tres niñas del film; o si Javier Bardem o Luis Tosar o (ponga aquí el nombre de un actor español que no llegue a los sesenta años) tienen la misma facilidad para ser creíbles que la que exhibe Lucas Manzano. Claro que son preguntas retóricas. Pero si hay alguien que merece la pena destacar por encima del extraordinario reparto es Nerea Camacho. Decir que me he enamorado de una chica de su edad sería ponerme en un brete. Afirmar que su actuación es tan prodigiosa que podría desgranar el Diccionario de la Real Academia en elogios, es dogma de fe (cinematográfica). Ella es el corazón de esta película y la principal responsable de que no te la puedas sacar de las entrañas. Absolutamente genial. Si interpretar es convencer y conmover siendo otra persona, Nerea Camacho es la mejor actriz que ha parido el cine patrio en décadas. Y punto.

  • La película: Valiente, tierna, emotiva, honesta, modesta, interesante, inteligente...y así podría seguir "ad aeternum". De impecable factura técnica y artística, "Camino" es un canto a la vida, una llamada a no dejar que nada ni nadie nos corrompa nuestra ilusión, un argumento para recordar que nada ni nadie puede ni debe castrarnos nuestra esencia, una loa a la conservación de la personalidad, un sentido aplauso a quienes siembran el mundo de sonrisas y te hacen ver las cosas de otra manera. En manos de cualquier otro director y actriz, el calvario de Camino habría sido un dramón infumable por el colosal cúmulo de contratiempos y sufrimientos a los que tiene que hacer frente la niña. Por suerte, en los créditos de este film aparecen Javier Fesser y Nerea Camacho. Esta película conmueve no sólo por las cosas que te hace sentir, sino también por aquellas en las que te hace pensar, en parte gracias al habilísimo juego de dobles sentidos (Camino niña - Camino libro, Jesús chaval - Jesús Cristo y obra de teatro - Obra de Dios) en el que se articulan muchos de los mejores momentos de este largometraje. Y, en esto último es donde creo que naufragan los detractores de esta joyita. La necedad es una fuente frecuente de críticas. En definitiva, es una película que merece la pena disfrutarse desde el primer hasta el último segundo porque cala mucho más allá de la retina: en el corazón.
  • Hablemos del OPUS: Buena parte de la controversia que ha generado esta película empieza y acaba en el OPUS DEI y su vínculo con la historia de Alexia. Hay memos que han querido ver en la película de Fesser un ataque y un descrédito similar al de Dan Brown y su celebérrimo código. Si los tontos cobraran un euro por cada sandez que dicen, el mundo estaría lleno de multimillonarios. Vaya por delante que el OPUS DEI me merece el mismo respeto que, por ejemplo, los mormones, los testigos de Jehová, los Hare Krishna o los cienciólogos. Cada cual que crea en lo que le dé la gana y viva su fe como le salga de las fosas nasales mientras no toque los cascabeles ajenos. En materia de creencias, yo pienso que cualquier cosa, por muy estrafalaria que sea, puede tener un mínimo beneficio para la sociedad y por eso respeto al OPUS DEI. Queriendo o no, han hecho y hacen cosas utilísimas para la sociedad (véase Universidad de Navarra o Clínica Universitaria de Navarra), de igual forma que, queriendo o no, han hecho cosas que van desde el ridículo más cómico hasta el extremismo más cerril. Por eso, el OPUS DEI me produce una curiosa mezcla de sensaciones, aunque he de reconocer que en no pocas ocasiones me resultan muy cómicos, a su pesar. Sea como fuere, lo que no soporto, es que alguien se crea en posesión de la verdad absoluta, que sólo dé por buena su forma de ver las cosas y que crea que el resto del mundo vive en un error. Y ése es un mal bastante extendido en el mundo de la religión y el OPUS no se libra ni por asomo de ello. "Camino" habla sutil, elegante y honestamente del "mopus" operandi, si se me permite el juego de palabras. El retrato que se hace en el film de los seguidores de monseñor José María Julián Mariano Escrivá de Balaguer y Albás no es el reflejo de los valleinclanescos espejos del callejón del Gato. Es una fotografía y, como en todo en la vida, habrá gente a la que le encante lo que ve, gente que lo aborrezca, y gente que vea virtudes y defectos. Si "Camino" escuece en el OPUS (y quiero pensar que en el fondo, no es así y sólo es culpa de unas decenas de mastuerzos), es síntoma de que "La Obra" debe hacer examen de conciencia y propósito de enmienda. Yo, personalmente, creo que la película refleja sin malicia alguna prácticas y posturas opusianas bastante emblemáticas que, objetivamente, sólo pueden calificarse de incongruentes y carentes de sentido común. Y hasta ahí puedo escribir...

Quien haya llegado hasta aquí sabrá perfectamente a estas alturas qué me ha parecido la película y por qué. Sólo puedo añadir por tanto que, en nuestra sociedad, hacen falta muchas, muchas películas como "Camino". Amén, Fesser, amén.